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Poemas

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...a la pequeña de pestañas blancas
y amor en sus ojos de almendra...

Cae en la playa la tarde que soy
herida de faros y gaviotas nocturnas.
Un follaje de arena pasea mi cuerpo
escanciado por la brisa que lo cubre.
Cómo no recordar las noches en el muelle.
Las carreras invencibles entre luna y agua.
El camino plata sobre ondulaciones perfectas.
Recordar árboles vestidos de milagro.
Sí; cae en la tarde la playa que soy,
mi pequeña de pies blancos.
¿Dónde llevaste tu alegría de calandrias?
Juego acertijos desde aquel aciago día.
Apuesto: tus ojos me besan en este instante azul.
Mira, hay una floración de ángeles
en la mitad del cielo.
En la otra, una dulce jauría de amapolas.
Ya la noche es mayor y danza misterios sobre el mar.
Ha caído en la espuma la playa, la tarde que soy.

 

Esta noche...

me visto de ruinas.
Trepan sobre mí
sombras de pétalos morados.
Un enamorado dios
vierte cántaros de cielo
sobre la cruz ceniza de mis ojos.
Esta noche hay estrellas
para recordar mi triunfo
sobre el ocre.
Golpea mi desdicha
el herrumbrado acorde
de un salmo de piedra.
Esta noche
plegarias adornan mi frente.
Espejos de brumas
despiertan al Origen.
Esta noche, sí.
Cinco estaciones refulgen
y todo se transforma.
En la lumbre preñada de luciérnagas
un unicornio señala
el camino hacia el Último Portal.

 


 

Estoy triste, amor, porque callan los pájaros.
La música que nos unía ha callado. Y nuestras voces.
El sol me cubre en esta tarde y no me da esperanza.
La angustia se nutre en mi aciaga intemperie
y hay gaviotas degolladas en la arena.
Se han ido, esos pájaros, tal vez junto al deseo.
Un jirón de mi vida resplandece
en cruces opacas que sellarán mi carne.
No más noches inmortales; no más magia.
Ahora la oscuridad, amor, porque ya no nos amamos.

 

La mujer que fui

Mi nombre entra a una lágrima

Yo te vi en mediodías ardidos de verano
cobijada en el frescor de sombras y de ramas.
Te vi tejiendo anillos con la felicidad
mientras cerrabas pactos de infinito.
Con la boca dulce, te vi, llena de verdes.
Danzabas sueños hechos de paisajes.
Eras colibrí que libaba en el amanecer más hermoso.
Bebías palabras, escribías poemas.
Te nacieron libros —¿recuerdas los años?
Te llenabas de pupilas tatuadas de cielo.
Yo te vi sentada junto a la alegría;
correr en grandes círculos jugando al mundo.
Regalabas frases; perseguías insectos invisibles.
El día te estallaba de luz perfumada de voces.
Ella —la pequeña de pestañas blancas
y mirada como almendras—,
olisqueaba el aire, la vida, el pasto.
Las otras volaban, rodeaban tus libros, picoteaban arroz.
Te vi rodeada de amor en tardes que partían.
Te vi en invierno, cálida y feliz.
Recogías en otoño hojas escarlata y admirabas su belleza.
Te sentías plena con los brotes de septiembre
y con lluvias de octubre bordabas la dicha.
Te vi plácida entre árboles junto a la eternidad.
Sí; yo te vi. Eras mucho, mucho más
que esta pobre mujer que hoy esconde sus ojos.
Mucho más que esta tristeza.

 


 

Alguien horada el mundo
en el borde rectangulado de cemento
adornado con flores de plástico y jarrones.
Allí, donde se ocultan humos fragantes
y bailan tus cenizas la danza de mi angustia.
Alguien horada el mundo visitando tu viaje
extasiada de sueños perpetuos, aquí,
donde estás como si no hubieras muerto.
Donde el rostro de los ángeles
besa tu perfil blanco de praderas y vida.
Quizás fui yo la que vino
a pronunciar lo impronunciable
pensando tu muerte
libre de árboles quemados y mariposas ciegas.
O vine a buscar gorriones abatidos,
volcanes melancólicos que te marquen de carbón.
O llegué, acaso, para sobrevivir el rostro del invierno,
llorar, perdida, tu frío de penumbra,
y en el contorno perfecto de tu forma
confundirme, quedarme para siempre.