Letras
Reuben’s Five

Comparte este contenido con tus amigos

I

¡Odio este maldito malecón y el cinismo de sus gaviotas cagaturistas! No sé cómo llegué aquí... Es como si hubiera estado toda la vida frente a los rostros fantasmagóricos de mis seres queridos. ¿Fue ayer? ¿O sucedió después de la borrachera con Kansas Kid en el Jazz Quarry? No, no lo recuerdo, ni me importa. A estas alturas, quién se acuerda de uno. Nadie. ¡Todos están muertos! Bien fríos y jodidos. Y esta desgraciada sed que no me abandona. Un pinche dólar, como dicen los mexicanos, arreglaría todos estos problemas. El bebop del agitado burbujeo de una Hamms podría transportarme a Harlem. Allí sería feliz, aunque fuese por unos miserables instantes en los que podría soplar y soplar hasta reventar mis carcomidos pulmones de sapo desdentado. El blues de Carolina y Detroit. Coleman Hawkins en la radio, ¡aaaaaah! La digitación con el palo de escoba, los aplausos de mis hermanos y la ausencia maternal. Eli por aquí, Eli por allá, y al final ¿qué? Ni para una Rainier: fría y espumosa. Aquí vivió Jimmy, en el pequeño San Francisco. Somos huérfanos apátridas. Eso sí, aquellos buitres arrogantes continuarán mercadeando todo lo nuestro. Que si te bajas después o antes. Ya voy. No voy. Me quedo. Párate y déjame salir. ¡No! Sal tú, cabrón, hijo de puta. Sí, si ese imbécil hubiera sabido que una vez que te subes, nunca te bajas. ¡Cretino! Todo se desvanece en un estruendo poblado de arácnidos multicolores que desparraman sus gigantescas patas en la penumbra de las islas San Juan. Es como un cuatro de julio frente al mercado repleto de gente que se niega a fomentar tus necesidades básicas... ¡La democracia para unos cuantos! Al menos, por allá no era tan negro, más bien siempre me vieron como un gringo de color y talento excepcional. Fui pájaro de medianoche, exótico, raro, cuyo cuerno invocaba a Osiris en busca del falo extraviado en las dunas norteafricanas. Aquí soy un pedazo de mierda renegrida. Seattle, Washington, New York, Detroit, South Carolina, Berna, París, Barcelona y Tete Montoliu. Aquellos ojos, ahora apagados, cautivaron la melancolía del alma. Darmouth College, Yale... Detesto la academia plagada de eunucos descoloridos y cuellos rojos kukluxclaneros. ¿Cómo es posible interpretar el llanto de la indigencia? Nunca se es tan afortunado cuando te fuerzan a atragantarte con mendrugos rancios debajo de los puentes de una civilización impregnada con amargura histórica. Cuando, y a pesar de las canas y tu familia, todo el mundo te muchachea. Mi padre se dejó el pellejo en los rastros así como yo abandonaré esta desgastada piel de sierpe en la vacuidad de calles empapadas de orín e insultos cotidianos que ni siquiera la lluvia cristalina logra limpiar. El vino francés, el coñac o todas las bebidas del mundo, nunca han logrado amainar este swing interno que viene y resurge una y otra vez. Es incesante y te acecha, tomándote de la mano para arrastrarte hasta las esquinas más oscuras de la plantación: Lord, Lord, am I ever going to know?

 

II

Sólo espero que las paredes de chicle no aplasten mis descalcificados huesos que tiemblan extasiados de vértigo ante el incesante zigzagueo del cuarto. Me duele todo, es horrible llegar a viejo y sin un penny en el bolsillo. No aguanto los vómitos provocados por la insípida alimentación de este hotel. Al menos si Eddie pudiera darme un adelanto para mudarme a un sitio mejor. Me gustaría vivir en la pensión que está junto al río, a un lado del puente donde brilla el sol. Sí, eso. Le diré que necesito unos cuantos francos para solventar una gran emergencia. No, no me los negará, ya que mañana es el concierto con Martial. Eddie sabe que soy un profesional. Es un lujo poseer a Lucky: maestro del saxo soprano. Pediré un taxi para largarme de este cuchitril... el frío es insoportable; no se puede ensayar bajo tales condiciones.

 

III

Apenas y siento mis dedos acalambrados. Ni siquiera estos guantes de lana escocesa logran retener el calor que se disipa a través de los orificios. Así no se puede trabajar. ¡Carajo! La gelidez del metal entorpece la digitación. Huyen las escalas y reaparecen disfrazadas de melodía para arrullar a mi Thelma. Nada sustituye el vino de bordeaux y una ducha caliente que se desparrama entre las ingles hasta besar cariñosamente las plantas de los pies. Te ríes y agradeces el lapso placentero. Chapoteas como un niño bajo la lluvia canadiense: chip, chap... e imaginas volver a encontrarte con la sombra de Malcolm Lowry. Él sí que sabía beber y disfrutar de la naturaleza. ¿Raíces y frutos silvestres? ¡Qué hay de aquella vaca que cocinamos a la usanza húngara!

 

IV

Estar y ser una jodida estrella opaca. Ser y no estar. Yo soy Eli, y no puedo estar porque nunca se me ha permitido ser. Te apabullan y acosan en la jungla urbana planificada para los blancos clase-medieros, cuyas miradas gélidas prejuzgan una situación ininteligible a sus camisas almidonadas y pantalones planchados en tintorerías baratas de barrios inodoros. Soy un miserable negro que les está estorbando la posibilidad de tener un día agradable en esta Disneylandia de rascacielos impregnados con autómatas que sueñan cada vez que levantan la mirada hacia el Penthouse. Intuyen que así se podrá estar más cerca de Dios. Cada domingo rezan crudos y tratan de erradicar el odio histórico, infiltrado por generaciones. Expían la inmoralidad aprendida con dádivas mezquinas que justifican nuestra presencia frente a la sobriedad de aquel inmueble. A pesar del oleaje, los he visto marcharse serenos en naves que se aventuran a penetrar una vez más el mar de asfalto y cemento. ¡Soy, pero ya no estoy! Mi mente, embriagada con luz de luna, canturrea la amargura de ser y no poder estar como uno quisiera... desde las alturas diviso el tono: son el ragtime y el blues que me hablan a borbotones en la estrechez. En lontananza percibo una vida que pudo haber sido y es a través de sonidos que bailotean encima del pentagrama, discuerdan, parlan y dan la sensación de haber enloquecido. Nos miramos incrédulos. Ha pasado tanto tiempo y todavía estoy en busca de las llaves.

—¿Verdad?

—¿Te acuerdas del estampado que vaticinó tu existencia afortunada?

Cruzas la avenida del puerto abrigado con ropa de la Thrifstore. Diriges una mirada caleidoscópica a tu alrededor para encontrarte solo entre el ruido silencioso de la tarde que azota recuerdos dispersos en tu memoria fragmentada. Una película teñida retrocede y avanza a control remoto mientras las imágenes se multiplican en orden ascendente. Son tan reales que casi puedes palparlas, oler y degustar con estas encías y papilas semimuertas. Vociferas insultos que aceleran el paso rápido de los peatones que quisieran ignorar la incómoda realidad de tu presencia. Varios adolescentes ríen dentro de un tranvía, y desde allí te importunan insistentemente con el dedo cordial. Saben quién eres. Los automovilistas disimulan el nerviosismo, aseguran las puertas y miran hacia el acuario en espera de la luz verde. It’s just another daaay Du Du Du Du Du...

 

V

Quisiera recordar qué sucedió con mis saxos. Sé que malbaraté el Ford, mi última casa, por eso y hasta ahora, dormía en la calle. La verdad es que nunca se tiene nada. Una extraña sensación recorre el cuerpo que me aprisiona. Quizá cuando lo abandone seré afortunado en una atmósfera libre de castas y diferencias económicas. Dicen que soy un demente senil, los escucho inmóvil mientras administran la extremaunción. Todo cambiaría si entendieran que todo lo que necesito es un buen trago doble. ¡Qué agradable sería despedirse bajo los efectos de un whiskey fino! Eso sí amainaría el estar aguantando a tanto cabrón que pretende ignorar quién soy yo. ¡Bah! Miran con horror los estertores provocados por tantas carcajadas. Es mi única defensa.