Artículos y reportajes
“Travesuras de la niña mala”, de Mario Vargas LlosaTravesuras de la niña mala:
sociopatía y desamor

Comparte este contenido con tus amigos

La última novela de Mario Vargas Llosa, MVLl, Travesuras de la niña mala,1 2006, es para la Editorial Alfaguara una historia que se podría resumir en la pregunta: “¿Cuál es el verdadero rostro del amor?”. Por su lado algunos críticos han comentado que es “una novela de amor, sí: pero ninguna ficción de Vargas Llosa acepta dócilmente una definición tan genérica”, Faveron, 2006; o, “...es una novela de amor, deliciosa y conmovedora...”, Niño de Guzmán, 2006.

En este artículo examinaremos la novela, como lo venimos haciendo con otras obras del autor, bajo el lente de lo que se conoce actualmente de la experiencia erótico-amorosa del ser humano, desde la sexología médica.

 

Travesuras

Afirmar que la novela no es una historia de amor, como el mismo MVLl lo reconoce en una entrevista, El Comercio, 25 V 2006, vale también para el título, que es engañoso de por sí, porque presenta la sociopatía de la protagonista, Arlette, tildándola sencillamente de “travesuras”. El autor no está desde luego obligado ni en capacidad para una descripción psicopatológica de la conducta de Arlette, pero el lector puede preguntarse: ¿por qué razón MVLl no agudiza la mirada en la amoralidad y la conducta profundamente asocial de la joven? ¿Por qué Ricardo, el personaje masculino, sólo se duele de la conducta de la mujer por el sufrimiento que ésta le causa? Resulta difícil responder a estas preguntas. Lo primero sería que MVLl inventa una historia de maldades pero no tiene el conocimiento suficiente para tratar literariamente una personalidad enferma y perturbada. También uno puede preguntarse: ¿por qué pierde la oportunidad de, a partir del personaje, instalarse en la crítica social a la que es aficionado y que en la misma novela hace con las memorias que guarda de los ex presidentes Velazco Alvarado y Alan García?

 

Mario Vargas LlosaPasión física

La novela viene a confirmar la percepción ambigua del escritor frente al fenómeno amoroso. No siendo ésta una historia de amor, atendiendo a la idea del mismo que nos ofrecen Paz, Chiappo y, últimamente, Benedicto XVI y desde luego la propia sexología médica; sí lo es, en cambio, del primer momento de la ligazón afectiva entre los sexos, la pasión erótica.

La historia trata de la afiebrada inclinación de Ricardo, el “niño bueno”, por Arlette o Madame Arnoux o Mrs. Richardson o Kuriko, los diferentes nombres que usó la “niña mala”. El proceso afectivo pareciera comenzar cuando Ricardo se enamora de la “chilenita”, ambos adolescentes: “ ‘De ti, me gusta todo’, le decía yo. ‘Pero, lo que más, tu manerita de hablar’. Era chistosa y original, por su entonación y su música, tan distintas de las peruanas, también por ciertas expresiones, palabritas y dichos que a los del barrio nos dejaban en la luna, tratando de adivinar lo que querían decir y si en ellos se escondía alguna burla” (pág. 12).

La atracción erótica, es sabido, entre otras características, confunde en diversos grados la razón, idealiza al objeto amoroso, cierra la mirada ante los defectos y lleva muchas veces a los delitos pasionales. Son numerosos los fragmentos que confirman la percepción de que uno de los ejes de la novela es justamente la pasión, así leemos que: “Los diecisiete días que debí esperar para que llegara aquella fecha los recuerdo como unas nebulosas con súbitos ataques de sudor frío y exaltaciones de adolescente, imaginando que iba a ver a la peruanita y unas noches insomnes en las que no hacía otra cosa que recriminarme: era un imbécil reincidente por seguir enamorado de una loca, de una aventurera, de una mujercita sin escrúpulos con la que ningún hombre” (págs. 115-116).

El mismo Ricardo se daba cuenta de que vivía un estado pasional, y el personaje femenino, por su parte, conoce el arrebato que ella despierta y lo aprovecha para vivir experiencias sexuales aunque resulten incompletas. La reflexión de aquél sobre las andanzas de Arlette en el Japón apunta a lo mismo: “Descubrí, en los días siguientes... me había alborotado la vida y devuelto al enfermizo y estúpido amor-pasión que me consumió tantos años, impidiéndome vivir normalmente” (pág. 161).

Sin embargo MVLl no se anima a definir qué tipo de relación mantuvo Ricardo con Arlette y le da igual peso a dos versiones diferentes. Por un lado la reflexión del personaje masculino: “Ella nunca me había amado, pero me tenía confianza, el cariño que despierta un criado leal. Entre sus amantes y compinches de ocasión, yo era el más desinteresado, el más devoto. El abnegado, el dócil, el huevón” (pág. 222). Por el otro la versión de su amiga Elena: “—¿Sabes que es una maravillosa historia de amor? —exclamó Elena, mirándome sorprendida—. Porque eso es lo que es, en el fondo. Una maravillosa historia de amor. Este belga triste [el esposo de la amiga] nunca me ha querido así. Quién como ella, chico” (pág. 210).

Ordinariamente la pasión es una etapa que coincide o aparece después de experimentar la atracción. Pero añadamos que a lo largo de la novela este momento, el del erotismo, la atracción entre hombre y mujer, es descrito todo el tiempo en su vertiente física, así es que leemos: “Le hice adiós y ella agitó la mano en que llevaba la sombrilla floreada. Me bastó verla para descubrir que, en estos años, no la había olvidado un solo momento, que estaba tan enamorado de ella como el primer día” (pág. 61). Igualmente en el comentario de que ella, el objeto de pasión, era “estrecha” [aquí MVLl usa el concepto popular de estrechez]: “Hicimos el amor con dificultad. Ella se entregaba sin el menor embarazo, pero resultó ser muy estrecha y, en cada uno de mis esfuerzos para penetrarla, se encogía, con una mueca de dolor: ‘Más despacito, mas despacito‘. Al final, la amé y fui feliz amándola” (pág. 39). En otro momento, en uno de los encuentros íntimos, el narrador destaca la luz del día, las condiciones del colchón o la pintura de las paredes: “Cumplió su promesa. Fue la segunda vez que hicimos el amor, esta vez a plena luz de un día que entraba a chorros por la ancha claraboya desde la cual unas palomas curiosas nos observaban desnudos y abrazados sobre el colchón sin sábanas, recién liberado del plástico en que lo había traído envuelto el camión de La Samaritaine. Las paredes olían a pintura fresca. Su cuerpo seguía tan delgadito y bien formado como en mi memoria...” (pág. 66).

Esta presencia de lo físico se extiende a otras aventuras sexuales de Ricardo; es el caso de Carmen, a la que conocemos por las referencias a su nacionalidad, forma de vestir y el bar en el que trabajaba: “Y por esa época tuve también el amago de un romance con Carmencita, la muchacha española que, vestida de negro de pies a cabeza como Juliette Gréco, cantaba, acompañándose de una guitarra, en L’Escale, el barcito de la rue monsieur le Prince frecuentado por españoles y sudamericanos” (pág. 54). MVLl describe pobremente las relaciones sexuales que reduce a mecanismos sensoriomotores, sin embargo estas experiencias pueden dar lugar en la ficción a múltiples simbolismos, variaciones y la constatación de sensorialidades que el autor no desarrolla.

 

Ingenuidad y ambigüedad

También MVLl incurre en algunas ingenuidades respecto a la respuesta sexual femenina. Sorprende a Ricardo (¿o al novelista?) la excitación de la mujer: “...a concentrarse totalmente, con esa intensidad que yo no había visto nunca en ninguna mujer, en ese placer suyo, solitario, personal, egoísta, que mis labios habían aprendido a darle” (pág. 127), o el proceso de excitación-penetración: “La sentí húmeda, y, por primera vez, pude entrar en ella sin dificultad, sin sentirme haciendo el amor a una virgen” (pág. 80).

Tampoco faltan las afirmaciones ambiguas respecto a la sexualidad en general, como la conversación sostenida con su amigo Juan a propósito de las fiestas a que aquél lo invitaba: “—Espero que no te haya chocado lo que has visto —me dijo después, algo amoscado. Le contesté que a mis treinta y cinco años ya nada me chocaba en el mundo y aun menos que otras cosas que los seres humanos hicieran el amor al derecho o al revés” (pág. 114). Pareciera que el escritor no reconoce, aunque la verdad es que lo ha repetido varias veces en sus escritos, la existencia de patología sexual, o de pronto no tiene conocimientos suficientes para distinguir las parafilias.

Su apreciación del sexo resulta también bastante curiosa, así la falta de continencia que lo lleva por mucho tiempo al sexo comercial es sólo valorada en términos cuantitativos (dinero y cantidad de espermatozoides), pero nada de la condición social y mental de las prostitutas que lo atendieron: “¡Qué terrible haber malgastado tantos años, dinero y espermatozoides en amoríos mercenarios! Pero, tal vez, no; tal vez todo lo que había hecho hasta ahora había sido una ascesis, un adiestramiento de su espíritu y de su cuerpo para merecer a Mitsuko” (pág. 163).

En la misma línea llama la atención una visión del matrimonio en la que sobresale la fisiología de la reproducción, cuando, recordando el destino de sus amigos de la etapa adolescente, piensa: “Tres se habían casado, uno había comenzado ya a reproducirse, y los otros tenían unas enamoradas que pronto se convertirían en sus novias” (pág. 62).

 

Conclusión

Esta novela pareciera confirmar una constante en la ficción de Vargas Llosa: la evitación del tema del amor y la confusión de éste con el erotismo. A la par que su desconocimiento de aspectos comunes de la sexualidad humana y una percepción reduccionista de la misma. Tal vez por eso en los encuentros sexuales, Ricardo, el personaje masculino, se asombra frente a los fenómenos usuales del ciclo de respuesta sexual femenino y la descripción del decorado ambiental suplanta la vivencia psicofísica del coito. El sexo comercial es visto en términos cuantitativos, sin crítica social; la patología sexual parece no existir para el autor y, del matrimonio, la atención es puesta sólo en la fisiología reproductora. Tampoco el grave desorden de la personalidad de la protagonista es abordado ni desde la psicopatología ni desde los condicionamientos culturales, salvo una alusión escueta de la pobreza en que habría vivido la “niña mala”.

 

Notas

  1. Mario Vargas, Ll. Travesuras de la niña mala, Alfaguara, Lima, 2006.