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Abordajes y constelaciones
Extracto

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Inventario de amores

De la vida mía que me corresponde
pretendo la vigilia de la arena
y el viento en los cabellos de abanico
y las respiraciones de todas las auroras
y el color blanco del silencio.

Porque yo amo lo que persiste
y lo que no permanece;
amo esta página que voy cubriendo con velocidad,
amo esta tinta entendida como una nueva sangre,
amo este día que es hoy pleno sol
y mañana hermosa lluvia,
amo la techumbre sembrada de estrellas,
las geometrías cinceladas
en las márgenes estrechas de recodos sin nombre,
aquel bar clausurado por el olvido
y los pactos secretos entre el trueno y la noche.

Yo soy de aquellos que no pueden ser
sin que los caminos no les pertenezcan,
sin que las voces no les deparen alegrías,
sin que los mares no se habitúen a ellos,
sin que los cerros no perforen sus almas.
Por ello, Quietud, no me reclames,
porque tú sólo debes acudir ante el deseo
y yo no tengo curiosidades de muerte y además
el tiempo todavía tiene que ejercer en mí
toda su autoridad de flores y vísperas,
de besos y anunciaciones.

En el tiempo del ocio, detenido ante el mundo,
muchas veces caigo en la tristeza de pensar
en las tierras que no visitaré jamás,
en los valles que nunca abarcarán mis ojos,
en las distancias extremas de la hondura antártica
o en los altísimas cimas a las que ya he renunciado.

Es así que deseo romper los moldes de mi universo,
avasallar todas sus ruinas,
incendiar sus archivos ordinarios,
olvidar aun las prácticas extintas
y ser una porción al menos
de todos los buques que parten y llegan,
de todos los preludios que se agitan en el aire,
de todas las promesas que saben de eternidad,
de todos los puertos exóticos y ultramarinos...

Voces que no conozco me llaman lejanamente,
me arrastran hacia todo límite,
me dividen en dos como el horizonte
y me procuran ideas formidables.
Un sentimiento de fiebre,
un salvajismo de toda intolerancia me posee entonces
y mi espíritu es violado reiteradas veces
por sus ansiedades y dinamismos.

Yo no tengo talento para la cotidianidad; yo
quiero ser real, sanguíneo, desesperado,
testigo, cómplice, heresiarca,
enviar y recibir correspondencia por toneladas,
olvidar que hay una vida diaria
y proyectar, proveer, escapar.

¡Cómo los envidio, hombres de la naturaleza,
jinetes, buzos, aventureros,
escaladores, poetas, navegantes!
Por uno sólo de sus días yo daría mi presente
y por el menor de sus planes yo daría mi destino.

Vuelvan, amigos de otras eras,
amigos que no conocí,
emperadores, cruzados, contrabandistas,
corsarios de todos los mares, vuelvan,
vuelvan con sus travesías y hemisferios,
vuelvan con sus naves de enormes velámenes,
regresen a mí con sus excepciones de tierra,
sus músicas lejanas
y el sabor indescriptible de las gestas.

¡Hola, perfumes de lo novedoso!
¡Bienvenidas, máquinas que traspasan todos los límites!
¡Pasen y quédense, emociones de lo mal visto, de lo irreal!
¡Ardan en mí tendencias irresponsables!

¡Ah, cómo no amar lo imperfecto,
ser un poco la taberna de la aldea hedionda
y otro poco el azar en las barajas
y fumar, beber, luchar,
nadar desnudo por los ríos de montaña,
tremolar las banderas de los dioses!
¡Ah, el tiempo perdido en las ramblas lejanas!
¡Ah, los muelles, las islas, los deltas!

¡Qué felicidad sería tener en cada camino un albergue,
en cada ola un apoyo,
en cada amanecer una fuga
y no arrepentirse uno
de ser y no saber,
de existir y arriesgarse
y ser unidad con la cercanía del paisaje
sin más equipaje que el deseo
como pasaporte del alma!

Pero ay de mí si el pasado regresa una y otra vez
porque retornará todo lo que no he sido,
todo lo que no he hecho,
todo lo que no ha muerto en mí.

¡Alas, portillas, profundidades,
ojos de buey, trópicos, botavaras,
todos, todos ustedes caigan dentro de mi corazón
para que después no digan
él creía, estaba enamorado y tenía sueños,
y era un poco como cada uno
y terminó andrajoso de fe!

Porque al fin y al cabo la mejor manera de vivir es sentir,
sentirlo todo,
sentirlo todo efusivamente,
sentirlo todo como si fuera una última oportunidad,
sentirlo todo con los ojos hasta quedar ciego,
sentirlo todo con la voz hasta quedar mudo,
sentirlo todo con la sangre hasta quedar vacío
y decirle a quien quiera oír
que uno ha estrechado la cintura del mundo
y que ha vivido en los anhelos de los hombres.

Ah, llegar a ese estado proclive a las desmesuras, a la exageración,
existir en esa frontera entre la ferocidad y el abandono
para que entonces, cuando llegue el misterio de morir,
mi corazón retorne a su letargo
y comiencen a ondear en mi pañuelo
todos los adioses.

 

Oda

En todo te veo, Noche,
en cada esquina,
en cada mano que se estrecha,
delante de los ojos,
detrás de las órbitas
y siempre siendo tú
la misma que recorre los senderos de la luna,
la misma gota que sacia la sed
de la tierra
y de los hombres.

Pero hay algunos que no te ven,
espíritus frágiles que no te conocen,
trabajadores que jamás despiertan a medianoche.
Por eso es mi deber contemplarte,
para contarle a esa gente cómo eres,
para que sepan
cuántas hadas y elfos recorren tus entrañas
y perciben los aromas de tus horas infinitas.
Entonces,
cuando llegue el día en que deba responder
lo haré con el orgullo del deber cumplido,
y si me preguntan si eres
la perversa cómplice de lo oscuro y del delito
con satisfacción les podré decir:
No es cierto.

 

Quemar las naves

De algo, de alguien, de algún lugar
llega hasta mí esta necesidad vital,
esta inquietud creciente, desconocida herencia.

Nostalgia de mis tiempos por venir llevo en la sangre,
anhelo que sacude los nervios de su centro,
que lleva en mis fibras un código inaudito.

¡Ah, vagar, estar, fugarse,
y haberle sido infiel a las costas
por haber amado a las montañas,
y haberle sido infiel a las montañas
por haber amado a las llanuras,
y haberle sido infiel a las llanuras
por haber amado a los valles,
y sin embargo no haber sido infiel jamás
por haberlos tratado a todos como amigos,
como medio hermanos,
como un otro yo perdido!

¡Búsquenme en el área de los despachos,
encuéntrenme en los vagones repletos de rumbos,
verifíquenme en la ola que va y vuelve,
en el río que va y no vuelve jamás!

¡Ah, luces salvadoras de los faros,
silbatos que siempre anuncian algo,
ráfagas que nos empujan hacia nuestro destino!
¡Ah, deseo de cosas que no son cosas
ni ambigüedades ni pensamientos!

¿Dónde estás en mis días,
mar que pares todos los barcos del mundo?
¿A quién debo dirigirme
para saciar fronteras?

Yo soy de aquellos que prefieren la piel henchida de deseos,
de aquellos que están siempre dispuestos a empacar
porque saben que todo viaje es un regreso hacia alguna parte
y siempre hay alguien que está esperando.

¡Que me busque la dicha y me encuentre
en algún lugar del silencio!
¡Que el ocaso, el ansia, la duda
recuerden que fui parte de ellos!
Prometo hacer de mis músculos un jirón de sensaciones
y una batalla permanente de mis huesos;
bailaré al ritmo de todas las mareas,
defenderé la circulación de las auroras,
seré pastor de vientos y constelaciones,
iré al entierro de todos los pájaros del mundo.

¡Ah, vivir en este momento
en aquel momento
y cansarme, sí, pero no cansarme nunca,
ser el centro del universo todos los días del año
y que el mundo entero me olvide durante toda mi vida!

¡Hacia ti, hacia ti, hacia donde sea
ser llevado, traído, abandonado,
oh, noble sustancia del movimiento!

 

Desde tu último cielo

Lluvia. Cascabel húmedo. Palabra de agua.
No hay sonido que se te parezca, nadadora en los aires.
Como enfurecida caes y sin embargo
tu espíritu es sutil, fugaz amor que declina
su voz hacia la tierra
echando anclas del otro lado de la aurora.

Lluvia, he decidido llamarte asombro por tu violencia,
por tu rostro lleno de sudores,
porque permaneces en el tiempo como amarrada a la eternidad
y en tu génesis antigua
dejas una impresión de escándalo fugitivo,
de cita de poderes,
de un paseo arrimado hacia la cólera
que ha avanzado en su transgresión
para convertirse en este cielo impostergable,
este comienzo en lágrimas,
esta multitud sin prisa ni retorno.

 

Huésped

Del tiempo hacia acá
me han sucedido apenas dos cosas: nacer
y haber nacido.

Un temor envolvente me acecha
cuando pienso en ello,
cuando se me ocurre
que la realidad siempre se acerca
a lo que uno quiere vivir,
al menos inconscientemente.

En verdad no soporto la idea
de ser un extraño para mis sentidos,
yo, que de niño no soñaba
ni imaginaba
ni aspiraba
y que ahora me veo abrumado
por infinitos planes que nunca tuve
y que no sé de qué prisión escaparon.

Admito que no hay momento
en que pueda comprender cabalmente
que haya sitios maravillosos que no conozca
o vínculos magníficos que no se me hayan ocurrido.
Reconozco que no hay instante
en el que pueda concebir con sensatez
que el vacío de mis días esté repleto,
que mis ojos estén cansados
de no haber visto.

Bien cierto es que me asustaría morir
sin haberme conocido en amparos remotos
y apenas haber adivinado la existencia
como algo más afortunado que yo,
más humano que mi ser,
más sensible que este pobre interior mío.

Ah, belleza del llano incomparable,
luces de ciudades diametralmente opuestas,
dársenas quietas a la espera del bajel
y nuevamente la íntima satisfacción
de estar cerca de estar lejos
y comprobar a cada paso
que el recuerdo es un mundo donde se está solo
y que uno no tiene instantes
sino vida.

 

Certeza

Paz contra paz
                          Fuego vestido
Estrella caída sobre labios blancos
Torre provista de índigo y cielo
Centro de mujer
Río de luces en los corazones fijos.

Estoy atado a ti
como estoy atado al mundo,
Majestad lírica de las cosas
Surtidor pequeño y en fracciones
Jardín de grandes hojas inescrutables
Maná sensible

                              Poesía.

 

Botella al mar

Tal vez sea justo
que haya llegado hasta aquí
sin verdadera memoria.

Tal vez sea justo
que de todos los bienes habidos
sólo el presente me provoque cierto desenfreno,
ni felicidad ni infelicidad
sino esa neutralidad que todos conocemos,
ese tedio y juventud en partes iguales.

Pero ya que somos sueños de carne y hueso
y que todos vamos a morir, irremediablemente,
me regocijo de ello y lo celebro
como un bello crimen.

 

Segunda oda

Cúbreme, Noche, con tus ojos de luto,
cúbreme,
                lléname,
                               sáciame para siempre.
Calla en mis venas como una sombra plácida
y que sean tus horas citas infinitas.

Ven, Reina misteriosa,
perdóname al sol y al mediodía;
que me olvide la luz,
que me absorba el silencio,
que me hiera la dicha.

Confiésate a mí, revélame
tu enorme pecho de secretos
para que no deba estar constantemente
abriendo y cerrando estrellas,
tú, que sujetas a mi esperanza vastedad de amores y me atrevo
a extender sobre ellos mi arco de vigilia.

Cúbreme, Noche, con tus ojos de luto,
cúbreme,
                lléname,
                               sáciame para siempre.
Soy el hombre que se arropa en ti.
Algo me duele cuando estás ausente.