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Poemas

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Madre prostituta

Amamanta a tus cachorros de hiel,
y de ira y rencor y blasfemias,
madre prostituta inclinada
sobre tu prole en acción de gemir,
secas ya tus fláccidas vertientes,

amamántalas de leche negra,
de odio intrínseco y sed de venganza,
para que nunca olviden lo que son,
de qué matriz proceden sus rostros,
y hacia qué destino van sus pasos.

Dótalos de abrojos y de espinas,
aliméntalos de resistencias,
inyéctales tus noches sufridas,
la copa de la intemperie en rigor,
la mano del puñal homicida.

Para que tenga sentido el dolor,
para que una lámpara arda por ti,
para que nadie mancille tu cuerpo.

 

Gritos de auxilio

Ensordecedores gritos de auxilio
de una voz idéntica a mi voz,
de una garganta filial a la mía
llamando desde el precipicio,
recabando mi ayuda fraterna.

Hermano o hijo de mis entrañas
atado al borde de la hondonada,
nada puede por ti mi amor filial,
nada puede por ti mi desgarro
de padre o amantísimo hermano
estirando sus brazos hacia ti.

En el tiempo seguirás gritando,
y seguiré escuchándote, transido
de un dolor como ningún dolor,
de una angustia de hermano sufriente,
de hermano de mi misma sangre.

 

Azar

Numerosísimamente inclinado
sobre los dados del azar,
sobre los huesos del destino,
sobre la lectura de cartas,
solitario en casa y fuera también,                                                                                    
midiendo el parecer de los hados.

A nadie como a mis gitanos
reunidos bajo su tienda,
atizando el fuego nómade
con la varita del arúspice,
o semidormidos plegando
y desplegando los fértiles labios,
volátiles en el entresueño,

a nadie como a mis híbridos
ofreciéndose de puerta en puerta,
leyendo la palma de la mano
a sabihondos académicos,
a doctores del saber, hundidos
en su pobre ignorancia ilustrada,
cavando como topos bajo tierra.

Inclinado, pues, con mi lechuza
sobre el arrugado planisferio,
o, mejor, sobre el planetario,
tomándole el pulso a los astros,
leyendo su inequívoca ciencia.

Y después, claro, los reproches:
el hilo demasiado tenso,
la circunvalación tardía,
el hígado apenas visible,

o que los dados cargados,
que los huesos un revoltijo,
y que el azar, en final de cuentas,
puro azar, nigromancia perfecta.

 

A obscuras

Tal como quedarse a obscuras
en mitad del largo camino,
acuciado por el prurito
de llegar, de alcanzar el final,
de abrir los ojos en el alba.

Sí, la lámpara de barro,
el curioso chisporroteo
de su pabilo húmedo,
cuando inmersos en la lectura
de las claves ontológicas,
y todos los perros ladrándonos.

Como hay alguien expresamente
obstruyendo las celosías,
clausurándonos el tránsito
al hórreo, a la luz, al trigo,
a las espigas bruñidas.

Y esta persistente ansiedad,
este cosquilleo en los dígitos,
este escozor en las pupilas.

 

Silencio

Quien recuerde calle y reniegue,
quien recuerde desmienta y maldiga,
emborrone, desvirtúe, tache,
cuestione, raye, borre y olvide.

No haya para ti perdón ni tregua,
ni atenuante, ni piedad, ni lástima:
recaiga la culpa sobre tus actos,
un dedo te acuse y palidezcas.

Quien recuerde niegue y desoriente,
obscurezca, mienta, encubra,
y con tal peso salga y camine,
y cumpla sus días en la tierra.