Letras
Para ser feliz hay que cantar

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Mirka me dijo una vez que, en las mujeres, el amor surge desde el vientre, que allí tiene su origen y que luego se va para el corazón. Que ninguna de nosotras recuerda haberlo sentido primero en el vientre, porque el corazón tiene tanta capacidad sobre el cuerpo, que hasta al vientre domina y lo confunde. Yo siempre creí que Mirka estaba medio loca. Ahora la puedo entender. Los mechones de tu frente se han saltado a tu rostro y te están molestando, déjame soplar... Ah... Qué lástima que no puedas verme, piensas que es el viento que corre. Pero mira, esta ciudad es puro sol. Debes estar asándote de calor con ese traje negro y tu camisa de cuello tortuga. Te ves tan guapo. Te ves horrorosamente guapo, porque nunca me imaginé que te vistieras tan bien para acompañarme hasta mi ausencia. Me gustaría dedicarte una de esas sonrisas que siempre te gustaron. No debiera existir en este pueblo la maldita costumbre de hacerle séquito a los muertos por las calles hasta llegar al cementerio. Es una estupidez, si yo estoy aquí, caminando a tu lado. ¿De verdad no puedes verme? No, si me vieras te asustarías; no te gusta verme pálida. ¿Notas que ahora te trato de tú? Es que como no puedes escucharme, me hago la valiente y hasta de confianza me lleno. Lo que decía Mirka es cierto. Y ella se fue antes que yo. Mas ella volcaba sus pasiones en la cocina, como la protagonista de Como agua para chocolate. ¿Recuerdas que vimos esa película juntos? ¿Que te pusiste nervioso cuando corrieron las escenas de cama y que me dijiste que Laura Esquivel te gustaba muchísimo? Te faltó leer Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta. Entre otras cosas, terminé el guión de ese libro. No olvides llevárselo a Almodóvar por mí. ¡Ah! ¡Por Dios! ¡Que hará mi mamá ahora cuando vea mis pilas de escritos y, peor aun, qué hará con mi computador! Vamos, mírame, ¿ves? Ahora estoy en frente tuyo, camino los mismos pasos que tú, pero voy de espaldas. Eso sucede. Ahora también entiendo eso. Siempre, para ti, fui como soy en este instante. Un fantasma. La diferencia es que antes me escuchabas. Pero era un fantasma igual. No gano nada con desesperarme intentando que me entiendas, pero espero que mi mamá tenga el suficiente tino de no botar mi computador, de no quemar mis papeles, de no ordenar mis discos, no archivar mi máquina de escribir, porque se va a oxidar, y sobre todas las cosas, de no leer mi agenda de cuero café. Porque allí está escrito hasta en jeroglíficos que te amo. Traducido a todos los idiomas. Hasta en chino, lo que me da vergüenza, porque le rompí el corazón al chinito del restaurante que lindaba con la casa de los abuelos, cuando le pedí que escribiera tu nombre en mandarín: David. ¿Sabes qué significa? Yo lo sé: “Amado por todos”. Un día me dijiste que te gustaría develar el misterio de un ser muerto, después que recibe la última palada de tierra. Yo te lo puedo decir. Sigue amando en el cielo, como amaba en la tierra. Y ese es el único requisito que pide Dios para hacerte ángel. ¿Que si me ha castigado? ¿Que si mis pecados? ¿Que si el purgatorio? ¿Que si el infierno?... Dios es mucho más que todo eso. ¡Te lo digo, aquí, ahora! ¡Qué desgracia que no puedas verme! Por mi vida... Digo, por lo que sea que pueda jurarte, ¡qué desgracia que no puedas mirarme a los ojos! Porque yo ahora te estoy mirando y te estoy diciendo que tú tenías razón. Que las monjas están chifladas. Que sus estúpidas lecciones de religión me embotaron el pensamiento y que el rosario diario no me sirvió de nada, ni les va a servir a las monjitas. No mientras sigan despreciando a las prostitutas. Ahora soy tu ángel oficial. Dios mismo me lo ha permitido. Por eso estoy caminando a tu lado. ¿Verdad que queda lejos el cementerio? ¡Ah! La discusión que tuvimos sobre Nietzsche ya puedes darla por superada: porque como quiera que diga y aunque a Dios lo haya creado el hombre, en su afán de darle explicación a sus cosas, igual existe. Me gustaría que tú también tuvieras el tino de buscar mis cosas. Sabes que sólo confiaba y confío aún en ti. Es que en la carpeta gris, donde guardaba las hojas en blanco, quedó mi pluma fuente destapada y se secará. Y bajo ella están mis cartas. No se te ocurra entregarlas. ¡Qué dirán Gabo y Saramago! Pueden molestarse, quizás no les gusten las cartas de los muertos. Bueno, en realidad son tantas cartas, tan fantasiosas, que a lo mejor se te ocurre entregárselas a la basura para que las devore.

Me daría lo mismo despegarme de la vida que viví —la misma que quedaste viviendo tú— si no tuviera un par de cosas de qué arrepentirme. Y créeme que es más terrible arrepentirse de lo que no se ha hecho. Me corroe la negligencia con mis propios sentimientos, pero la ilusión de un amor imposible es el alimento de la cobardía. ¿Te importaría si te digo “Te amo”, sin explicarte el porqué? Sí, claro que te importaría. Siempre andabas pregonándome que no te diera respuestas en el aire, que te diera argumentos. “Argumenta, argumenta, vamos”. ¿Te confieso la verdad? Eras una pesadilla como profesor de ciencias sociales e historia. Lo siento mucho, tu alumna estrella, de notas excelentes, perdió el año. No puedo decirte por qué. ¿Es que acaso se puede explicar eso? No lo creo. Cómo puedo explicar tu mirada, tus ojos brillando a las seis y media de la mañana, poquito antes de que sonara la campana y el placer de ser yo la única que los podía ver. Cómo puedo explicar las horas eternas de conversación, riéndonos, riéndote. Cómo puedo argumentar tus luchas y tus preocupaciones para conmigo. Cómo argumentar la felicidad que experimentamos cuando juntos copiamos el libro de haikús de Mercedes, la profesora de literatura y las competencias por ver quién escribía el más lindo. Cómo explicarlos... Si los tengo grabados en mi memoria.

“Filósofos, poetas, sabios y teólogos: lo siento por vosotros. ¡A mi alma le basta con este cielo azul y las aves alistándose a dormir!”. Ese nos gustaba mucho. No puedo explicártelo. No tengo los mismos argumentos que cuando discutíamos desde posiciones opuestas y yo defendía mis ideas. ¿Que mi edad? ¿Que la tuya? Sí, sé que te lo preguntarías. Que tú ya eres maduro, que yo recién estoy naciendo. Déjame decirte que me importan muy poco los números en tu cédula. Me da lo mismo que estuvieras en la universidad cuando yo estaba en el vientre de mi madre, porque yo te alcancé hace muchos años. Y aunque resulte pretenciosa, es verdad. Tus cuarenta y tantos me dan lo mismo, amarte es mi asunto y mi edad un número, no puedes hacer de mi pensamiento el mismo número, ni mi cabeza tiene diecisiete. ¿Te ha quedado claro? Es una verdadera pena que sigas sin escucharme. Siempre te hablé con símbolos, con señas, con guiños. Quería atrapar tu atención, hacer que entendieras lo que sentía. Pero tú hiciste tácita ignorancia de eso. Te enfocaste en ser mi maestro y mi amigo y punto. ¡Ah no! Pero no pienses que todo fueron flores regadas sobre el jardín y nubes bajo mis pies. También te deseé. Pero no un deseo de cuerpo caliente... No, fue algo más que mi carne deseosa de sentir los mensajes que tu piel pudiera transmitirle. Era el deseo de que tu piel le diera a tu carne mis mensajes más profundos. Si nunca me ha preocupado mucho recibir. Del beso cálido en la mejilla, el abrazo indiferente, y el libro de Galeano que no podía conseguir y que me regalaste de premio por ser la mejor del año, quedaron las ganas carcomiéndome la cabeza y el corazón. Y una dedicatoria en la primera página y una hoja del cuaderno de matemáticas que arrancaste para escribirme una reseña de un libro mío que te di a leer. No apures tus pasos, no quieras llegar luego al cementerio que yo no quiero llegar tan pronto. Me gustas de negro y ahora te estoy abrazando. Puedo rozar tu rostro y tus labios con mis dedos. Puedo decirte te amo, en cualquier forma y hasta voy a cuidar tus sueños y tus desvelos. Si supieras... Si supieras todo esto me odiarías, me mandarías al carajo, como si hubiese alguna diferencia entre amarte estando a un lado tuyo o estando en el carajo. Te conozco. Cuando no puedes corresponder te pones nervioso, te tiemblan las manos y te escudas en tus famosos argumentos y para no sentir el dolor del rechazo, dejé que todo fuera secreto. No pierdas nuestros haikús, ni dejes de leerlos de vez en cuando. ¡Ah! No sabes lo que he planeado para cuando estemos solos. Voy a tararearte una melodía, si me escuchas, cantarás. ¡Ah! Sí, sí, por favor, mírame, mírame que te estoy diciendo algo importante. ¿Recuerdas esa historia que me contaste de tu amigo viajante? Ese que me contaste sacaba su guitarra en medio de los caminos más pedregosos, para cantar sus poesías, y las de otros también. Esa historia me emocionó profundamente, porque ese viajante dijo que para ser feliz no había fórmula. Que cada quien tenía sus propias ideas de la felicidad en símbolos. Pero te propuso, cuando te contó su propia historia, que para ser feliz hay que cantar. Con tu voz, no importa. Esa de roncos tonos. Que la que importa es la esencia. El alma que transportan los sonidos y la vida que riegan por ahí las letras. No entendía bien eso, porque yo nunca canté, a pesar de mis nociones de guitarra y de interpretar la flauta dulce. Pero en ocasiones te escuchaba cantar. Te preguntaba por qué lo hacías, me contabas la historia: tu amigo viajante se sintió infeliz cuando tuvo que detener su camino y arraigarse en una tierra determinada. Pero se sintió avergonzado de sentirse infeliz, cuando se dio cuenta que tenía su guitarra, las manos para rasguearla, los labios y las voces para cantar. Y se dio cuenta de ello, cuando algunos mancos y mudos la tomaron para divertirse. Para reírse. Pensé que eras un tonto y que cantabas feo, pero también fui feliz. Escribir fue como cantar. Ahora ya estoy muerta para ti. Ahora ya no puedes verme, ni escucharme, ni sentirme y no puedo descargarte mi confesión. ¿Puedo regalarte todo lo que dejé? No es que quiera llenarte de mí. Finalmente me olvidarás más pronto que ya, porque en realidad nunca me has recordado. Pero sé que estarán bien contigo mi melancolía, los días de incertidumbre, la rabia y la frustración, los malditos esfuerzos por entrar a la universidad y el cansancio de cada día, agotada, derrotada por un día de no lograrlo. Contigo estarán mejor mis sueños y mis delirios. El sudor de mi frente cuando escribo y las cuartillas de versos que hacen el poema de mi testamento. Contigo no se perderán los proyectos que quedaron en el papel, ni los libros de la biblioteca. Contigo, mis dudas seguirán su vida en ti y hasta los discos puede que suenen de pronto en tu radio. Contigo mis palabras seguirán a mi ideal de que sean instrumentos, armas, munición o simples paisajes que dan felicidad y placer. Y las fotografías... Déjalas enmohecerse, que siempre me dolieron las sonrisas eternizadas en los rostros de los que se fueron y los que no se han ido. Mira, ya hemos llegado. Estamos en el cementerio, estoy pálida en el ataúd, y me estás tirando flores, girasoles, los que más me gustan. ¡Qué ironías las de la vida! Tenía que morirme para que me regalaras flores. No, no llores. No van contigo las lágrimas. Si pudieras sentirme... Pero me he dado por vencida. Seré tu ángel, esa que detiene la flecha que va a hacerte daño, la que hace que tus pasos no tropiecen y se siente feliz de verte feliz cantando. ¿De qué te sonríes? ¿Acaso puedes darte cuenta de que estoy aquí? ¿Recuerdas algo? Daría todo por saber qué piensas ahora. ¿Que me vas a echar de menos? Y no sabes cuánto te extrañaré yo. Ven, levántate. Vamos. No sé si te amaré por siempre, porque no puedo saber ese futuro que tanto me preocupa en esta juventud. Ya no tengo futuro. Sin embargo, si llega un amor renovador a mi vida de ahora, solo será verdaderamente fuerte si me sale del vientre hasta llegar a mi corazón. Porque los fantasmas también tenemos vientre y corazón. Cómo me sucedió contigo, desde ese primer día que te sorprendí entre los estantes de la biblioteca buscando haikús y sentí ese extraño murmullo que provocabas. —¿Qué hace, profesor? —te pregunté. “Ah, nada especial, señorita”, respondiste riéndote pícaro. Para ser feliz hay que cantar.