Letras
Tres cuentos

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Estiramiento de las sombras

Comenzó a sudar frío. Lo ponían nervioso los retrasos y por primera vez sufría uno con la redacción del informe semanal, el cual finalizó y entregó a las siete de la tarde. La sudoración desapareció mientras salía. Al atravesar el umbral del edificio se detuvo bruscamente: en la calle todo se veía distinto de lo habitual, los árboles, los muros, las personas, el monumento en la plaza; lucían ajenos. Luego de sortear un momentáneo bache de perplejidad, se dio cuenta de que el ocaso era inminente y que las sombras estaban alargadas por la posición del sol. Concluyó que ésto, sumado a la luz opaca del crepúsculo y a su costumbre de abandonar la oficina cinco en punto con un sol más alto, había producido la desorientación. De cualquier modo, antes de hundirse en el tufo del subterráneo, no pudo dejar de sentirse inexplicablemente desprotegido.

 

Con luz mortecina

Dos sombras giran sobre el muro. Con pasos cortos se buscan, miden sus recelos, mientras un eje imaginario las enfrenta sin separarlas. Filosos, pendencieros, los puñales entrechocan y chillan. De repente, una de las sombras cae. Sin saberlo, la otra ha matado una parte de sí misma.

 

Invulnerabilidad de lo corriente

Cuando el maestro le recomendó corregir sus cuentos para limpiarlos de lugares comunes, el escritor novato se interesó en el asunto. Primero eliminó aquellos que le parecieron más evidentes; los “dijo”, los “Cierta vez...”, los “Finalmente”. Al releer creyó que aún podía realizar algunos trueques; cambió las metáforas más simples por las más rebuscadas y buscó adjetivos absurdos para sustantivos poco apropiados. Esto tampoco lo convenció, por lo cual se dispuso a practicar cambios de fondo; invirtió el orden de los acontecimientos y eliminó la primera mención de algunos personajes que luego aparecían misteriosamente. Incluso llegó a inventar vocablos y a mezclar tiempos verbales en la misma oración. Sin embargo, cada relectura significaba encontrar nuevos lugares comunes. Se convenció de que el lenguaje entero estaba mancillado por el uso, que no había forma de escapar a la vulgaridad. Desahuciado abandonó la literatura y al tiempo desapareció, quizá intentado obviar el tan trillado suicidio. En una última nota, que dejó a parientes y amigos, sólo escribió garabatos ininteligibles.