Artículos y reportajes
Ciudades con aroma de poesía

Granada y Medellín, ciudades con aroma de poesía

Comparte este contenido con tus amigos

Hay ciudades que alguien con buen olfato puede identificar a ojo cerrado. Puertos con olor de pescado, delfín o sirena, megaurbes impregnadas con perfume de gasolina y cemento, poblados boreales que en San Valentín huelen a rosas andinas. Metrópolis que cambian cuatro veces al año de olor, dependiendo del clima, otras ciudades a las cuales, por gracia de Dios, les llega la mejor estación, la cual inunda calles y casas, la poesía.

La estación poética crea un clima muy particular, un ambiente que trasciende los termómetros de mercurio, o las cábalas de los profetas meteorológicos de la televisión. Su temperatura corresponde a la de los cálidos espíritus convocados alrededor de la palabra, refrescados por la brisa que produce el batir de alas de libros, revistas y suplementos literarios, cuando los lectores los devoran con avidez. Quizás se desprenda una ligera precipitación o pertinaz llovizna, desde la altura de ciertos ojos espectadores. Siempre hay luna llena.

Conozco dos ciudades que gozan cada año con esa envidiable temporada, dos ciudades que curiosamente no son capitales de sus respectivos países, pero durante la estación poética se convierten en sedes universales de la palabra, las dos comparten historias complejas y muestran un orgulloso presente, a quienes pretenden enlodarlas recordando tiempos pasados menos afortunados. Me refiero a Granada, Nicaragua, y Medellín, Colombia.

Granada, ciudad cuyo nombre se deletrea como fruta y ha sido cantado tantas veces por aquellos que evocan su semejanza con su homónima española. La Granada nicaragüense es un paseo colonial a orillas del inmenso lago Cocibolca, el cual guarda en su fondo tiburones de agua dulce y algún poeta extraviado, pues debe recordarse que los poetas son seres marinos que viven en la tierra añorando volar, como dijo Carl Sandburg. En Granada, durante algunos días de febrero, hay convención de duendes traviesos y trágicos. Van dos años de tomas pacíficas de atrios y plazas públicas.

Medellín es un jardín florecido entre montañas, en medio de telares, máquinas de coser, géneros (textiles y literarios), preciosas modelos de pasarela, mentes febriles, manos fabriles. Medellín lucha para que no se le siga injustamente catalogando con etiquetas negativas, sólo explicadas por la ignorancia o la envidia. En junio hay cosecha de flores y rimas, abarrotando parques, universidades y teatros. Los prometeos culpables de esta fiesta permiten que la llama de la poesía ilumine una ciudad famosa por su alumbrado navideño. Este año alcanza el tomo XVI, tomo de estrofas habladas.

¿A qué huele la poesía? Es un aroma tan particular que se aprecia con los demás sentidos. En mi caso, prefiero aspirar la poesía con los ojos bien abiertos, otros la gozan con el tacto, en forma de caricia braille sobre versos brotados en la piel del papel, algunos la degustan escuchando las palabras vivas de los poetas. Como sucede en Granada y Medellín.

 

El escritor y diplomático colombiano Dixon Moya exalta el aroma a poesía que, en ciertos momentos del año, puede apreciarse en dos ciudades latinoamericanas: Granada y Medellín, en Nicaragua y Colombia, respectivamente. “Dos ciudades”, las describe Moya, “que gozan cada año con esa envidiable temporada, dos ciudades que curiosamente no son capitales de sus respectivos países, pero durante la estación poética se convierten en sedes universales de la palabra, las dos comparten historias complejas y muestran un orgulloso presente, a quienes pretenden enlodarlas recordando tiempos pasados menos afortunados”.