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Gonzalo RojasEl poeta precoz que oyó voces: Gonzalo Rojas
A propósito de la lectura
de Alcohol y sílabas

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¿Qué se busca en el análisis literario, mi Dios: la luz terrible de la ciencia o la luz de la poesía? ¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso: metapoética? ¿Quién es? ¿El poeta con sus palabras, su exorcismo, su tedio, su ausencia, su desesperación, su conjuro, su locura, su éxtasis, su visión, su experiencia, su intuición? ¿O es acaso el crítico literario, con su lectura vuelta un riguroso ejercicio, su vínculo con la resonancia, su interpretación que capta el poema y lo usa, su oscuro deseo de ser poeta, su memoria implacable, su capacidad de memorización, su organización de la literatura, métodos y sus metodologías, sus herramientas interdisciplinarias, su poder de legitimización? Pregunto yo a cualquier instancia divina. Ya me he perdido buscando la respuesta entre críticos y poetas. Parece entonces que no hay nada para mí. Para mí es el silencio frente a esto que no puedo comprender: ¿Cómo desgranar el poema en sus ínfimas sílabas como si se tratara de una granada roja? Cómo aproximarse al fingidor, si su primer verso encabalgado desarma; me explico: “La primer palabra es ábreme, vengo / del frío dame la escritura”.

Lo que aprendí en la escuela me enseñó a distinguir: aquí hay un actor poético “yo” que habla por la palabra (me encanta hablar de la palabra) y... pero... ¿Qué es eso? ¿Quién viene a ordenarme que le abra? Es un aviso, no para mí (simple y mortal lector), es para el poseedor de la escritura. ¿Y quién es él?

¿Quién?... Propongo que le demos el caso a Vladimir Propp, que él investigue, que él nos diga, que vuelva a hacer una morfología de la palabra y de la poesía, que se olvide de los cuentos infantiles y del folklore, que esto nos reclama con urgencia. Que nos diga quién es el gran poseedor de esto que nos arde.

Así explico cómo Gonzalo oyó voces, fue más precoz que Rimbaud a su edad. Así este énfasis, así su frenesí se revela: llega hasta el escalón sonámbulo, así inferimos una escalera y nos vamos al símbolo: la progresión hacia el saber, la ascensión hacia el conocimiento. Pero Gonzalo llega a la escalera sonámbulo, viciado por un desorden del sueño y que lo levanta, lo manipula y le ordena: “Lázaro, levántate y anda, pídele que te abra la puerta a la escritura”. Gonzalo está al borde del abismo. Así la muerte. Así van veintiséis. Así. Así no cabe el conocimiento, fallé.

No importa el conocimiento, importa el tiempo y sobre el tiempo la materia (emerge entonces de mi supuesta negación, la afirmación del conocimiento) el tiempo es palpable, traslúcido. Y navega por el aire: es una planta trepadora y al mismo tiempo su parásito, y Gonzalo ya no es lo que es, es otro el que lo posee. Encontramos, entonces, el gran mito del poeta esclavo de la palabra, el loco en su delirio, el endemoniado a lo Blake, el alumbrado a lo Santa Teresa, el paria borracho con el silabario en la mano con que enseñó a leer a los mineros, todo en un gran resonar de voces.

Este animal en que se ha convertido y que ahora es, ¿qué es? Yo he vuelto a la semántica del animal para definirme, pero ¿y Gonzalo, quién es cuando es animal? No contesta: ¡celebra!, celebra que lo animal dé para una sintaxis (aunque sea la peor). Y lo que se precipita después, me parece que es un Gonzalo detrás de un Borges, debajo de la escalera, maltratándolo por dejarse engañar por Daneri, de pronto la visión del Aleph: viéndolo todo por anticipado, en el marco sin espejo, el amor y el vértigo lo simultáneo de estar en otras partes.

Están juntos por leerse y releerse, con la misma bandera en sus barcos, a punto del naufragio, han bebido de los mismos venenos, pero tienen distintas respuestas: lo ha vivido el uno y el otro lo ha leído en las marcas del tigre. Innegable la resonancia literaria. ¿O será que son la misma cosa, que la misma naturaleza los circunda y que yo sólo veo (ciega como soy) un tema ocupado por el imaginario colectivo, más animal y más instintivo? Son ambos parte de un mismo cuerpo, el de la palabra, el de la poesía repartidos en estrellas de hermosura, en partículas fugaces de eternidad visible.

Finalmente el poema se cierra con una pregunta. ¿Qué es? ¿Quién mueve el péndulo divino? ¿Es mi animal poseso o ha sido siempre así? ¿Soy Gonzalo en la mácula de mi locura o todo es un sueño donde estalla de por sí el mundo? Hay una fractura en el mundo que lo parte en dos: uno de vino y beodos y otro comprendido por sílabas. Hay una rotura Rojas, él es el medio, el canal mismo. Emigra, se transmuta en lo humano y no cabe y es animal por así decirlo, porque tampoco es, es otro. Aclárale, Dios, porque yo no puedo.

Algo roto en este mundo literario y yo me muero en esto, oh Dios, en esta tregua que no comprendo, en este ir y venir entre ellos: por más interpretaciones, por más semiótica, hermenéutica, preceptiva, por más estéticas y manifiestos, por la sociocrítica... sigo condenada a callar por el peso de la primera palabra.

Yo hago una oración. Lector, únete a mí, la respuesta no es de este mundo.