Artículos y reportajes
Patricio LóizagaPatricio Lóizaga
(Buenos Aires, 1954-2006)

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En “Certezas e interrogantes”, un poema incluido en Código secreto (1991), Patricio Lóizaga declara con énfasis: “Quiero ser un hombre / con pocas certezas / con muchos interrogantes [...] Quiero ser un hombre / sin afirmaciones contundentes. / El tiempo / la vida / las corroen / las desmienten”. Estas palabras lo definen en más de una manera, determinan una actitud frente a la vida. En las artes, como en las ciencias, consideraba, tienen mayor valor los interrogantes que se nos plantean que las supuestas respuestas que creemos inferir a partir de ellos, toda pregunta debería responderse con una nueva pregunta. Le gustaba parafrasear un fragmento de la Introducción a El ser y el tiempo de Martín Heidegger, en traducción de José Gaos: “El hacer una pregunta, el preguntar, en general, [...] son modos de comportarse del que las hace, modos de ser del que pregunta [...] Se puede preguntar por preguntar, o preguntar de forma que quepa ‘ver a través’ ”.

En sus Notas sobre la experiencia poética que sirven de introducción a New York y otros poemas (1999) manifiesta: “Me atrevería a decir que mi género por definición es el ensayo y que no deja de sorprenderme la escritura poética”. Hecha esta salvedad, recurre al discurso poético pues éste no es para él sólo otro medio de expresión sino el instrumento a través del cual puede interrogar los cambiantes rostros de la realidad. Una realidad que se despliega en distintas dimensiones, posee un “anverso y reverso”, es simultáneamente “uno y otro”, ni afirma ni niega su contrario, o su diferencia.

Este complejo y peculiar ejercicio de la mirada es el que lo impulsa a protagonizar una audaz, vehemente aventura en el campo cultural que incluye la escritura, fundación de revistas, la dirección de programas radiales y la organización de muestras y seminarios en el país y el extranjero dedicadas a Jorge Luis Borges y Manuel Puig. Asimismo, Patricio Lóizaga, quien consideró la cultura como un área estratégica del desarrollo, dirigió el Instituto de Políticas Culturales de la Universidad de 3 de Febrero, donde también ejerció la docencia; desde allí desplegó una actividad avasalladora que incluyó la edición de los Indicadores Culturales, publicaciones de las que se valió para señalar y mensurar el aporte de la cultura a la economía. Las universidades de Nueva York y Harvard lo tuvieron como profesor invitado y la Asociación de Críticos de Arte y las fundaciones Pettorutti y Konex reconocieron su labor otorgándole sus máximas distinciones.

La gestión cultural fue otro de los tópicos a los que le dedicó muchos días de su vida. Él consideraba que era necesario que nuestro país contara con hombres y mujeres capacitados en los diversos aspectos de esta especialidad. La gestión cultural requiere, sostenía: “recursos humanos que tengan la capacidad de gestionar un proceso que incluya el financiamiento de la producción cultural”. Pero advertía que la educación de estos técnicos debía estar signada por la imaginación, el conocimiento de nuestra tradición cultural y una profunda formación estética.

Hacia mediados de 1983, casi un año después de la derrota militar protagonizada por los representantes de la dictadura militar, la Argentina comenzaba a despertar de una tenebrosa y extendida pesadilla que se había iniciado el 24 de marzo de 1976. En el invierno de ese año, un poeta admirado por Lóizaga, Alfredo Veiravé, escribió Nunca más, un poema ilustrativo del espíritu de la época: “Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán en la plaza / a destrozar los canteros de plantas y de flores (amarillas) / de las tipas asustadas; nunca más los bastones / golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren / bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos / nunca más estas flores / de lapachos temblarán en la noche de color rosáceo al oír los aullidos / nunca más esos aullidos cruzarán la calle subiendo desde el sótano / en el subsuelo de la madrugada / Nunca más esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales / de la plaza desnuda, nunca más explotarán entre los intestinos / o las bocas del cuerpo —las convulsiones de la electricidad violenta; / (Nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad lila / y azul que oyeron solamente los jacarandáes florecidos en la plaza...”.

La euforia democrática invade la escena y en el campo cultural comienzan a girar lentamente de un modo renovado los engranajes de la imaginación. Patricio Lóizaga percibió la necesidad en esos años de reiniciar el debate público de ideas clausurado con violencia en 1976. En aquel mítico invierno del ‘83 que hoy parece tan lejano, comenzó a solicitar opiniones, realizó consultas, se reunió en bares con infinidad de personas y, luego de vender algunos bienes personales, tomó la decisión de publicar una revista cultural que llegara a los kioscos. El número cero de la revista Cultura comenzó a circular de mano en mano hacia la segunda mitad del año. En marzo de 1984 aparece en los puestos de venta el número 1. En su editorial Lóizaga le comenta al posible lector: “Comencé a recorrer el oído de escritores, críticos de arte y empresarios con una idea en borrador: reflejar en una revista la cultura de la Argentina contemporánea, expresar a los hombres y mujeres de nuestra cultura y con ellos convocar a ese público que hoy siente un impulso renovado de mirarse en el espejo de nuestros creadores”.

En sus veinte años de vida esta revista ha ocupado un lugar preponderante en el espacio de las revistas culturales. En este variado territorio participó activamente, estableciendo un ámbito propicio para la lectura y el análisis de los nuevos fenómenos que a partir de recuperación democrática y la globalización en ciernes incidieron en nuestra producción cultural. Decididamente, tomó parte en el intercambio de ideas durante dos décadas en las que aquello que se denomina postmoderno o la postmodernidad, según Lóizaga, no debe ser considerado simplemente un agotamiento del proyecto de la modernidad.

En el prólogo al Primer catálogo de revistas culturales de la Argentina (Buenos Aires, 2001), un proyecto que llevó a cabo conjuntamente con la Secretaría de Cultura de la Nación, se refirió a las revistas culturales en los siguientes términos: “Las revistas culturales configuran en sí una expresión de resistencia al modelo de producción cultural de la globalización. Expresan un acto de esfuerzo individual o grupal destinado, la mayoría de las veces, a aportar una visión crítica e impugnadora de los modelos de discurso único en lo estético, lo filosófico, lo sociológico, lo histórico o lo económico. Por eso me gusta definirlas como garantía de pluralidad democrática frente a la concentración económica e informativa de la cultura concebida y financiada como industria [...]. La cantidad y la diversidad de las revistas culturales argentinas constituye un ejemplo de resistencia frente a la banalización de la cultura que hemos vivido en los últimos años. La democracia se fortalece con la crítica cultural así como se debilita con la ausencia de reflexión y de debate, particularmente en campos vinculados a las políticas culturales, educativas y sociales”.

A mediados del 2003 donó por propia iniciativa a la Biblioteca Nacional los contenidos del Primer Catálogo de Revistas Culturales de la Argentina y promovió en dicho ámbito la creación del Centro de Información de Revistas Culturales(Circ). El Circ, debido a las gestiones de Lóizaga, firmó un convenio con Universia, el mayor portal universitario en lengua española y portuguesa, el que le cedió un espacio al Circ para su página web. En el lanzamiento de la misma se organizó una mesa redonda que contó con la presencia de Manuel Ortuño, presidente de la Asociación de Revistas Culturales de España y de la Federación de Revistas Culturales de Iberoamérica. En esa ocasión se refirió a uno de los problemas primordiales de la edición de revistas culturales en nuestro país: la falta de financiamiento. Para acabar con este mal endémico propuso que la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) dispusiera la compra de ejemplares de las revistas culturales para distribuir en todas las bibliotecas de la red, agregando que: “no sólo beneficiará a las revistas culturales sino a todos aquellos investigadores, creadores y lectores que asisten a las bibliotecas y que podrán acceder a este material fundamental y en muchos casos de circulación restringida por imposición del mercado”.

Su dinamismo lo condujo por sendas vinculadas a la administración y la política; licenciado en administración de empresas, desempeñó varios cargos públicos, fue director general de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, director académico y presidente del Instituto Nacional de la Administración Pública (Inap). En 2003 asumió la dirección del Palais de Glace (Palacio Nacional de las Artes), allí en su primer año de gestión se duplicó la cantidad de presentaciones al Salón Nacional, se reformó el reglamento del mismo, se inauguró el microcine y se obtuvo la declaratoria de Monumento Histórico Nacional, para este emblemático edificio. En ese período trabajó incansablemente con los representantes de catorce instituciones para elaborar el borrador de una ley nacional de artes visuales.

Las múltiples actividades que desarrolló no lo distrajeron de la escritura y el pensamiento. En el campo del ensayo de interpretación dio a conocer Mito y sospecha posmoderna (1990), Cándido López, Fragments and Details (New York University, 1993), La contradicción argentina (1995) y El imperio del cinismo (2000). En 1996, con la colaboración de varios autores, coordinó y editó en España su Diccionario de pensadores contemporáneos, en el que varias de las entradas son de su autoría.

La admiración que sentía por la obra de difusión cultural realizada por la directora de la revista Sur culminó en Victoria Ocampo (2003) y su devoción por la pintura de Guillermo Roux quedó plasmada en El mural de Buenos Aires (2005) volumen dedicado a la gran obra del pintor, “Homenaje a Buenos Aires”, instalada en el edificio diseñado por César Pelli, para una casa bancaria, en el barrio Catalinas Norte en Buenos Aires. En poesía, además de los libros mencionados al comienzo de este artículo, publicó: Losers (Little Library of New York, 2004).

Lóizaga solía recordar a Raúl Gustavo Aguirre, poeta que también realizó a través de la revista Poesía Buenos Aires un gran aporte a la cultura argentina, quien en sus palabras merecía un gran homenaje. La lectura de Las poéticas del siglo XX de Aguirre lo convencieron de que en la actualidad la poesía estaba cargada de una gran responsabilidad. Y compartía con él las opiniones vertidas en el libro de referencia: “es uno de los pocos valores que subsisten en un mundo sin valores, un único medio de comprender y develar la realidad en medio de la ruina y la negación de los tradicionales modos de comprensión racional de ésta [...]. El individuo que emerge del totalitarismo de una civilización tecnológica es un hombre que regresa derrotado de todos sus ideales, de todos sus sueños, que ha sentido el abismo abrirse a sus pies...”.

Patricio Lóizaga, nacido en Buenos Aires en 1954, murió en esta ciudad el 3 de enero de 2006. La vida no le dio el tiempo que él hubiera necesitado para continuar haciéndose nuevas preguntas acerca de nuestra vida cultural y del proceso democrático que consideraba: “una democracia subdesarrollada, propia de una modernidad inconclusa”.

Los que conocieron su amable disposición a conversar largamente sobre los distintos aspectos de la cultura contemporánea, un tópico recurrente, casi obsesivo en él, saben que con su desaparición quedan truncos innumerables proyectos culturales. No sólo ha muerto un hombre dispuesto a quitarle horas al sueño para realizar su trabajo creativo, el país ha perdido a un intelectual dispuesto a pensarlo sin prejuicios en su compleja diversidad.