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“Manual de literatura para caníbales”, de Rafael ReigAntropófagos

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He aquí un libro irreverente: Manual de literatura para caníbales. Escrito por Rafael Reig y editado por la editorial española Debate, es un repaso zumbón a ciertos hitos de la literatura en la lengua de Cervantes. El lector podrá ver con sus propios ojos cómo el tal Reig, nacido en Cangas de Onís, doctorado con una tesis sobre la prostituta en la novela del siglo XIX, baja del pedestal a varios santones en una saludable y divertida sátira del mundillo de las letras. Utiliza la ironía y una erudición desmitificadora para parodiar de manera eficaz ese ámbito con aura de grandeza y tan lleno de imposturas.

Se trata de una mezcla de narración e historia literaria. Y hasta de ensayo. Es ficción lo referente a una saga de escritores frustrados, los Belinchones, el hilo conductor, que siempre pierden el tren de los movimientos literarios. Empieza todo con un tal Ignacio Belinchón que escribe odas neoclásicas cuando triunfa el romanticismo de los cementerios a la luz de la luna. Su hijo será romántico (y se peinará como tal) durante el apogeo de la novela realista, y así sucesivamente. Los patéticos Belinchones siempre se apuntan a la estética pasada de moda: una fatalidad. Estirpe maldita que arrastra la esperanza hereditaria de triunfar en esa modalidad artística que consiste en juntar palabras. Genios desconocidos, siempre inéditos. Se parecen al resto de la gente, sí, pero ellos saben “que por dentro son diferentes”. Y esperan, armados de paciencia, el momento en que esa diferencia se haga visible para todos, lleguen los aplausos atronadores y sean encajados por los críticos en una “generación” para la historia.

Desfilan convertidos en personajes de novela Zorrilla con un lobanillo a un lado de la cabeza, Rubén escribiendo borracho la Salutación del optimista: “Ín... ¡hip..! Ínclitas razas ubé... ¡hip!... ¡ubérrimas! Sangre de Hisp... ¡hip, hip..! ¡Hispania, me cago en diez! Fecunda, eso es”. Vallejo, irradiando tristeza, dándose cuenta en París de “la enorme cantidad de dinero que cuesta ser pobre”. El libro es particularmente inmisericorde con el filósofo Ortega que habla levantando la barbilla y lleva marquesas a una habitación del hotel Victoria para que le hagan cosas inconfesables. Azorín tampoco es uno de los favoritos del autor: aparece como un resentido alicantino de prosa insufrible, que no quiere ser nunca más Pepe Martínez Ruiz y repite constantemente la frase “vivir es volver”. Ni Cela, del que se airea su pasado franquista y de cuyo tremendismo se dice que “consiste sobre todo en hacer el borrico con la mayor truculencia posible”. En cambio queda clara la consideración de Fortunata y Jacinta como la mejor novela española de todos los tiempos. Al final de cada capítulo se proponen unos ejercicios prácticos de manual escolar, absolutamente hilarantes. Se recomienda a los alumnos que no lean bajo ningún concepto a Benet o, en todo caso que lean sólo unas páginas para conjeturar qué le impulsó a escribir semejantes cosas: ¿promesa a la Virgen, sadismo, una apuesta con camaradas de armas? También se recomienda con desparpajo en beneficio de la salud no leer a Carlos Fuentes. Del mismo tono son las agudas observaciones sobre Rulfo (“su fama aumentaba con cada libro que no escribía”), Onetti, García Márquez, Vargas Llosa, etc.

“Los novelistas son caníbales, se devoran unos a otros”, nos comunica Rafael Reig, que publicó anteriormente, entre otras novelas, Sangre a borbotones y Guapa de cara. En la que nos ocupa hay mucho guiño, información, opiniones alejadas del canon de cualquier Bloom hispánico. El relato está concebido y desarrollado de manera más que convincente. Recorre un arco que va de Espronceda a “La guerra de las Marías” (Javier Marías y Fernando Marías). El narrador no se priva de manifestar lo mal que le cae Javier (se ríe de sus novelas, artículos “adversativos”, sus estudiadas posturas, el “reino de Redonda”...) y su aprecio, en cambio, por Fernando y el tipo de narrativa que representa. En un final futurista esa guerra civil que se produce entre los dos bandos acabará con la literatura para siempre.

“La historia de la literatura no es más que un bestiario, un recuento de animales feroces que se devoran unos a otros”. Si de algo no queda la menor duda tras la lectura de este libro no apto para beatos es que Rafael Reig es un caníbal ejemplar y que, por suerte para él, no tiene nada de Belinchón. Un libro recomendable, pues, para leer en el balancín o en la habitación del pánico, mientras los delincuentes trabajan a su aire y la policía no llega.