Artículos y reportajes
Gente de palabra,
un nuevo libro de José María Gatti
“Un faccioso que juega
con las consonantes
y los puntos suspensivos”

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El cuento es una de las disciplinas literarias, o acaso la disciplina literaria, más exigente. El cuentista, siguiendo o no los consejos de Horacio Quiroga, debe ser preciso, razonar y sopesar las herramientas que utilizará, los recursos que empleará y todos los artilugios que desenvolverá para causar el efecto que desea. Donde el lector, si el escritor equivoca el camino, rápidamente da vuelta la página y no hay manera de hacerlo regresar.

El microcuento es aun un esfuerzo mayor, donde el narrador necesariamente deberá estar de manera permanente con la cuerda tensada para disparar su flecha que deberá dar en el blanco sin desviaciones.

Eso bien lo sabe José María Gatti, y a eso apuesta con solvencia. Gente de palabra, editado recientemente por la editorial Dunken (Buenos Aires, Argentina) reúne 70 microcuentos de José María Gatti, quien ya había publicado Ladrón de desalmados (2004), al que le precedieron dos libros de ensayos Tres ensayos sobre el arte latinoamericano (1980) y Hola, Hemingway. Una mirada centenaria (1999).

En Gente de palabra Gatti apuesta al efecto de esas escasas líneas, como pequeños destellos de luz en un túnel, o la sensación que pueda causarnos recorrer un álbum fotográfico donde cada imagen sugiere, recuerda, nos trae al presente un pedazo de nuestra historia o de historias ajenas que intuimos o imaginamos.

Un amigo, tras leer el libro, me comentaba que le quedaba cierta sensación de haber leído un único relato pero fragmentado en 70 secuencias. Como si el autor hubiera volcado lo que tenía para decir en una extensa narración que luego, deliberadamente, fragmentó. Me quedé con esa idea dando vueltas hasta que caí en la cuenta de que todos, por más artilugios que utilicemos, escribimos una única idea, que vamos dándole forma a lo largo de nuestra existencia, y que puede tener diferentes máscaras, diferentes envolturas, pero que en su esencia desarrollan las mismas estrategias y apuntan a los mismos objetivos.

En estos setenta destellos que Gatti reúne bajo el título de Gente de palabra se respira también un aroma ciudadano muy particular. Una suerte de nostalgia tanguera, inevitable y genética para los que nacimos al sur del continente. Quizá en la actualidad el mundo, y hasta nuestro propio mundo interior, contenga otros códigos, otras contraseñas que permitan abrir las puertas que necesitemos trasponer. Seguramente que sí, pero también nos quedan esas claves pasadas de moda donde la Gente de palabra era la importante. Donde “Había un tiempo, cuando en este lugar todavía la confianza y el respeto no pertenecían a los bienes en desuso”, como el propio Gatti lo expresa, por más que “los años fueron borrando las huellas y las palabras cambiaron de sentido. Hasta el olor suavizó las narices de la gente y la costumbre se impuso a la conciencia”.

Pese a todas esas certidumbres, afortunadamente Gatti apuesta a seguir siendo “un juntapalabras. Un faccioso que juega con las consonantes y los puntos suspensivos”, que con un dejo de ironía afirma tener “buenas intenciones y bastardos deseos de gloria”. Pero como “no vive de lo que escribe pero escribe para vivir” afortunadamente seguirá padeciendo “de defectos tales como: Soñar con voces de esperanza. Luchar contra mis íntimas miserias. Creer que al bien y al mal nadie lo señala con el dedo. Y esperar, siempre esperar, que la paciencia no me abandone mientras viva”.