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Dos notas

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“El libro de versos”, de José Asunción SilvaEntre Silva y Rousseau

En el poema “Psicopatía”, de su colección de Nocturnos, trata José Asunción Silva de relievar lo importante de la vida (y por lo tanto de la poesía que sería el hacer más vital como él lo vive, por cuanto que sería profundizar y agarrar y captar lo más esencial en las diversas formas que reviste la vida) sobre el pensar. Si los diferentes entes que colman la realidad de la vida aparecen ante el romántico como revistiendo en sí un secreto que es posible develar y que habría una esencia oculta en esas formas concretas que se identificaría con lo que es en sí la Naturaleza y el principio dinámico de todo lo real, entonces resulta muy apropiada la actitud estética de Silva de separar vida y pensamiento, mostrando que éste es la negación de la vida, como una psicopatía que se apodera de algunos individuos que precisamente son tenidos como tales en una sociedad que no permite estos excesos fuera de lo normal.

Aquí toma Silva uno de los rasgos que más caracterizan la orientación que asumió la ideología burguesa a finales del siglo XIX en Europa a través de los discursos filosófico y literario. En Alemania este movimiento se concentró y se denominó Sturm und Drang, del cual fue uno de sus promotores Goethe en su primera época. Es bueno señalar que Rousseau va a darle un tinte especial a este movimiento romántico, hasta el punto de que se discute si con él comenzó el romanticismo como un carácterde la Modernidad en su momento, como destrucción de un mundo caduco, con unas relaciones sociales que no correspondían ya a unas condiciones en constante desarrollo, orientado ya hacia un sistema nuevo como era el mundo moderno. De todas maneras, Rousseau ya establece la separación entre Naturaleza y Cultura, que va a funcionar de ahora en adelante como criterio moral: lo natural es bueno, lo social sólo en la medida en que por medio de un convenio se conserven los principios naturales. El hombre natural es bueno, no por respetar ninguna ley establecida sino por naturaleza. O sea, Rousseau parte del principio de la bondad natural primigenia del hombre, la que se pierde al entrar a través de un progreso por diversos grados de desigualdad entre los hombres de modo arbitrario en una situación de necesitarse entre sí los individuos. Eso hace sucumbir aquella bondad natural y, al hacerse necesario, también una legitimación del nuevo orden establecido. Para R. aquí también se hace necesario, y por lo tanto efectiva y social, la Razón (que para R. no es fundamental sino sólo un grado en la diferencia entre los animales y el animal humano). Por esto es por lo que R. puede decir “L’homme qui medite est un animal depravé”. Como era la tesis q ue había sostenido en los trabajos anteriores al Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, de aquí se sigue que todo discurso del pensamiento abstracto o aplicado, es decir la ciencia, trae como consecuencia la degradación de la sociedad, la maldad del hombre.

Por eso podemos concluir esta nota diciendo que R. fue en la tradición pre-romántica quien asentó esta idea, que sería retomada por todos los románticos posteriores. Luego hay que permitir que la vida se manifieste a través de la Naturaleza, de los sentimientos naturales del hombre, del amor (y de todo aquello que el Romanticismo ha universalizado). Hay que permitir que el individuo sienta y vibre ante todo lo natural (tal es el postulado manifiesto de todo discurso romántico, si es que es preciso definir uno para estos ordenamientos verbales) sin ningún prejuicio o limitación racional.

Es absurdo, pues, en este sentido, pretender subordinar la Naturaleza a la razón. Aquélla es lo primero, es lo positivo, lo elevado. Ésta lo artificial, lo problemático, la enfermedad.

 

Del libro como “obra de arte”Del libro como “obra de arte”

Cuando es preciso hablar sobre un poeta o un escritor de renombre, uno siempre se encuentra ante una dificultad porque la fama habla más de las obras hechas que éstas de sí mismas. Sin embargo, es normal que esto ocurra en un mundo en el que es preciso llegar a obtener la fama para ser conocido. No se puede prescindir de ella ya que es el medio como el arte llega a ser conocido o, más correctamente, llega a su destinatario. Pero no se puede esperar otra cosa en un mundo en el que se impone el orden de la propaganda propalada por los medios de comunicación, contagiados por la ideología del consumo y del criterio de la oferta y la demanda. Ciertas obras que pasan por “obras de arte” son ofrecidas a los consumidores como “auténticas” obras de arte. En este punto hasta los críticos están manipulados, porque ya no se sabe qué criterios acerca del arte son los que se imponen o los que hay que tener en cuenta siempre. Estamos, pues, expuestos a lo que ofrecen las programadoras de los teatros y a lo que las revistas o algunos medios de comunicación quieran lanzar como un nuevo boom, porque aquí el criterio que está primando es el comercial: es más artístico lo que es aceptado por el gran público que es quien en última instancia paga la película o compra el último libro exhibido en las vitrinas de las librerías. Pero el público, preguntamos, ¿por quién o por quiénes ha sido previamente preparado para aceptar una determinada mercancía “del arte” de novísima factura? ¿Quiénes son esos críticos que en todas las revistas de gran demanda y a través incluso de los periódicos les aconsejan a sus lectores acerca de qué mercancía deben usar, después de leer u objetivar lo que previamente les han presentado como lo mejor o lo m&aacut e;s aconsejable como la última moda a seguir? Son estos “críticos”, como unos médicos que están recomendando la “medicina” que sólo ellos conocen “profesionalmente”, pero con la diferencia de que aquí no han auscultado previamente la enfermedad del paciente.