Letras
Sonetos

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Inconclusos dejamos casi todos
el sinuoso sendero de la vida,
metidos en lidiar las embestidas
que nos depara el hado de algún modo.

Con las cosas del cuerpo codo a codo
nos sorprende la noche renegrida;
es angustiosa entonces la salida
a las cosas del alma, a tanto lodo.

Temerosos rogamos un segundo
por paliar tanto mal y tanto daño
que dejamos sembrados en el mundo.

¡Aválenos Dios el postrero engaño
de querer en el tiempo de un segundo
soslayar los pecados de mil años!

 


 

Se avino a proponerlo la natura
cuando dábamos los primeros pasos
y ahora que andamos al ocaso
prevalecemos en esta locura.

Perdióse el eslabón de la cordura
que en tenerla duró un tiempo escaso
aceptando la esperanza en su caso
de un ser que por nosotros no se apura.

No miramos el mundo donde estamos
ni queremos pensarnos desde fuera
por no marear del trazo donde erramos.

¿Qué dios, suponiendo que existiera,
a preocuparse iba de los que vamos
subidos al terrón de las quimeras?

 


 

Llamo a tu puerta con tanto recelo
que no me oye el ángel al otro lado:
¡preciso será desandar lo andado,
tornarme sin haber visto tu cielo!

No me seduce el mísero consuelo
de haber con temor tu camino hollado;
en buscarte soy vil por moderado
pues no he de lograrte sin hondo celo.

Vuélvome a mi aposento en la oscurana
por la senda llana de las flaquezas
donde todo es pecado y vida vana.

De vez en vez te sueña mi pereza
como un sueño imposible, casquivana:
¡pudiste haber llamado con más fuerza!

 


 

Deja Temis la espada y la balanza
en la arena blanca donde las olas
tienden un manto de finas corolas
en estallantes burbujas de alabanza.

Allí suspira plena de añoranza
lánguidos ayes que su cuerpo asolan
mientras tañe alegre una barcarola
el mar, que a la clara playa lanza.

Allí la agobian sombras fabulosas
en tanto infausta la tarde declina,
y la cubre la noche vergonzosa.

Así Febo descorre las cortinas
del cielo, observa la pútrida cosa
que de los hombres fuera ley divina.

 


 

Que nunca es tarde si la dicha llega
hasta los más cutres del barrio dicen
meneando la testa mientras maldicen
con una boca que la baba anega.

¿Qué buscan del futuro si el pasado
más veloces que rayos anduvieron
y al presente maltratan tal hicieron
sin ver que el telón está bajado?

Aún un segundo después de la muerte
pareciera que faltara a los hombres
para dar por acabado el contrato.

No llegará la dicha de esta suerte,
ni encontraré cosa que más me asombre
que no vean que la vida es sólo un rato.

 


 

Estoy pensando que mejor sería
irme ahora sin más a la francesa,
sin estarme a que venga otra sorpresa
a hundir más la desdichada alma mía.

Pero del dicho al hecho hay una vía
que requiere unos pasos bien seguros,
y no tengo coraje, te lo juro,
para irme por tal trecho de agonía.

Sentado esperaré sobre la roca,
frente al mar tempestuoso de mis penas,
la ola que me llevará tenebrosa.

Mientras tanto me echaré algo a la boca,
pues no aduce el papel de mi condena
que de balde me fuera con mis cosas.

 


 

Absorto en la rutina planetaria
me sorprendió un gato de vecina
que entrando sagaz en la cocina
ufano sisó mi sartén precaria.

Corrí tras él, pues no era tributaria
aquella poca cosa de sardina,
perdí cuatro dientes en una esquina
y la cena por siempre imaginaria.

Líbreme Dios de males semejantes
que pueden acarrear ciencias arcanas
dejando al que razona sobornado.

Aun con todo, he de ver en adelante
antes que asomarme a la ventana
encerrar en la nevera el pescado.

 


 

Aunque tuvieras más rostros que Jano
acechando en la noche mis salidas
no encontrarías jamás la guarida
donde abrillanto tus cuernos con mi ano.

Siendo el más mísero de los humanos
sintieras vergüenza de tal parida
en recelar tanto de la comida
que por tus astas te acercan mis manos.

Al entrar en la casa, de mañana,
arrójame guirnaldas cuando paso
pues llega tu fortuna más galana.

Quiéreme, abrígame y no hagas caso
a lenguas de rameras casquivanas
que tengo que partir con el ocaso.

 


 

No da cuartel la belicosa prisa
para atender los asuntos del alma;
no hay sosiego, ni dicha, ni calma
y, si oyes bien, escucharás la risa

de los dioses que miran el ajetreo
sin moverse a parar tanta locura:
—“A un paso sólo está la sepultura,
ya viene el hijo de la Noche: Morfeo”.

Un momento detenerme yo quisiera
por ordenar las cosas de mi vida
en medio de tanto afán sin decoro.

Mas, si me paro, me echan de la acera
poniéndome en peligro de embestida,
infieles todos, cristianos y moros.

 


 

Sólo hay pedruscos en mi camino
con los que erijo una Babel confusa,
ah, Señor, dame tu verdad profusa
por trocar en un instante mi sino.

Ciega mis ojos que el desatino
de este vano mundo el pecado excusa,
quiebra de mi rival la mano intrusa
que desvía la senda de mi destino.

Hiéreme con tu espada luminosa,
arráncame el humano desacierto
que agobia mi alma tanta vana cosa.

Vida en Ti quiero, y no pervivir muerto;
surcando el mar mi nave desastrosa
dame tus aguas calmas y tu puerto.

 


 

Parece un imposible, una quimera
—o locura mística del pasado,
pues regresa con paso equivocado—,
que yo pueda pensar que aún te quiera.

Qué pertinaz el amor... Qué efímera
la hora cúmbrica que me prestó el hado...
Entiende que mil años han pasado,
y una hora completó mi vida entera.

No hay lugar en mí para el olvido,
ni la metáfora deshacer quiero:
no hay tiempo para urdir otro ensayo.

Acodado a la ventana, rendido,
voy soñando mi mundo lisonjero
sin dolerme que conmigo hagan sayos.

 


 

En la gruta de mi alma te reinvento
con rabia desbordada de artesano
que —prietas de mazo y gubia las manos—
enloqueciera por tallar tu acento.

La imagen lograda está al cien por ciento,
cosa de admirar del hacer arcano
que Amor procura, mas es en vano
pretender alentarla con mi aliento.

Así te encuentro en lo oscuro de mi alma,
cariátide, pilar de mi locura,
y me abrazo a tu imagen con denuedo.

Un silencio de bulla hay, una calma
de traiciones y de lenguas impuras
—¿oyes?— que no han de alcanzarme, si puedo.