Artículos y reportajes
Alfred NobelEl testamento
de Alfred Nobel
Reflexiones
sobre el Premio Nobel
de Literatura

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Terminado el verano en Suecia —y ya pasadas las elecciones—, la rutina cae como un manto gris sobre la vida cotidiana de la mayoría de los suecos, que ven llegar al otoño con una resignada melancolía, preparándose para resistir el semestre más duro del año: el invierno. Seis meses de frío, nieve y oscuridad que derrumban al más valiente. Pero ni las elecciones ni el frío provocan tantos titulares en los periódicos de todo el mundo como el anuncio, por parte de la Academia Sueca, del ganador del Premio Nobel de Literatura. Especulaciones, expectativas y, la mayoría de las veces, desilusiones. Tampoco faltan las críticas, comentarios e interpretaciones de todo tipo sobre la elección del año. Como Jorge Luis Borges, con su genial ironía, decía: lo que más sobresale de una lista de premiados son sus omisiones.

Muchos se preguntan año tras año: ¿por qué tantas expectativas todos los años por saber a quién se le otorga el Premio Nobel de Literatura? ¿Cuál es la importancia de recibir este premio? Además, claro está, del atractivo de recibir 1,3 millones de dólares, multiplicar las ventas de una manera vertiginosa y ser traducidos a los más remotos idiomas. ¿Por qué, a pesar de ser continuamente criticado como elitista, caprichoso e ilegítimo, posee tanto prestigio? Hasta ahora, con la excepción de Jean Paul Sartre en 1964, nadie lo ha rechazado (muchos años después, Sartre se arrepintió y solicitó recibir la suma correspondiente al premio, pero le fue negada).

La idea de un premio que estimulara la creación, la investigación y todo tipo de actividad que contribuyera al desarrollo de la humanidad1 fue concebida por el inventor y empresario sueco Alfred Nobel. La vida de Nobel es una historia apasionante, que merece un capítulo aparte. En su testamento, Nobel dejó sentadas las bases de cuáles serían los criterios para el otorgamiento de los premios, entre ellos el de literatura. Cómo se interpretan esos criterios ha sido en su inicio, y es aún hoy día, objeto de debate y estudio. Desde su primera edición, en el año 1900, ha sido la Academia Sueca la encargada de designar al ganador anual del Premio Nobel de Literatura, siguiendo las indicaciones y el espíritu soñado por Alfred Nobel a principios del siglo antepasado. Mucho se ha buceado en el testamento de Nobel, estudiosos han seguido los criterios de selección de la Academia y analizado su ideología a través de los años. Pero una cosa es cierta: muy pocas instituciones en el mundo, en el campo de las letras, realizan una tarea tan vasta y profunda como la Academia Sueca. ¿Que la decisión es siempre polémica? Sería extraño si no lo fuera. Todo premio literario es, en sí, caprichoso y arbitrario. ¿Quién puede erigirse en juez en el ámbito de la creación? ¿Pero por qué justamente un premio ideado por un inventor y empresario como Alfred Nobel, sin conocimientos específicos en el campo de la literatura, resultó el galardón literario más codiciado? Otro de los misterios de este país misterioso, que dejó a su propio August Strindberg morir sin el Nobel y premió, en cambio, a Verner von Heidestam. ¿Alguien que lo haya leído?

 

El proceso de selección o cómo se cocina el Nobel

La Academia Sueca, a la cual suelen atribuirse misteriosos y ocultos métodos de trabajo, tiene por el contrario, unas rutinas muy claras con respecto al proceso de nominación de los candidatos. En principio, ya a partir del día después de que el premio se ha hecho público en octubre, puede iniciarse el proceso de nominación de los candidatos del año siguiente. El grupo que tiene posibilidades de nominar es selecto, pero creciente: los mismos miembros de la Academia, escritores que anteriormente hayan sido galardonados con el Premio Nobel de Literatura, profesores universitarios de literatura o lenguas de cualquier universidad o instituto superior de cualquier parte del mundo y presidentes de las respectivas organizaciones que agrupan a los escritores de un país. Una advertencia para quienes no puedan evitar caer en la tentación: nadie puede nominarse a sí mismo. Las propuestas deben llegar a conocimiento de la Academia a más tardar el 1º de febrero y tienen por supuesto más peso si se acompañan de una motivación. Todas las nominaciones registradas en la Academia son estrictamente confidenciales, y ése no es un problema: nada les gusta más a los académicos suecos que callar.

Normalmente suelen llegar a la Academia unas 350 propuestas por año. Muchas mencionan al mismo candidato, por lo cual la cantidad de nombres suele reducirse a unos 200. Cuando la lista está aprobada, a fines de febrero, pasa a ser revisada por el Comité del Nobel, de enorme influencia en el proceso de selección. El Comité del Nobel es un grupo pequeño, selecto y poderoso: 4 o 5 miembros de la Academia, elegidos por un período de tres años, con rotación. Tienen la tarea de componer la nómina de candidatos, realizar investigaciones, familiarizarse con los autores que tengan reales posibilidades de obtener el premio y, finalmente, son los que presentan las recomendaciones a la totalidad de los miembros de la Academia. Es el Comité del Nobel el que realiza la eliminación más severa de nombres: por no alcanzar la calidad exigida para recibir el premio o por responder las nominaciones a motivos no literarios (políticos, étnicos, religiosos, de género, etc). Cuando esta primera eliminación está lista, se inicia el proceso de selección más profundo. Para su ayuda cuentan los miembros del Comité del Nobel con grupos de asesores: expertos que redactan recensiones, comentarios e inclusive pueden realizar traducciones de prueba en el caso de que el idioma original no sea accesible para los académicos y no existan traducciones ya publicadas.

El resultado del trabajo del comité suele presentarse en la Academia en la sesión del mes de abril y para entonces la lista está compuesta de unos 15 o 20 nombres. Esta lista es sometida a discusión y finalmente se adopta como oficial, con eventuales modificaciones, en el mes de mayo. Nuevamente es el Comité quien tiene la tarea de seguir profundizando la obra de los “elegidos” (muchos de ellos reaparecen año tras año, lo cual simplifica la tarea, puesto que sólo se revisa la aparición eventual de nuevas obras) y decidir finalmente cuáles cinco autores o autoras integrarán la lista definitiva de candidatos a presentarse en la sesión de junio, la llamada “lista corta” de donde saldrá el flamante Premio Nobel.

 

El verano de los académicos

Y llegamos al verano y al período de más intensidad para los académicos, quienes deberán durante estos meses profundizar los textos de los autores “finalistas” y llegar a una decisión. Luego de una reunión de discusión e intercambio de opiniones, llega la reunión de octubre, en la cual ya debe haber madurado la decisión individual de cada miembro. Es aquí cuando se lleva a cabo la votación. El candidato que finalmente será galardonado con el Premio Nobel de Literatura debe obtener más de la mitad de los votos de los miembros de la Academia para ser reconocido. El proceso ha llegado a término y se anuncia oficialmente a fines de octubre en una solemne y muy ensayada conferencia de prensa, donde el secretario vitalicio de la Academia, en la actualidad el escritor y ensayista Horace Engdahl, da a conocer el nombre del galardonado y la motivación del premio. Dicha motivación se lee a continuación en sueco, en inglés, en francés, en alemán y en ruso. ¿Por qué no en español? Por la sencilla razón de que Horace Engdahl no sabe español.

Pero que Engdahl no sepa español no perjudica en nada las posibilidades de los autores de habla hispana de recibir el premio. En varias entrevistas ha declarado Engdahl la “enormemente fuerte tradición cultural de la literatura de habla hispana”.2 Sin embargo, el último autor de habla hispana premiado fue el mexicano Octavio Paz, quien se hizo acreedor al premio en 1990, hace ya 16 años. Esto quizás aumente las posibilidades del eterno aspirante de las letras hispanoamericanas, el peruano Mario Vargas Llosa. Que su nombre haya figurado varias veces en la “lista corta” es meritorio, el mismo Engdahl ha declarado que en muy contadas ocasiones se ha premiado a un autor que figure por primera vez en dicha lista.

Y sin embargo, todas son especulaciones. Los académicos han sorprendido y shockeado al público más de una vez. Cuando se esperaba una mujer, han premiado año tras año a un hombre; cuando se esperaba a un representante de algún grupo idiomático “menor”, la elección ha caído en un representante políticamente “incorrecto”, como ser el galardonado el año pasado: Harold Pinter: hombre, blanco, anglosajón. Pero los académicos se sacuden las críticas y reafirman el sentido de su “misión” y el espíritu del testamento de Alfred Nobel: premiar la calidad literaria. Mucho más no se suele saber, los miembros de la Academia Sueca parecen ser insobornables: callan de manera consecuente ante la prensa. No dan casi entrevistas y, en las pocas que dan, nunca revelan más del proceso que lo que ya se sabe. Jamás hacen comentarios sobre nombres concretos y reafirman, obstinadamente, el criterio de calidad literaria como punto central de la decisión, tomando distancia de la opinión de los “expertos” de distinta índole, que ya exigen una mujer, un autor del Tercer Mundo, un representante de una minoría idiomática, etc.

 

El mundo es ancho y ajeno

Si consideramos solamente a los escritores que han recibido el Premio Nobel desde 1950 hasta el año pasado (55 personas), observamos que sólo un autor del mundo árabe ha sido galardonado: Naguib Mahfuz en 1988 (egipcio, recientemente fallecido). Sólo tres representantes del mundo asiático: dos japoneses (Yasunari Kawabata en 1968 y Kenzaburo Oe en 1994) y un chino residente en París (Gao Xingjiang en 2000). Tres africanos, dos de los cuales están claramente insertados en la cultura occidental (Nadine Gordimer en 1991 y J. M. Coetzee en 2003) y el nigeriano Wole Soyinka. Entre los latinoamericanos contamos cuatro: el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967), el chileno Pablo Neruda (1971), el colombiano Gabriel García Márquez (1982) y el mexicano Octavio Paz (1990). (La poeta chilena Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945 y por eso no se incluye en el recuento de premiados). De 55 escritores galardonados, contamos 51 hombres y 5 mujeres (en 1966 lo compartieron Samuel Agnon, Israel y Nelly Sachs, Alemania/Suecia), lo que significa una representación del 8,9% de mujeres entre los premiados. Las cuatro mujeres que recibieron el premio en forma individual fueron galardonadas todas en las décadas del noventa y en lo que va del presente siglo: Gordimer en 1991, Toni Morrison (EEUU) en 1993, Wislawa Szymborska (Polonia) en 1996 y Elfriede Jelinek (Austria) en 2004. Sabemos muy bien que la literatura poco tiene que ver con la estadística, pero las cifras son, de todas maneras, un indicador de la época. En su momento, Alfred Nobel apuntó que el premio no debía tener en cuenta la nacionalidad del galardonado, pero es difícil saber hoy día, en un mundo global, cuánto pesan los paradigmas de la época y qué corpus literario se considera que ha “servido a la humanidad de la mejor manera”, como se indica en el testamento de Nobel. Una reflexión, en todo caso, para todos aquellos escritores que este mes no recibirán el Nobel (y que probablemente no les importe demasiado): también Tolstoy, Ibsen, Proust, Kafka, Joyce y Borges se le escaparon a la Academia Sueca. No es tan mala compañía.

 

Notas

    1. En las palabras de Alfred Nobel: “gjort mänskligheten den största nytta” (“quien sirviera a la humanidad de la mejor manera posible”, mi traducción). Fragmento del testamento de Alfred Nobel, citado en: Espmark, Kjell. Litteraturpriset. Hundra år med Nobels uppdrag. Stockholm, Norstedts, 2001, p. 8.
    2. “Nobelpriset i litteratur- en västerländsk konspiration?” en: Tidningen Svensk Bokhandel nr. 10, 24 de mayo de 2006, pp. 22-31.