Letras
Las ventanas

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Abrid ya las ventanas
Adentro las ventiscas
y el aire se renueve
Quiero huir de los ámbitos
calientes y tapiados
salir sin compañía
por el mundo adelante.
Carmen Martín Gaite

Cuando murió mi abuelo
a mí no me dejó nada
y a mi hermana la dejó
asomada a la ventana.
Copla popular

Cuando recuerdo la casa familiar, de mi infancia, busco en mi archivo personal de códigos y vivencias y me doy cuenta de que las imágenes que se formaron permanecen inalteradas, como ese polvo fino, obstinado, que se posaba en los muebles, y que mi madre, más obstinada aun, trataba de desaparecerlo siempre. La casa familiar estaba situada a las afueras de un Madrid que crecía sin remedio, al igual que mis hermanos varones. Eran viviendas para funcionarios del Estado, hechas por un gobierno que hacía sentir a diario que habían sido los vencedores de una guerra fratricida y salvaje. De hecho, todos los habitantes del barrio se volvieron apolíticos de la noche a la mañana para poderlas ocupar. Cada familia había guardado en una caja sus inclinaciones y pensamientos políticos y la habían escondido al final del armario junto con otros secretos familiares. La vivienda era lo que se llamaba por entonces exterior; es decir, tenía ventanas que daban a la calle y otras a un patio interior. Los sonidos y las vistas de las unas y las otras eran totalmente diferentes, como diferentes los mundos a los que se asomaban. Las ventanas eran los puntos de enfoque por los que percibíamos otras cotidianidades; por ellas discurría otra vida a la que no teníamos acceso, sólo un mirar calmo y silencioso nos unía a los demás seres con los que compartíamos unos espacios y un tiempo. Hacia adentro estaban los puntos de referencia que nos comparaban a los unos con los otros; costumbres familiares, imaginería, microcosmos.

Las ventanas, como las mujeres, pertenecen al género femenino, especie de metáfora del querer ser, querer estar más allá de lo que nos es permitido; punto de partida hacia los extramuros de nosotras mismas.

La casa tenía un patio interior sombreado y grande, comunicaba a tres edificios, de cuatro pisos cada uno, de dos viviendas por piso. Los espacios que se asomaban a este patio eran los más emblemáticos de la casa: la cocina, una sala y el baño; suerte de entrañas de la vivienda. Los olores y las conversaciones como denominaciones de origen de cada grupo familiar eran del conocimiento de los vecinos. Por la resonancia del lugar nos enteramos del embarazo prohibido y oculto de Adela, la hija mayor de la muy devota familia González; de las trifulcas conyugales de los del tercero B; de la soledad forzosa de doña Concha, especie de vademécum andante de chismes vecinales. Las ventanas de esa fachada eran de madera destartalada, la pintura hacía tiempo que había huido de ellas, buscando otros horizontes. Por ahí se escapaban los perfumados olores de los días festivos, las paellas de los domingos, el asado de nochebuena; los caldos calientes para las noches frías de invierno, y como un aglutinante inevitable el olor de la olla donde hervían los eucaliptos para los bronquios de mi madre.

Las ventanas de la fachada eran otra cosa, otro mundo aparecía ante ellas; tenían un pretil donde nos apoyábamos en las noches de verano buscando lo que todavía no se nos había perdido. Algunas tenían geranios en macetas de barro, otras tenían canarios amarillos que cantaban cuando les daba la gana. Las persianas de madera pintadas de verde filtraban el calor de la tarde proyectando figuras en la pared con las que nosotros, niños aún, fantaseábamos en las obligadas siestas.

La ventana era la frontera entre el mundo interior que se desarrollaba en el espacio cuadrado y restringido de la vivienda, y el mundo exterior que no tenía más límites que la imaginación. Era también la mirada sin inhibiciones que condiciona el poder mirar sin ser visto y poder transitar libremente hacia el objeto deseado. Dalí captó esa mirada que se proyecta hacia el infinito sin trabas en la mujer de Cadaqués, apoyada y en una actitud plácida que mira hacia el mar como principio y origen de un todo.

Así nosotros también, como un barco que llega alguna parte, fuimos abandonando la casa familiar. Con el tiempo la expropiaron y metieron en cajas numeradas nuestra historia que aún permanece en algún galpón de Madrid.