Sala de ensayo
Mario Vargas LlosaEl Paraíso en la otra esquina y el amor en ninguna parte

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El escritor peruano Mario Vargas Llosa (MVLl) nunca ha tratado en algún ensayo o artículo cuál sería su visión global de la sexualidad. Sin embargo, creemos que es posible deducirla a partir de su obra de ficción si sumamos además los contenidos de sus numerosas declaraciones y escritos.

El tema sobre si las ideas de un escritor acerca de la realidad pueden o no deducirse de su obra de ficción es polémico, algunos piensan que sí, otros que no y otros más que habría que hacerlo con cuidado, aunque para el psiquiatra Max Silva Tuesta, Psicoanálisis de Vargas Llosa, desde la doctrina psicoanalítica no habría ningún problema. Por su lado, en los textos sobre teoría literaria, por ejemplo en La verdad de las mentiras, el literato no se pronuncia claramente sobre esta cuestión, aunque no excluye que la “verdad” del escritor esté detrás de las “mentiras” de la novela. El mismo no tiene problemas en La utopía arcaica... en sacar conclusiones acerca de la sexualidad de Arguedas a partir de su obra de ficción. Para mayor desconcierto cabe recordar que, en diversas declaraciones, el autor asume que participa de varias de las ideas de don Rigoberto, personaje de sus novelas eróticas, aunque no precise cuáles.

De la revisión de su producción, tanto como novelista cuanto ensayista, es posible pensar que aparte de la desinformación básica que luce en materia de ciencia sexual, coincidiendo con su perfil sexual cognoscitivo y valorativo se advierte en sus relatos un gran ausente: el amor de la pareja, que como experiencia personal o como idea normativa de la organización social ha sido tratado esplendorosamente en la mejor literatura, tal lo testimonian el mexicano Paz y el peruano Chiappo.

Analistas especializados independientes, que no se encuentran fácilmente, han observado desde el ángulo de la crítica literaria que en la novela El Paraíso en la otra esquina, motivo de este comentario y en el cual por razones obvias no incursionamos, parecen haberse perdido las habilidadesnarratorias del escritory que resulta algo forzado encontrar vínculos reales entre las dos historias paralelas de Tristán y Gauguin, amén de un “exceso de didactismo” con “desmedro de la tensión dramática”. Pero hay acuerdo general, en coincidencia con el propio escritor, que es la historia de la pasión, social de un lado y artística del otro, y que su eje es el sexo. Una cosa sí está clara, confirmada en esta novela, y es la obcecada actitud de no aceptar la existencia de la normalidad junto con la desviación en la conducta sexual. Esta cerrazón sobre una materia tan rica como es la sexualidad, afecta sus posibilidades de desarrollo creativo, que son muchas como lo ha demostrado.

En lo que sigue vamos a escudriñar, sólo desde el ángulo de la medicina sexual, la elección y el manejo de los temas sexuales como la conducta asociada de sus protagonistas, tal como figuran en la novela El Paraíso en la otra esquina.

 

Amor, literatura y medicina

La literatura, en particular la poesía, se ha dicho que ha contribuido al entendimiento del amor erótico tanto como la filosofía, pero en este libro el amor es deliberadamente excluido y no aparece en “ninguna esquina”.

Octavio Paz, en su libro La llama doble. Amor y erotismo, presenta una visión refinada del amor y sus vínculos con la literatura, y lo interpreta como el invento de una época, ocho siglos atrás, que persiste sin cambios fundamentales hasta nuestros días. Comienza hablando de su evanescencia: “Nuestra pareja tiene cuerpo, rostro y nombre pero su realidad real, precisamente en el momento más intenso del abrazo, se dispersa en una cascada de sensaciones que, a su vez, se disipan” (p. 9) y comparando al amor con la poesía agrega: “El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora. El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora” (p. 10).

Luego, en el proceso de las distinciones entre sexo, erotismo y amor, desenvuelve sus ideas principales: “La primera nota que diferencia al erotismo de la sexualidad es la infinita variedad de formas en que se manifiesta, en todas las épocas y en todas las tierras. El erotismo es invención, variación incesante; el sexo es siempre el mismo. El protagonista del acto erótico es el sexo o, más exactamente, los sexos” (p. 15) y, aludiendo a la normatividad del instinto, aclara: “En todas las sociedades hay un conjunto de prohibiciones y tabúes —también de estímulos e incentivos— destinados a regular y controlar al instinto sexual. Esas reglas sirven al mismo tiempo a la sociedad (cultura) y a la reproducción (naturaleza). Sin esas reglas la familia se desintegraría y con ella la sociedad entera. Sometidos a la perenne descarga eléctrica del sexo, los hombres han inventado un pararrayos: el erotismo” (p. 17).

Asumiendo enseguida que el erotismo es una experiencia universal que no distingue personas ni condición cultural, afirma: “El sentimiento amoroso es una excepción dentro de esa gran excepción que es el erotismo frente a la sexualidad. Pero es una excepción que aparece en todas las sociedades y en todas las épocas. No hay pueblo ni civilización que no posea poemas, canciones, leyendas o cuentos en los que la anécdota o el argumento —el mito, en el sentido original de la palabra— no sea el encuentro de dos personas, su atracción mutua y los trabajos y penalidades que deben afrontar para unirse” (pp. 33 y 34), terminando con una síntesis: “La imagen de los círculos concéntricos, evocada al comenzar estas páginas, regresa: el sexo es la raíz, el erotismo es el tallo y el amor la flor. ¿Y el fruto?, los frutos del amor son intangibles. Este es uno de sus enigmas” (p. 37).

Su visión del amor al término del siglo XX es muy pesimista, y al referirse a los estudios sobre “la salud histórica y moral de nuestras sociedades”, apunta: “Sin embargo, en ninguno de ellos —salvo unas cuantas excepciones que pueden contarse con los dedos— aparece la más ligera reflexión sobre la historia del amor en Occidente y sobre su situación actual. Me refiero a libros y estudios sobre el amor propiamente dicho, no a toda esa abundante literatura acerca de la sexualidad humana, su historia y sus anomalías. Sobre estos temas la bibliografía es muy rica y va del ensayo al tratado de higiene. Pero el amor es otra cosa” (p. 133).

El psicólogo Leopoldo Chiappo, en su libro Psicología del amor, también hace una rotunda diferenciación entre sexo, erotismo y amor. Empieza señalando que para una psicología fundamental del amor es imprescindible: “...sobrepasar el hecho de que el amor es, también, una experiencia afectiva, de ardientes raíces biológicas y de azul respiración espiritual, para entender el amor no sólo como un hecho sino como una dimensión existencial de la vida humana, una manera maravillosa de vivir, amorosa” (p. 12). El sexo sin amor, el desamor, es criticado duramente por Chiappo, cuando trata de ser justificado: “La racionalización de esa frialdad fundamental se observa en justificaciones de tipo moral convencional que aparecen como justificaciones a posteriori para calmar la angustia que produce la frustración de la vida que es no amar, no poder amar algo o a alguien por lo que o por quien se podría arriesgarlo todo. Es la forma sutil de la hipocresía que podría llamarse hipocresía vital” (pp. 14 y 15).

Discrepamos sin embargo del ensayista mexicano que considera que sólo la visión espiritual del sexo puede provenir de aquella encarnada desde la literatura. También en la sexología médica, además de las frías descripciones fisiológicas, caben los acercamientos cualitativos a la sexualidad humana, como es constatable en lo que se ha publicado desde la vertiente médica.

Sin embargo, la sexología clínica tradicionalmente ha descuidado el amor de la pareja y por eso su ausencia es notable en la educación médica y la práctica profesional. El psiquiatra americano Levine pensó que la omisión se subsanaría con la emergencia de la terapia marital de los 70, lo que no ocurrió, pero espera que la nueva percepción del sexo contextualizado de la mujer, en el 2000, sea una nueva oportunidad.

El amor conyugal ha sido descrito por Bergner, 2005, como un fenómeno psicofísico en que coinciden dedicación y admiración, deseo sexual e inclusión, compromiso y exclusividad. No sería un sentimiento sencillo sino una emoción compleja alimentada por la reelaboración afectiva proveniente de la propia persona y la familia, la cultura y los valores y también la experiencia de pareja previa. Hay mucho más que decir sobre el amor tal como es considerado por psicólogos, psiquiatras y especialistas en ciencias humanas. Pero no es éste el sitio para tratar sobre la evolución de la expresión amorosa, los tipos de amor, los efectos del fenómeno infantil del “apego” y aun la llamada biología del amor: sistemas neurales, emoción —motivación, vivencias y química cerebral.

 

La novela

La vida erótica de los personajes en El Paraíso... está marcada exclusivamente por el sexo y en algún grado por el erotismo. El amor, la etapa más elevada del vinculo erótico, está ausente. Además presenta al sexo en su versión brutal y deshumanizada que sólo adquiere breve lirismo en la supuesta relación homosexual de Flora con Olimpia, aunque esa era la presentación de esperar en el caso del escritor.Las historias afectivo-sexuales de los personajes no se explicarían porque éstos no hubieran tenido capacidad de amar, sino por: ¿elección consciente (¿o subconsciente?) del escritor? ¿aversión por la sexualidad normal? ¿falencias de formación? ¿dificultad para tratar un asunto asaz complejo como es el del amor? ¿necesidades de la novela?

El pintor. La primera relación del pintor, llegado a Tahití, que augura lo que está por venir, fue con una prostituta, pese a que fue invitado por la sociedad europea de la isla, lo que le abría otras posibilidades: “Pero la noche que pasaron fue tan grata que Titi Pechitos se negó a recibir su dinero. Prendada de él, se quedó a vivir con Paul. Aunque prematuramente envejecida, era una gozadora incansable y en esos primeros meses en Tahití lo ayudó a aclimatarse a su nueva vida y a combatir la soledad” (p. 27). Desde el comienzo, como veremos, el escritor se apunta a la hegemonía de la instintividad, que se confirma cuando comenta lo ocurrido, alejada la Titi Pechitos del pintor: “A las pocas semanas de la partida de Titi Pechitos, comenzó a sentir hambre de mujer” (p. 28).

Consecuente con las relaciones deshumanizadas que MVLl le adjudica al pintor, éste no tuvo otra idea que comprar una mujer, en este caso una niña de trece años, que Gauguin parece rememorar más tarde: “Muchas veces recordaría esos primeros meses de vida conyugal (sic)... con Teha’amana... su mujercita era una fuente inagotable de placer. Dispuesta a entregarse a él cuando lo solicitaba” (p. 29). La relación era meramente instrumental, la joven era un objeto, confirmándose al describir su vínculo: “Su viveza natural, su diligencia, su docilidad, su compañía te hicieron la vida llevadera” (p. 43).

La homosexualidad está también presente en el libro, pero contradiciendo la realidad clínica, como es la tónica en la narrativa de MVLl, que se ajusta por demás fielmente a sus declaraciones reduccionistas en múltiples entrevistas en que ha tocado este desorden. Indiquemos, por su importancia para el caso, que la sexología describe la homosexualidad como un comportamiento compulsivo que aparece a temprana edad. La homosexualidad no es una opción como lo quiere MVLl, contradiciendo nuevamente las investigaciones sobre el tema, por el contrario, es una exigencia casi refleja frente al estímulo homoerótico. No resulta creíble entonces para el lector informado que, frente al joven Kotefa, Gauguin sintiera que: “Su presencia te perturbaba y estuviste a punto de echarlo, pero algo te contuvo. ¿Que el muchacho fuera tan bello, acaso, Paul? Sí, también” (p. 67). Peor aun si Paúl era heterosexual y sin problemas de identidad y el joven que le habría atraído, andrógino. ¿Es posible que la excitación sexual en este caso, ya de por sí ya dudosa, provoque además el deseo de ser penetrado, como figura en la historia?: “La sangre de Koke hervía; tenía los testículos y el falo en ebullición, se ahogaba de deseo. Peor —¡ Paul, Paul!--, no era exactamente el deseo acostumbrado, saltar sobre ese cuerpo gallardo para poseerlo, sino más bien abandonarse a él, ser poseído por él igual que posee el hombre a la mujer” (pp. 71 y 72).

El escritor adopta la posición insostenible en teoría sexual de que la brutalidad del sexo, incluso la crueldad —nada más alejado del erotismo y sí cercano a la desviación— serían para el pintor insumo y clima necesarios para la creación artística. De allí que las relaciones sexuales con las prostitutas del Canal ocurrían de modo que: “No sólo se dejaban tirar por una suma módica, también maltratadas mientras eran fornicadas. Y si lloraban y, asustadas, querían huir, qué fruición, qué destemplado goce caerles encima y dominarlas, enseñarles quién era el varón” (p. 82).

Por supuesto en la lógica de MVLl las relaciones maritales de Gauguin tenían un efecto contrario: “A la Vikinga —‘es decir la esposa’— nunca la amaste así, Paul, como a esas negras de enormes tetas, fauces animales y sexos voraces que quemaban como braseros. Por eso tu pintura era tan desvaída y esclerótica, tan conformista y tímida. Porque así era tu espíritu, tu sensibilidad, tu sexo” (p. 82).

El contraste es claro con la vida sexual que llevó con la esposa, con la que tuvo cinco hijos, y que MVLl devalúa a su antojo. Para el escritor no existió el placer sexual entre los cónyuges, aplicando para esa presunción los que dice serían cánones de la época, siglo 19, sin desde luego sustento en el conocimiento. El pintor entonces lo habría soportado porque: “Tan poco importante era el sexo para Paul todavía en esa época, que no tuvo inconveniente, en esos primeros tiempos de su matrimonio, en acatar la pudibundez de su mujer...” (p .78), justamente la consideración de la pareja, característica del amor, es signo negativo para el novelista. MVLl resulta enfeudado al fundamentalismo sexual que concibe prejuiciosamente que el resplandor del placer sexual es vasallo del sexo extramarital.

El pintor habría discurrido críticamente que: “Había dos sexos y bastaba, para qué más. Bien diferenciados y separados por un abismo infranqueable: hombre y mujer, macho y hembra, verga y vagina. La ambigüedad, en el campo del amor y del deseo, era, como en el de la fe, una manifestación de barbarie y vicio, tan degradante para la civilización como la antropofagia” (pp. 436 y 437).

Las ideas de MVLl, puestas en la cabeza de Gauguin, revelan en aquél una visión de la sexualidad esclavizada a un esquematismo que necesariamente le sirve, a falta de conocimientos, para sustentar su idea, sostenida en otra parte, de la multiplicidad de sexos e identidades sexuales como aspectos ordinarios de la conducta. Es imposible que desconozca que la existencia de dos sexos, varón y mujer, son creaciones filogenéticas, y que los abismos infranqueables que supone el novelista son pura imaginación. La ambigüedad en el amor y el deseo, por otra parte, son moneda corriente en la relación entre los sexos. Muy diferente es cuando la ambigüedad (desórdenes de la identidad de género, transvestismo, etc.) y del deseo (homosexualidad, pedofilia, etc.) adquieren el rango de desviaciones.

La revolucionaria. En la primera oportunidad que el novelista narra las relaciones heterosexuales de Flora Tristán, como era previsible, éstas serán desagradables: “Si lo que sentías por monsieur Chazal era el amor, entonces el amor era una mentira. No tenía nada que ver con el de las novelas, ese sentimiento tan delicado, esa exaltación poética, esos deseos ardientes. A ti, que André Chazal, tu patrón, no todavía tu marido, te hiciera el amor en aquel chaise-longue de resortes que chirriaban, en su despacho del taller, cuando tus compañeras habían partido, no te pareció romántico, bello, ni sentimental. Una asquerosidad dolorosa, mas bien” (p. 49). Por eso insiste en otra parte: “Porque esos dolores allí abajo tú los tenías desde tu malhadado matrimonio. ‘Hacer el amor’, esa ceremonia delicada, dulce, en la que intervenían el corazón y los sentimientos, la sensibilidad y los instintos, en la que los dos amantes gozaban por igual, era una invención de poetas y novelistas, una fantasía que no legitimaba la pedestre realidad”, agregando en la misma línea de aversión de MVLl por la sexualidad normal la acusación no probada contra el marido: “Y, en efecto, André Chazal se vengó. Violando a la pobre Aline, por lo pronto, a sabiendas de que ese crimen heriría a la madre tanto como a la niña” (pp. 360 y 361).

Sin embargo, desde una óptica menos dogmática, otros autores tienen versiones diferentes. Así, Sánchez documenta en forma distinta la relación amorosa entre Flora y Chazal: “Mira, quiero llegar a ser tu mujer perfecta; dicen que no podré. Quiero darte tanta felicidad que olvides todo el mal que te he causado. Quisiera tratar a mi madre como quisiera ser tratada por mis hijos”. Igual lo hace en su libro biográfico de Flora Tristán la escritora Bloch-Dano, quien resalta el afecto de Flora y Chazal: “En las dos cartas siguientes se multiplican las manifestaciones de amor (‘nunca me he encontrado tan bien, adiós, eternamente tuya’) y las alusiones a sus retozos, que no dejan ninguna duda acerca de la naturaleza de su relación. Estos testimonios torpes y conmovedores nos demuestran que Flore ha descubierto con André el amor físico”, y añade: “Observemos de pasada que, relacionándose con Chazal, sus condiciones de vida ya parecen haber mejorado, puesto que la señorita recibe clases de danza y tiene a una aprendiza bajo sus órdenes” (p. 44).

El primer encuentro lésbico habría sido según MVLl insólito como ocurrió con el heterosexual con quien después fue su marido. Sin embargo, pese a que la sexología acepta que la lesbiana seduce a la mujer heterosexual mediante una astuta planificación, ¿por qué en este caso, homosexual, Flora sólo se sorprendió y en el primero, heterosexual, que era presumible, con el esposo, fue una “asquerosidad”?: “...de pronto te tomó por la cintura, te estrechó contra su cuerpo y te besó en los labios. Fue tan inesperado que tú, abrazada de la cabeza a los pies, no supiste qué hacer. (La primera vez en la vida que te ocurría, Florita.) Ruborizada, confusa, te quedaste inmóvil, mirando a Olympia sin decir nada” (p. 395).

En la vena de admiración por la homosexualidad el erotismo lésbico en una mujer heterosexual entregada ardientemente a la justicia social es descrito por MVLl como en la mejor novela rosa: “Hicieron el amor por primera vez no mucho tiempo después, en una casita de campo, cerca de Pontoise, donde los Chodzko veraneaban y pasaban fines de semana. Los álamos vecinos, mecidos por el viento, despedían un susurro cómplice; se oía piar a los pájaros, y, en aquella habitación calentada por fuego de la chimenea, la atmósfera enervante, mareadora, fue desvaneciendo lentamente las prevenciones de Flora. Mientras su amiga la hacía beber, de su boca, sorbos de champagne, la ayudaba a desnudarse. Con desenvoltura, Olympia se desnudó a su vez, y, tomando a Flora en sus brazos, la tendió sobre el lecho, susurrándole palabras tiernas. Luego de contemplarla con minucia y devoción, comenzó a acariciarla” (p. 396). Pero otra vez Bloch-Dano pone en duda las supuestas relaciones lesbianas de Flora con su amiga Olympe: “Es atractiva, gusta, le encanta gustar; todos los testimonios lo confirman. Sin embargo, las confidencias de Flora sobre su vida privada son muy escasas y casi siempre nos vemos reducidos a hacer hipótesis o interpretaciones. Las grandes lagunas que presentan las fuentes no son la única causa. Ella alimentó deliberadamente el secreto” (p. 152) y, refiriéndose a la amistad turbulenta de las dos, agrega: “Sin embargo, esos arrebatos corren parejos a una amistad apasionada, hasta el punto de que a algunos biógrafos han podido parecerles fuertemente impregnados de homosexualidad” (p. 159).

Vargas Llosa sostiene, por sí y ante sí, que el sexo entre iguales hace al ser humano realizado y dueño de sí mismo, cuando al comentar las relaciones sexuales de las mujeres dice refiriéndose a la revolucionaria: “El descubrimiento del placer físico, de un goce sin violencia, entre iguales, te hizo sentir una mujer más completa y más libre” (p. 397). Aquí el novelista claramente asume el estereotipo que es usado como bandera política por el feminismo, cargar negativamente la complementariedad y las diferencias obvias entre los sexos.

 

Significado

La vida sexual de los personajes principales de la novela de MVLl, su respuesta a los estímulos eróticos y la menguada heterosexualidad que se les asigna en contraste con la exaltación de sus experiencias desviadas, tal como son presentadas por el escritor, se explicarían tal vez por la doctrina sexual que lo inspira, aunque nunca la haya explicitado en su conjunto.

El crítico literario Garrigós, en Cuadernos Canela, coincide en parte con esta interpretación cuando, al analizar El Paraíso..., menciona cuatro constantes en la narrativa de MVLl, una de las cuales sería “la familia”, y por eso nos dice: “En los personajes vargasllosianos la familia, casi siempre su fracaso, es una influencia decisiva. Y en esas familias el padre tiene un papel especial, normalmente negativo”, entonces el pintor: “En la Polinesia forja otros lazos familiares, pero siempre muy endebles, como apéndices ensamblados para satisfacer sus necesidades, que se pueden descartar cuando éstas cesan” (p. 54) y asimismo “en la Polinesia se amanceba con chicas casi adolescentes que le hacen más llevadera la existencia y a las que no toma demasiado en serio”.

Otra constante sería, según Garrigós, “el sexo”, señalando “En El Paraíso en la otra esquina la sexualidad es el elemento que sirve al autor para establecer la diferencia primordial entre los caracteres de los dos protagonistas y entre las características de las utopías que persiguen: Flora aborrece el sexo y lo considera un estorbo para su causa; Paul no puede vivir sin él, lo contempla como un ingrediente de su creatividad: el Paraíso que sueña Flora suprime los efectos opresores del sexo; mientras que en el de Paul se eliminan las barreras para disfrutar del mismo en plenitud”.

En resumen, en El Paraíso... MVLl presenta al sexo como un impulso reflejo desprovisto de erotismo, la heterosexualidad desacreditada, la anormalidad intrascendente y por su lado el amor no se encuentra “en ninguna parte”. ¿Es una necesidad de la narración? ¿Aversión del escritor hacia la heterosexualidad como patrón normal de conducta? ¿Desconocimiento de la sexología científica?

Pensamos, sobre la base de su obra de ficción y de la lectura de sus ensayos y la revisión de sus declaraciones en entrevistas periodísticas y otras consignadas en revistas literarias, que se trataría de todo esto junto. Pero es un verdadero misterio que un literato comprometido con lo social y penetrante en sus análisis de los grandes problemas de la humanidad como lo es MVLl, mantenga esta visión simplista, desinformada y enclaustrada en sí misma, acerca de la sexualidad.