Entrevistas
Íos Fernández
“Escribo
para no envilecerme”

Carlos Fernández

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Entrevista con el joven escritor de Cartagena de Indias (Colombia), autor del libro de cuentos El siguiente, por favor, con el cual ganó el Premio Distrital de Libro de Cuento Cartagena de Indias.

—Sábato: Todos somos poetas de barrio.
—Borges: De este dilatado barrio que es la Tierra, ¿no?
(Diálogos Borges-Sábato)

El escritor mira frente a frente al lector, lo toma de los hombros, como a un hermano, y le dice: Amigo, usted se va a morir; en media hora o en cincuenta años, por eso tiene el sagrado deber de intentar ser feliz sin hacer infelices a otros, y procure dejar un mundo mejor del que encontró. Borges, como siempre, es más luminoso: “He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz”.

Todo escritor escribe para salvarse, para agotar la distancia que media entre una partida de bautismo y un pedazo de papel colgando del dedo gordo del pie. Ese acto del tiempo y contra el tiempo que es escribir, no sólo salva al escritor, también protege a las cosas que ama de su naufragio.

El escritor (en realidad cualquier ser humano) se debate entre la necesidad de inventarse a sí mismo, moldear su barro a la forma de sus sueños. Más allá, tan cerca y tan lejos, la mirada ajena, ese infierno y paraíso que son los otros, sus palabras que redimen y destruyen. Los lectores inventan al escritor, imagen y semejanza de sus deseos, carencias o frustraciones. Entonces el escritor resulta una invención de sus ficciones: el libro, como un boomerang ebrio entre sujetos y paredes.

En los cuentos de El siguiente, por favor, de Íos Fernández (Cartagena, 1979), hay un ejercicio de lucidez desde la melancolía, también juego y humor, cinismo e ironía. Así como contrapuntos de esta compleja realidad adherida, como una media, a nuestra conciencia: los prejuicios sociales, la violencia, los íntimos resentimientos, los odios fundados o infundados. Pero también esas cosas que son nuestro refugio y razón: el amor, la amistad, los sueños, la esperanza.

Juan Carlos Onetti, ese amado maestro, es una de las huellas reconocibles bajo los pasos y el camino propio de Fernández. Hay en sus narraciones un color local cimentado en los universos domésticos del quehacer humano. Preocupación por identificar la esencia de los instantes (sin caer en lo explicativo y trascendental). Una sobriedad de lenguaje que produce intimidad, y algo determinante: genuino interés por el lector.

Por cosas que no entendemos, pero que sabemos que están allí. Porque nuestra humanidad merece ser algo más que años de rutina, y luego un grito en la calle, un suspiro final entre cuatro paredes. Los cuentos de Íos Fernández son buena noticia para la literatura, los lectores compartirán varios números con la cédula de identidad de estos personajes, que transitan, como nosotros, entre la vorágine y la fe. Algunos de sus personajes, como muchos lectores, han perdido la inocencia, la cual tratan de recuperar (pero no saben cómo), y en ese empeño, destruyen ese estado de pureza y plenitud que tanto anhelan para sí mismos. Con sus historias Fernández contribuye a la continuidad del que es, para muchos, el más hermoso de los géneros: el cuento.

 

—¿Cómo nacen los cuentos de El siguiente, por favor?

—Eran los primeros años de universidad, y yo quería escribir pero no pensaba en un libro. Sólo escribía textos aislados, a mano, en el salón de clases para deshacerme del tedio. Eran textos cortos que solía pasarle a una compañera de salón como otros pasan papelitos obscenos. En ese entonces escribir era muy fácil y divertido, no pensaba en el látigo del que habla Truman Capote, claro que corregía esos primeros borradores cuando llegaba a casa en una vieja máquina que no tenía tildes. Podía reescribir hasta cuarenta veces el mismo texto sólo para enmendar un error, pero entonces sólo me interesaba lograr un ritmo y ser preciso. Algunos de esos cuentos fueron transcritos por mi compañera de curso a computador en el 2001 y enviados al Concurso Distrital, así fue como un manojo de esos cuentos se convirtió en este pequeño libro que hasta ahora aparece.

—Parecen existir elementos autobiográficos en sus ficciones, en diferentes niveles. ¿Cómo se sintió en ese proceso de imaginar desde su realidad?

—Estos cuentos fueron escritos bajo una esencial necesidad de corrección: las cosas no eran tan buenas ni tan malas como yo quería. En ese sentido no intenté escribir una autobiografía, y si así fuera habría sido deliberadamente falsa, aunque no por eso dejaría de ser sincera.

—No hay escritor que no reflexione sobre el proceso de concepción de un poema, un cuento, una novela; ¿cuáles son sus preguntas y descubrimientos al respecto?

—Como dije antes, con estos cuentos buscaba sólo precisión y ritmo, y no aburrir. Me parecía que no ser aburrido era la primera obligación que tenía un escritor. No lo digo en el sentido de ser siempre gracioso, digo no aburrir en el sentido en que no se aburre a alguien a quien se persigue con un cuchillo. Con esto quiero decir que era capaz de sacrificar una descripción en aras de conservar el ritmo y no alterar la respiración. Ahora lo veo ligeramente distinto, y por ende es todo más difícil para mí, sigo siendo lacónico pero intento no sacrificar lo que quiero decir y aunque sigo escribiendo con facilidad a veces me cuesta demasiado trabajo hallar satisfacción o la forma correcta de decirlo. Las preguntas que me hago supongo que son las mismas que se formulan todos los escritores y las respuestas suelen ser pasajeras en la medida en que cada texto deviene sus propias complejidades y forma.

—El exhibicionismo parece ser una marca de la generación actual de escritores latinoamericanos; aunque siempre ha sido un rasgo muy propio del oficio. ¿Qué opina al respecto?, ¿existen fronteras en su caso?

—Tanto exhibirse como ocultarse son poses, modestia y arrogancia son herramientas para llegar a lo mismo cuando se trata de un escritor. Ambas son válidas y me parecen patéticas sólo cuando la intención es demasiado evidente y el efecto resulta inferior. No veo nada de malo en exhibirse mientras haya algo que exhibir. Aunque finalmente lo importante no es el escritor sino la obra, y si ésta es de buena factura ni las acciones del propio autor le restan méritos. En lo personal supongo que soy un sujeto bastante ambiguo y contradictorio, hay días en los que sin motivo aparente me subo en una mesa y grito “¡Mírenme, aquí estoy!”, y otros en los que con una mirada oblicua lleno de vergüenza digo simplemente “yo no fui”.

—¿Hasta qué punto su mundo de barrios populares cartageneros está presente en su obra?

—Yo crecí prácticamente en una esquina de mi barrio, fumando cigarrillos, tomando ron Tres Esquinas y hablando paja hasta las tres de la mañana. Si algo quería en la vida era largarme de allí y ser actor. Económicamente me fue imposible estudiar actuación en ninguna escuela. Así que decidí estudiar literatura en la universidad para ingresar al grupo de teatro. Allí tuve un fuerte acercamiento con las bibliotecas, los libros y las calles del centro. Yo había escrito desde siempre, pero nunca había pensado hacerme escritor. Hice algunos intentos, pero nada. Sólo cuando me di cuenta de que las historias que inventaba en la esquina para intimidar a mis compinches podían funcionar, las cosas me empezaron a salir un poco mejor. De hecho el primer relato completo que escribí, “Mis amigos están muertos”, lo escribí tal cual como lo había contado dos horas antes en una esquina de mi barrio. Con el tiempo he intentado por todos los medios deshacerme de esa influencia: lo digo en serio, si me fuera dado elegir yo preferiría ser un escritor fashion y escribir sobre ambientes como los de Luces de una gran ciudad, de Jay McInerney. La vida de los barrios populares ha sido tanto para mí como para lo que escribo una influencia abrupta, definitiva, no quiero ser demasiado analítico frente a lo que hago, pero a pesar del cine, de la literatura, del rock y de los centros comerciales, la vida de los buses, el chismorreo, los bolsillos vacíos, las canchas polvorientas y calles maltrechas se meten insistentemente en lo que escribo y cuando intento dibujar otros escenarios me es imposible ser del todo genuino.

—Nada hay nuevo bajo el sol, y todos caminamos sobre huellas pasadas; ¿qué escritores y qué otras manifestaciones artísticas han influido en su trabajo?

—Para empezar, Bukowski fue una buena influencia, pero no hay nada peor para uno cuando empieza que una buena influencia. Me quedo con su humor, con su laconismo, con su sentido del ritmo, del resto al viejo hay que dejarlo de lado tan rápido como puedas o corres el riesgo de convertirte en un personaje suyo. Por supuesto hubo otros escritores y los seguirá habiendo: Cheveer, Faulkner, Rulfo, Onetti, en fin. Pienso más en libros que en escritores: El guardián entre el centeno, El gran Gatsby, La balada del café triste, Bartleby el escribiente, El corazón de las tinieblas, La conjura de los necios. No estoy diciendo que sus estilos me hayan influenciado; no, seguro que no. Yo llamo influencias a todas esas cosas que de una u otra forma me llevaron a escribir y seguir escribiendo. Una cachetada, un abrazo, una buena película, una mala mujer y por supuesto decenas de libros. En ese sentido también he sido influenciado por todos los pésimos libros que he leído.

—Cuéntenos algo de sus proyectos creativos actuales y futuros.

—Hay una novela de la misma época de este libro dividida en dos apartes: Gasolina corriente y El niño que pensaba con la voz de MacGyver. Hay un libro de cuentos un poco más extensos que éstos: Ángela viendo comer en MaCDonalds y una serie de poemas que de cuando en cuando se han ido escribiendo, Paracaídas en llamas. Creo que el retraso en la aparición de este libro afectó de forma negativa mi producción y mi ímpetu como escritor. Actualmente tengo un interés certero hacía otros géneros, estoy reescribiendo una extensa obra de teatro y un guión para un largometraje basado en uno de mis cuentos inéditos. Me interesa también el periodismo, sobre todo la crónica y los artículos. Los medios impresos se muestran un poco reacios a la hora de publicar a un desconocido, así que he echado mano a algunos portales de Internet y de mi propio blog, Cráter de Obús (http://aquinovivenadie.blogspot.com). Desde la escritura de El siguiente, por favor ha pasado demasiada agua bajo este puente, y si he insistido en seguir escribiendo (así sea un material vil) es sólo como una forma constante de luchar por no envilecerme, una forma de lucha contra esa predisposición cultural o natural que me conduce siempre al envilecimiento. En lo sucesivo esa es y será la única razón de mi escritura.