Letras
Con th, hache muda

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Me llamo Martha, con th. Martha Alicia. Soy de la época en que las chicas se llamaban Marta o Mirtha o Beatriz o Susana, como en los radioteatros, y estudiaban maestra normal nacional, piano, dactilografía y corte y confección. A lo único que logré negarme de pleno fue al magisterio: la Escuela de Comercio de Tandil funcionaba en el mismo edificio de la Escuela Normal y ahí me imaginé contadora. El piano lo vendí en cuanto pude, un tiempo después de quemar los diplomas firuleteados del Conservatorio Fracassi. Durante toda la vida me gustó coser y más tarde agregué tejido. La dactilografía me llevó de regreso al punto del que había querido escaparme: la docencia.

Me llamo Martha, con th, una marca de diferencia: nunca aprendí inglés, sino francés, que suena mejor en la boca, boca mía que hoy no suena para nada. Me llamo Martha, con th. No puede escribir, ni hablar, ni siquiera moverme. ¿En dónde está inscripto, entonces este relato? ¿En la memoria colectiva? ¿En el código genético de mis células? ¿En cuál de estas dos versiones de la descendencia?

Estoy pero no estoy, porque no me muevo por mí misma ni puedo articular mensajes complejos. Mi cuerpo no se mueve, mi lengua no se mueve porque la enfermedad no los deja. Pero la memoria está codificada en oros. Por eso, este relato fluye.

Marido y tres hijos. Al marido se lo sigue, a los hijos se los lleva. En Tandil los inviernos son muy crudos, en Dolores los veranos, sofocantes. Doscientos kilómetros separan mundos. Yo era de Tandil y me morí en Dolores, sin poder volver porque me enfermé: yo era de un mundo que quería y me quedé empantanada en otro. La enfermedad apareció para transformar 200 kilómetros del siglo XX en todas las distancias que los hombres quisieron recorrer para no llegar nunca a las tierras prometidas.

Perseverantia dice la pared, que tampoco se puede mover por sí misma, ni hablar. Perseverantia: lengua muerta el latín, como la mía. Maldita costumbre ajena de inscribir monumentos con mensajes que pocos, cada vez menos, puedan entender. Maldita limitación mía de no poder comunicar más que mensajes que pocos, cada vez menos pueden entender.

Durante veinte años descubrí, día por día, la profesión de la que quise regir. Durante veinte años entré al Colegio Nacional/Anexo Comercial y enseñé las herramientas del progreso. Ingenuos tiempos en los que creíamos que el futuro venía de la mano del comercio, de los números y de las máquinas de escribir. Saber mecanografía para entrar en una oficina. Saber contabilidad para ingresar a un banco. En lugar de las del piano, las teclas de la Remington, que carga nombre de fusil, disimulando. De la sumisión de las señoritas de la casa a la libertad de la mujer que trabaja fuera. Simula sumisión, simula libertad, simula, sólo simula, porque al final no hay otra cosa.

Estar sola es un alivio para quien desde hace tanto tiempo vive rodada de brazos y piernas ajenas que suplantan a los que ya no responden orden alguna. En algún momento, no responder a órdenes fue mi orgullo. Yo no dejé que me tocaran el discurso, me digo para adentro, el único lugar donde algo parecido a mi voz de antes resuena aún. Yo no dejé que cortaran las frases, que reemplazaban las palabras, que redujeran las sílabas.

Y ahora, nadie me toca si no es el pie que no se eleva por sí solo o el hombro que no gira cuando es necesario o el diafragma que no provoca la tos que debería. Cortada, reemplazada, reducida: yo sí, mi discurso no. Y me río, sin muecas, sin sonidos, sin convulsiones. Me río sola, en la soledad más absoluta, la que prescinde del cuerpo.

En veinte años de Colegio Nacional/Anexo Comercial subí escalinatas, atravesé patio, ocupé aulas, visité salón de actos. Y la palabra Perseverantia, latín muerto invisible de tan visto y revisto, presidiendo celebraciones patrias, fiestas de fin de curso, cantos colectivos de letras arrastradas al sin sentido, puros significantes sin significados. Alguna vez vio pasar a un presidente de triste memoria, alguna vez pasó un interventor digno del peor de los olvidos. Aún estará, supongo. Perseverando. La que no está soy yo, que morí una vez de enfermedad inmóvil y otra, cuando me enterraron lejos de donde hubiera querido morirme.

No hay memoria en los actos escolares: sólo sonidos monocordes que repiten esquemas siempre iguales. Día de la revolución, de la tradición, de la independencia: todo da lo mismo. Pero era el día del descubrimiento y no se podía descubrir: tiempos oscuros de dictaduras preocupadas por acallar incluso las voces que no tenían nada nuevo que decir. Como la mía de ahora, que no para de decir, aunque no es capaz de articular sonido.

Y yo quise decir, como ahora, que quiero decir y tampoco puedo. Entonces quise decir y dije y después me llamaron a dirección —como a un alumno maleducado, eso pensé— y me hablaron para que me callara y no dijera más lo que había dicho.

¿Qué es lo que había dicho? Aún hoy me dura el asombro: no era para tanto, me dije entonces ara adentro, como ahora me estoy diciendo todas estas cosas. Discurso de circunstancias: Colón, los indios, los conquistadores. Una versión que no hablaba de cristianizar ni de evangelizar, sino de saquear, de matar, de exterminar, de expoliar.

Interventor, le decían al que hablaba para que me callara.

Yo no me callé y dije lo que quería decir. Pero después, tiempo después, me dijeron que había habido acciones: denunciar, acusar, delatar. La Remington, los remington.

Entonces temí. Pasado el peligro, el momento, el horror, temí por lo que pudo pasar y no pasó. Malditos los tiempos en los que se habla para acallar: malditos los tiempos que me tocó vivir.

Veinte años después de venir a vivir donde luego me enterraron dejé de subir escalinatas, atravesar patio, ocupar aulas, visitar salón de actos. La enfermedad me subió los músculos, me atravesó las piernas, me ocupó la lengua, me visitó las manos. Ni Remington, ni contabilidad, ni alumnos, ni compañeros. Perseverancia. Después de haber dicho, después de haber actuado, después de haber temido, no digo nada, no hago nada, no temo nada.

Persevero en sólo ser, extraña con mi th, hache muda, notada por ausencia.