Letras
En el nombre de Caín
Extractos

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Para Ana,
Con el deseo de que un solo
Verso de esta antología te conmueva
Con afecto

Virginia Wolf en el jardín

Hablan de posesiones voces lejanas y columnas
vertebrales extraviadas, billetes de vuelo en
agencias contratados, que nos habrán de llevar
a vírgenes paraísos para recordarlo luego todo
en celuloide. Invocación de las fuentes y
callejas, de habladurías en espacios acuáticos,
canales adiestrados como semáforos enfermos
en el ámbar. De tu mano la pluma me seduce
y nada queda derramado, ni siquiera la
desesperación y el sentimiento a convocarte.
Virginia juega en el jardín con nenúfares
sagrados y acomete párrafos furiosos de
un Orlando trastornado tratando de encajar muros
de ladrillos arcillosos que se pegan a la mano.

 

Mi madre me dijo mañana

Y nunca hijo vuelvas miserable al lugar donde
abandonaron un día tu infancia innecesariamente, ni
tampoco consumas todos los recuerdos impidiendo
la satisfacción de la mañana. Anuncian luminosos
rostros y cuerpos con ropas estériles y desgastadas
devastados parajes de animales anclados y dormidos.
Nunca vuelvas, hijo, para matar a tu hermano, no son
guijarros cuanto arrancas de su cándido río sin peces.
Si quieres descomponer desgrana tu cuerpo miembro
a miembro, y en la última molécula respira, porque yo
no soy tu madre, hijo, y renace si tus cenizas aún
tiritan, renace y no amamantes de ninguna loba.

 

Battaglia

Fue hace tiempo en esas extrañas praderas que cubren
pechos y matizan manos como serpientes, muchachos
jóvenes e imberbes simulando cazar amores clandestinos,
lentos los caballos en la batalla final donde rostros
pintados vencieron su gesto. El gesto es la palabra
olvidada, el malabarismo que nos sacude cada mañana,
antes o después de la barba incipiente, antes o después
de las piernas pobladas. Oh, gesto primitivo, oh danza
tribal del estornudo evaporándose. ¿Quiénes somos?
El pequeño gran cuerno nos dijo quiénes éramos,
a pesar de la batalla, a pesar de las flechas y las balas,
pero olvidamos con la facilidad del orgasmo fingido
las caras y los rostros pintados de azabache, el ser y fuimos
en praderas preñadas de sangre secándose, y de flores.

 

Oración pagana

Soy quien despierta las serpientes de tu vientre
para hacer de la duda tu único alimento, para
hacerte sentir el veneno de las fauces; y te empujo
a morder las manzanas de los hombres y mujeres
que gravitan extraviados en paraísos de artificio.
Soy el desertor de la batalla, después de haberla
provocado, quien esparce la sangre por el campo
a través de las manos engañadas. Espadas y
fusiles que trazó mi fragua, después de envenenar
a Hefesto y a Vulcano y apropiarme de su forja.
Soy Paolo di Dono, conocido como Ucello,
quien pintara su propia muerte después de que
San Jorge le hubo atravesado con su lanza,
quien deposita el miedo en vuestros cuerpos
con trenes sostenidos del pecado primitivo.
Soy camafeo tallado en amatista que prende
de cuellos ignorantes usurpando la figura
de Agustín y puesto que el mal natural no existe
vengo a recordar que soy la esencia toda
del mal natural, de vuestra irrealidad sublime.
Soy el cordero místico en el monte de Sión,
con apariencia dócil y balido sosegado,
mas cada madeja que me arrancáis os vuelve
más injustos y así emprendéis la búsqueda
de la mortal quijada luego sobre el cráneo.
Soy la mujer tambaleante con el sexo frío
que os arranca el esperma del deseo fácil
para dejaros como ríos sin corriente,
como troncos sin raíces, a la deriva secos
y sedientos visionando sólo arena y alacranes.

 

La ciudad

Me lo dijiste, igual que a Kavafis, igual que a
tantos diletantes de la niebla. La sentencia de
tus palabras me condena a vagar por las calles
desconocidas de ciudades nuevas y muertas.
Esta ciudad se desmorona, las piedras del acueducto
se amontonan como escombro, las ramas de los árboles
palidecen, caen las hojas sobre los quioscos de prensa,
los periódicos no son de hoy, nunca llegan a tiempo,
como no llega el café que pides caliente y anochece.
Cuando al amante le dicen que las cartas no tienen
ya sentido se pierde un hilo conductor, la electricidad
se desparrama torpe entre las manos, es imposible
tocar ninguna esencia, ningún cuerpo de pieles
derretidas. ¿Qué hacer en la ciudad cuando la ciudad
te arroja pesadillas y te pervierte y te consagra
bebedor eterno de pasados? Lo dijiste: en ti vaga
la ciudad que quieres. No llores la vanidad que te
condujo al desierto, al páramo, al silencio de los búhos.

 

Poeta de Croast Rom

Mi nombre nada representa ya para los
mortales. Fui primero Aneonte, después
Esquilo y en la hora del veneno me conocían
por Belefonte. Pero también usurpé los
nombres de dioses y reyes y vagabundos.
Porque nadie deseaba ser a partir de los
treinta. Poco duró el encanto, la metamorfosis
que a ninguna parte conduce, sólo al
suicidio. Mi primer poema se tituló
canción hereje para un crítico homosexual,
el segundo, nada tengo contra ti pero nunca
me invites a comer. El último, lo recuerdo
con mayor dificultad que el primero y el
segundo lo titulé, simplemente, mi suicidio.
No deseaba el alimento ni el aire ni el agua,
dormía a golpe de picotazos de avispa,
y escribía una y otra vez el mismo verso.
Enfermo de amor y de rutina, cansado de
mí mismo y de toda la poesía busqué en
las agencias de viajes lugares remotos y
desconocidos, lugares donde sanar mi
decadencia. Respondía al nombre de Ulises
y me detenían en las aduanas como ladrón
de ausentes cuerpos. Es cíclica la historia y
la demencia. No me encerraron, no hubo
tiempo, el veneno actuaba ya en mi cuerpo
y la vista se alejaba tierra adentro.
Justo el tiempo necesario para escribir
este poema, este plagio de mi vida.