Artículos y reportajes
El español, lenguaje de la diferencia

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Un ilustre dialecto del latín llamado lengua española.
Borges

En el comienzo no fue el verbo sino la espada y la cruz. Cuando los españoles llegaron a las ignotas tierras americanas, hace más de medio milenio, con toda su carga civilizadora y la alforja vacía, nunca imaginaron que su lengua iba ser el principal vehículo de comunicación de una comunidad de más de 300 millones de personas, de diferentes nacionalidades y latitudes, que se extiende por casi todo el continente. En ese sentido, el español es lengua oficial en 21 países. Cuando nos referimos al español, al idioma español, no nos referimos solamente a la lengua que nos legó el conquistador ibérico, no, queremos decir que también es una lengua que se nutrió del encuentro de dos mundos, enriquecida por las mixturas y contrastes; una lengua que se llenó de sabana, de cordillera, de ciénaga, de trópico, en fin, de América. Es decir, la hicimos nuestra, tan nuestra como de los peninsulares. Nos pertenece a todos los que la usufructuamos.

Más allá de lo exótico, de la pasajera moda o del cliché, lo que no se puede negar es que hay un interés creciente por el español en muchos países. En la actualidad la lengua española se ha desplazado, casi sin querer es cierto, como una lenta marea lingüística a diferentes rincones del mundo como producto de la sempiterna crisis económica latinoamericana, que ha obligado a millones de hispanohablantes a emigrar a naciones cuyas lenguas, las más de las veces, son distintas a la española. En estos países, las comunidades de emigrantes conservan el español como primera lengua, aunque no sin entrar sin conflicto con la lengua oficial y si bien ésta última irrumpe en la primera no logra desplazarla. Donde sí lo logra es en el ámbito de los emigrantes de corta edad o nacidos en el país huésped, debido a que su educación se imparte en idioma diferente al español y cuyo espacio referencial es distinto al de los mayores. Así, lentamente se va abriendo una brecha entre las generaciones que se refleja en la falta de fluidez en la comunicación interpersonal y el desarraigo con respecto a la nación de origen. Es aquí donde quiero entrar de lleno en materia y de hablar acerca de mi experiencia personal: el español en el Japón.

Desde finales de la década de los años ochenta el Japón, debido a la apremiante necesidad de incorporar ingente mano de obra en su industria, ha recibido una importante cantidad de inmigrantes —la mayoría de los cuales tiene ascendencia japonesa— venidos desde Latinoamérica, entre los que destacan peruanos, argentinos, bolivianos, paraguayos, y otros;1 llegaron muchos de ellos por una corta temporada, con la esperanza de retornar pronto a casa, mas terminaron quedándose y formaron nutridas colonias. A ellos se debe, en gran medida, la difusión del español en el archipiélago.

Español, espanhol, spanish, spagnol, spanische sprache, o como dicen los japoneses, supeingo. Aunque no lo hayamos pensado alguna vez, la lengua española es nuestro patrimonio inalienable y una de las formas más genuinas de transmitir cultura. Cultura que, como es natural, nos acompaña en estas lejanas islas, de costumbres tan distintas a las nuestras, y si bien, como dice el dicho, “si vas a Roma haz como los romanos”, es nuestra obligación respetar los usos y costumbres del país anfitrión, manejarnos en la prudencia y en la cordura, sin embargo, no es menos cierto que somos una minoría y como tal también tenemos el derecho de ser diferentes. La palabra “diferencia” no ha de tener en modo alguno una connotación peyorativa; decir diferentes significa ni mejores ni peores, sólo eso, diferentes, desiguales, desemejantes, heterogéneos. Mal haríamos, entonces, en maquillar nuestras “imperfecciones” por el simple prurito de pasar como paisanos o lo que es peor, pretender desterrar nuestra peculiar idiosincrasia. Craso error, sin duda.

En el específico caso de los inmigrantes educados en Japón, el hecho de desarrollarse en un contexto distinto y foráneo crea una situación particular: los niños se saben extranjeros pero se identifican con los japoneses como sus legítimos pares. Esto crea el conflicto de crecer entre dos banderas, la de la patria ultramarina y la que nos cobija, cada una de éstas en las antípodas. Y anticipa, desde ya, el problema de la pertenencia y la búsqueda de aceptación por el grupo mayoritario. Se puede colegir, acaso, que el hecho de ser extranjero (es decir, diferente del resto) es percibido como una desventaja o demérito. En este contexto es usual el rechazo a la lengua (y la cultura) de origen y la adopción de la local, situación que puede colocar al individuo en una posición incómoda y excluyente: la negación de la identidad y su automarginación del entorno coterráneo.

¿Han escuchado la conocida frase: “si no eres parte de la solución, eres parte del problema”? Pues bien, la cuestión puede ser enfocada en un sentido positivo: Tomando como modelo las estrategias empresariales, lo que se supone que es una debilidad o desventaja (el ser extranjero o gaijin, en japonés) puede convertirse al final en una fortaleza o ventaja (ser “diferente”). Claro, sé que me dirán que ser diferente no es una ventaja en sí misma; veámoslo, entonces, desde este punto de vista: en una sociedad como la japonesa, que propugna la homogeneidad y semejanza, es decir la uniformidad pero también la serialización o estandarización —hay al respecto un famoso proverbio japonés que dice “el clavo que sobresale, recibe un martillazo”—, el ser de alguna manera “diferente” significa salirse del molde, distinguirse del resto, es el rescate de la individualidad, de la libertad de espíritu. De repente puede ser visto como políticamente incorrecto, pero hay que explotar el hecho de ser “distintos”, de tener algo que no tienen los demás, un valor agregado, un plus incorporado a nuestra mente. Es en este estado de cosas que el español puede jugar un papel fundamental: el de herramienta para conocer y aprehender “otro mundo”. No queremos decir, por cierto, que hay una inmanencia entre lengua y cultura, pero sí una relación de contigüidad fructífera; mucho más tratándose de inmigrantes de primera generación. Así, el sujeto puede obtener una ventaja comparativa en el manejo de dos lenguas —una aprendida en la escuela y la otra en la casa y el entorno familiar—, pero lo que es más importante, tener la gran posibilidad de acercarse a dos culturas diferentes y asimilar lo positivo de cada una, de una lectura del mundo mucho más amplia y plural, en la que se puedan cotejar los contrastes y distintas realidades. Esto puede significar la aceptación de la multiculturalidad y la “otredad” como experiencias vitales y enriquecedoras, y estar preparados para enfrentarse a un mundo complejo, en el que no puede “hacer la diferencia” no sale de la medianía y queda irremediablemente relegado y absorbido por el sistema.

Esa lengua nacida cerca de Burgos, en Castilla, la lengua de Ruy Díaz de Vivar, de Alfonso X, de Nebrija, de Manrique, de Cervantes, de Lope, de Quevedo, de Gracián, de Góngora, de Calderón, de Sor Juana Inés de la Cruz, de Tirso, de Bolívar, de Sarmiento, de Azorín, de Darío, de Machado, de Unamuno, de Dalí, de Gaudí, de Alberti, de Jiménez, de Lorca, de Salinas, de Neruda, de Vallejo, de Borges y tantos otros, es la lengua que hablamos usted y yo. Tenemos el enorme privilegio de hablar un idioma de primera categoría, con una historia vasta y fecunda, que se transforma día a día.

No podemos negar que en la actualidad el inglés es la lengua franca de nuestro tiempo y por lo tanto ha dejado al español bastante disminuido; no obstante este último es una lengua que no se “expande”, mas bien se “desplaza” hacia otros lugares, donde se asienta en forma de enclaves. Paradigmático es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica, donde residen alrededor de 20 millones de hispanohablantes y el español es el segundo idioma más hablado de ese país. Tan es así que la presencia del español en medios de comunicación (radio, televisión, prensa y libros) es bastante significativa.2

Sea como fuere, el español en los últimos tiempos ha cobrado una fuerza inusitada debido a múltiples factores, especialmente manifestaciones culturales (el flamenco, el bolero, la salsa, el cine de Almodóvar, Buenavista Social Club, el fútbol, etc.). Por otro lado, Brasil, el gigante sudamericano, ha vuelto la mirada a sus vecinos y ha dado gran impulso a la difusión del castellano en sus programas educativos. En Japón va en aumento la tendencia de elegir el castellano como segunda lengua durante el período universitario. En el mapa lingüístico del mundo el español ocupa un lugar de relevancia: es la tercera lengua más hablada del mundo y por su importancia, la segunda (cediendo sólo ante el inglés). Por lo tanto tiene un gran potencial de desarrollo.

De esta manera, el español puede muy bien convertirse en una vía alterna al inglés como lengua de comunicación e intercambio, y los hispanohablantes pueden participar como agentes activos de ese proceso. No más el español visto como una lengua relegada. Despertemos del letargo, sintámonos orgullosos de nuestro idioma. Démosle el lugar que le corresponde. Total, quizá algún día el mundo hable en español. El futuro está en nuestras manos; hagamos, pues, la diferencia.

Este trabajo obtuvo en Barcelona, en 2004, el segundo premio del Concurso Literario Dulcinea, en la modalidad de ensayo.

 

Notas

  1. La mayor colonia latinoamericana en Japón es la brasilera mas por ser luso parlante constituye un caso aparte.
  2. Cf. Morales, Amparo. “El español en Estados Unidos. Medios de comunicación y publicaciones”. En: Anuario 2001 del Instituto Cervantes. El español en el mundo. Tomado de: http://cvc.cervantes.es/obref/anuario/anuario_01.