Sala de ensayo
Los herederos
del desencanto
Breve paseo
por la narrativa
norteamericana penúltima

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“Vivimos tiempos extraños. Cada vez que un autor intenta experimentar sólo recoge burlas, desprecio y críticas ridículas. Es algo que no debemos tolerar más. [...] ¿Qué ocurriría si Pynchon, Burroughs o Dos Passos comenzaran sus carreras hoy en día? Lo tendrían muy complicado para poder publicar. Les llamarían pretenciosos, inútiles o fatuos. Creo que ha llegado el momento de rebelarse y apoyar la pluralidad, para que los autores que se atreven a correr riesgos sean respetados por ello”.

Son palabras de Dave Eggers, el benjamín del grupo de autores de la torpemente denominada Next Generation, y su agitador cultural por excelencia. Nacido en 1970, Eggers conmocionó el mundillo literario norteamericano con la publicación de su primer libro, Una historia conmovedora, asombrosa y genial (2000). Basado en sus propias experiencias, el texto narra la muerte por cáncer de sus padres y la difícil decisión de criar él mismo a su hermano menor. Sin embargo, lo que en apariencia es un simple escrito autobiográfico termina transformándose, gracias a un innovador uso de las formas novelísticas y diversos malabares metalingüísticos, en un libro inclasificable. Es la ficción basada en la no-ficción.

Con la tremenda responsabilidad de igualar o superar lo que los principales críticos de su país denominaron “El libro del año” —además de ser finalista para el premio Pulitzer—, Eggers se dispuso a sacarle provecho a las circunstancias. Reforzó los contactos que había establecido desde 1998, cuando fundó McSweeney’s, la revista literaria que supuestamente publica lo que los demás medios rechazan, y empezó a reunir mediante diversas manifestaciones culturales a lo más granado de la narrativa actual ya no sólo norteamericana sino mundial (Nick Hornby y Javier Marías, por ejemplo, han publicado más de un texto en la versión electrónica de la revista). Es así que la gran mayoría de autores mencionados en esta nota han tenido o tienen relación con Eggers.

Uno de los más connotados es David Foster Wallace (1962), autor de la mastodóntica La broma infinita (1996), uno de esos libros que aparecen cada centuria y muchas veces —para bien o para mal— sirven de punto de referencia cuando se hacen los consabidos recuentos de fin de año, de lustro o década. Las más de mil páginas de la segunda novela de Foster Wallace, llenas de neologismos y jerga de todo tipo, nos remiten a un futuro no muy lejano, en el cual todo se comercializa, cada año lleva el nombre o la frase que identifica a un producto (El año del Whopper, por ejemplo), y la gente vive sujeta a alguna adicción, real o imaginaria. Sometido al severo escrutinio de los que todavía no ven en él más que a un epígono de Thomas Pynchon, William Gaddis o John Barth —representantes de la llamada etapa posmoderna de la narrativa norteamericana—, Foster Wallace se ha dedicado últimamente a pergeñar crónicas y artículos de encargo, además de seguir publicando relatos, cada uno más peculiar que el anterior.

Un autor cuyo objetivo es justamente el contrario: acercar al gran público los géneros más disímiles, pero trastocándolos de una manera muy sutil y hasta poética, es Jonathan Lethem (1964). Ya con su primer trabajo, Gun, with ocasional music (1994), había llamado la atención al mezclar una típica historia detectivesca con elementos de ciencia ficción; pero no fue sino hasta 1999 que, con Huérfanos de Brooklyn, novela calificada como policial-existencialista, Lethem entró de lleno en la lista de autores a tomar en cuenta al inicio del nuevo milenio, obteniendo el Premio de la Crítica y la consideración de la mayor parte de la prensa especializada. Por el momento su último trabajo novelístico es La fortaleza de la soledad (2003), enorme fresco de la Norteamérica de los años setenta que tiene como protagonista a Dylan Ebdus —muchacho blanco muy afecto a las manifestaciones culturales de las minorías étnicas—, que ve su mundo transformarse a ritmo de soul, punk y new wave, y nunca deja de creer en los superhéroes de los comics.

La aparición de Las correcciones (2001) supuso para su autor, Jonathan Franzen (1959), un enorme salto cualitativo con respecto a sus dos primeras novelas. El libro, que detalla vívidamente la desintegración de una familia mediante un acercamiento casi quirúrgico a sus protagonistas, fue saludado por la crítica como un digno integrante de esa selecta lista de “grandes novelas americanas” (pensemos en Melville, en Twain o en Hawthorne). Así, los Lambert terminaban representando a toda una sociedad: la Norteamérica del cambio de siglo expuesta sin más, con pelos y señales. La conmoción fue tal que Oprah Winfrey, la popular presentadora de televisión —y dueña hoy en día de un poderoso tinglado mediático—, incluyó el título en la serie de lecturas imprescindibles de su club de lectura. Franzen reaccionó manifestando su disconformidad en una entrevista: “...Winfrey ha elegido algunos libros buenos, pero ha seleccionado otros lo suficientemente afectados y unidimensionales como para avergonzarme...”. Winfrey suspendió el club poco después de esto.

Y es que esto de la recepción mediática ha sido siempre un arma de doble filo. Muchos creadores han sucumbido a las expectativas colocadas sobre ellos cuando han publicado o dado a conocer algún proyecto interesante. Algunos otros, quizá los más perseverantes o lúcidos, se sirven justamente de los mass media para construir sus castillos de naipes (unos más duraderos que otros).

Entre estos últimos se encuentra Chuck Palahniuk (1962), autor de la archiconocida El club de lucha (1996). Conocida en Latinoamérica como El club de la pelea, gracias a una adaptación cinematográfica considerada hoy de culto, la primera novela publicada por Palahniuk retrata una sociedad tan parecida a la que vivimos hoy en día que casi resulta inverosímil. Seres aquejados por las enfermedades más penosas, sujetos que no ven la vida más que como un campo de guerra permanente, hombres que sobrepasan los treinta años pero que se resisten a creer en una vida decente más allá de los quince; todo esto y más caracteriza la obra del que ha sido considerado el mejor retratista de la alienación del hombre moderno. Quien quiera deprimirse un poco viéndose reflejado en las más insólitas pero a la vez creíbles situaciones, sólo tiene que coger una novela de Palahniuk, y, después de tragar algo de saliva, reconocer la dura verdad.

 

Felizmente para nosotros los hispanohablantes, la editorial Mondadori está dedicando toda una colección a difundir a la gran mayoría de los integrantes de esta penúltima generación de escritores —ya en mayo de 2002 organizó en Barcelona el Congreso Next Generation, reuniendo, entre otros, a Lethem, Palahniuk y Michael Chabon, este último ganador del Pulitzer por Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (2000)—; y otras casas editoriales se han ido haciendo eco de la labor de hormiga de los herederos de Thomas Pynchon y Don DeLillo.

En las principales librerías latinoamericanas se pueden hallar fácilmente los principales títulos de Franzen, Foster Wallace, Lethem y Chabon. Pero recomendamos sobre todo dos vistosos volúmenes que se lucen ya en algunos comercios locales. Se trata de Lo mejor de McSweeney’s (2005), dos recopilaciones de relatos cortos escritos por varios de los autores mencionados líneas arriba, además de, por ejemplo, Rick Moody, creador de la celebrada La tormenta de hielo (1994), o Zadie Smith, joven autora inglesa mundialmente reconocida desde que publicara Dientes blancos (2000), su primera novela. La selección es del propio Dave Eggers, así que la calidad y/o audacia de los textos está garantizada.

Los autores mencionados hasta el momento son los que han alcanzado mayor difusión y/o reconocimiento en los últimos diez o quince años. Y, si bien, muy pocos de ellos se podrían considerar hoy en día “jóvenes”, la lista de aquellos que los han seguido o siguen de alguna manera se hace cada vez más lozana, como queriendo darle la contra ya no sólo al sistema establecido sino también al tiempo.

Además, se ha llegado a decir que, en los tres últimos lustros, el concepto de “autor” o “narrador” se ha ido haciendo tan maleable que hoy podríamos considerar tranquilamente entre los de esta nota a cineastas como David Fincher (director de El club de la pelea), Paul Thomas Anderson o Spike Jonze (que actualmente prepara con Eggers el guión de su nueva película).

En fin, más allá de las consabidas aproximaciones cronológicas y coincidencias políticas o ideológicas, todos estos creadores son también lo suficientemente heterogéneos como para convencernos de algo: la idea de que —a la sombra de Faulkner, Hemingway o Carver— todavía se puede escribir con cierta dignidad y decoro, que aún quedan esquinas, ángulos y márgenes por dar a conocer, y que a ellos les ha tocado ser los retratistas de la era de la ironía y el desencanto.