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El mordido pecho del que mira
Extracto

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I

cuarenta vírgenes secas
hay
en tu mirada,
noventa ramas que cuelgan
y te tuercen el pecho,
y la vista lejana
sin calma pero quieta,
brotada como un callo de árbol viejo.

mujer de brebaje blanco y turbio,
con sobre las muñecas
tus pañuelos estrujados,
y el vientre duro
como tambor de sangre,

tu mesa,
de desesperados intactos de la tarde está servida
y tu cuchara de palo no para de agitar,
las muñecas de trapo
que se cuecen sin agua

 

II

la mímica muda del jardín agitado
tras los vidrios,
cabelleras danzantes de bambúes ocultando el viento,
la vena insipiente de la calma,
y el mediodía, de pie,
con su joroba sorda y con su locura.

algún secreto guarda la mirada del hombre,
la última foto de la casa vacía,
la mesa donde los codos se cansan,
el rictus de daga que queda en el cuello,
el recuerdo,
el vacío en el estómago y en el puesto.

algún secreto guarda la mirada del hombre,
la fiebre de las cosas,
la cena amarga,
la ira del deseo y la euforia confusa
que se va como un eco,

máscaras desconchadas puestas bocabajo,
muertos paraguas fríos como lagartos en la boca,
la brizna de paja en el jarrón de rosas, lleno de arena,
como si se creyese que la arena es como el agua.

 

III

Cómo Bombay llega a mi recuerdo:
negra serpiente del fango,
lejana mujer dormida.

Qué tristes fantasmas traes Bombay
instalada en tu lenta geografía de peste.
Perturbas, agitas el polvo sobre el jarrón de rosas,
agitas otros fantasmas también
y como polvo se van,
pesada caes con tu pestilencia,
ciudad podrida.

Bailaron mujeres antes alrededor de la fogata
pero los maridos murieron en la India,
enloquecieron con tu fango,
Bombay,
con tu pantano inmenso.
Volviste negros todos los huesos
bajo tu tierra maldita;
en mil años carcomerás de nuevo
todos nuestros increíbles puentes;
tu fiebre inyectada en nuestra sangre
nos hará pulular cual insectos;
amaremos sobre tus cloacas,
y al fin besaremos la tierra
con nuestros labios vacíos,
embutidos de nada;
tercos en su beso.

Hombre,
triste es el sonido de tus pisadas
sobre los pequeños charcos;
mirarás el agua muerta,
los últimos peces agitándose,
con la mirada de hueso de los fósiles.
Excava la tierra, hombre,
húrgala hasta la roca madre,
yergue tus pilares para el puente,
él nunca se moverá de allí;
y luego baila sobre el fango,
pero descalzo,
porque los zapatos sonando sobre el fango
suenan tristes.
Baila,
baila sobre el fango.
Es tuyo.
Podría ser tuya también la arena en vez del fango,
pero es el fango.

Y las mujeres,
¿a dónde partieron?
Porque esta mujer es demasiado inmensa.
¿Cómo hacer el amor con sus poros
si son tumbas?
Baila sobre el fango, hombre,
hoy no hay fogatas nupciales,
sólo un gran fuego de agua
hasta la médula.

 

IV

de rojo el sexo,
abierta espera,
y dura carne,

izando el tacto,
cogiendo rumbo,

a la nada

 

V

Qué haces aquí corazón,
por qué no zumbas y te vas,
escarabajo de la noche,
negro y rojo;
apenas puedes respirar
en ese pecho inmóvil
hecho para la olvidada guerra

El amor,
lánguido ejercicio o violenta matanza,
¿tiene algún sentido para ti?

¿Quisieras subir una montaña más?
O volver a la feria, ver algún payaso, algún mal actor

Bombearás la savia hasta qué última mirada,
corazón,
¿cuándo te irás mudo cangrejo?
hacia atrás,
hacia el lado,
marchando entre las rocas

 

VI

amabas la botella oscura
que llega a tu isla desde el naufragio,
antigua y trayente del sudor de cansados marineros,
ya muertos; nostálgica, tétrica y
perversa, te vestías descuidada de mar,
secabas las raíces del árbol
que impetuoso desuella la tierra
como tumba viva bebedora de sales.

el día de tu amante y la marea
estiraste tu cuello ante los golpes,
del viento y del placer;
perdiste la vista loca;
andrajosa, empuñaste el día,
las tercas horas de la mañana encandilada
y la noche fue el rito de un cansancio,
púrpura y carnoso.

huiste, abrazaste la nada
con las ramas del cofre del ayuno,
y no bastó
porque los cerrojos de tu infanta crin
cayeron al ágata líquida,
desnudando el alma, la médula tímida;
entonces; el beso que moja el grano de arena de la teta mansa,
el arrullo de palomas violentas en jaula que cuelga,
el tonto, tosco y consuelo
de la breve caricia,
el penitente cantar de la negra en parto,
el grito nocturno diluido en brisa silente,
entonces,
ni el olor a maldición
ni el frío andar de los camellos cruzados
entrando a Judea. Ni la resignación.

la lágrima brotó del ajetreo cálido,
un llanto fuerte de fuente seca de sirena,
trenza, exilio, recogimiento,
vértice,
fue, la posesión del crepúsculo,
la tristeza del tacto,
el lamento del hada deseosa.

la lágrima brotó del ajetreo cálido,
creímos en el dolor y en el vértigo

 

VII

Sólo queda un ángulo de satisfacción
Quebrado reptante debajo de un puente