Sala de ensayo
Manuel MachadoManuel Machado
y su peregrinaje a Eleusis

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...el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento
que ha tenido lugar en el tiempo primordial,
el tiempo fabuloso de los “comienzos”.i

El espíritu del hombre moderno, escindido y desgarrado, descubre el poder de su yo interior, de su propio pensamiento con el que pretende suplantar la pérdida de sus certezas. Muchas son las criaturas atormentadas por una crisis desalentadora, una crisis de la propia creencia y, naturalmente, de fe.

Esta crisis profunda, manifestada claramente hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, desde Nietzsche en adelante, pasando por Weber y Pareto,ii expresó la pérdida de todo valor trascendente que se llevó consigo también la validez de la razón. La metafísica occidental entra en crisis, una crisis de realidad y de racionalidad que enunció su notoria intensidad en el derrumbe de una estructura sostenida por siglos. La ostensible irracionalidad del mundo, la falta de certidumbres y las restricciones de los postulados científicos se hicieron frecuentes en las argumentaciones de la época, pues la misma supremacía del espíritu científico que la caracteriza es anuncio de su inmediata decadencia.iii

Es evidente que esta propuesta de explicar científicamente los orígenes y el lugar del hombre en el universo producirá un vacío que se verá traducido, en la obra de muchos poetas, en una solitaria y desesperada búsqueda hacia el interior del mismo hombre y, en muchos casos, en un pasado “incontaminado” que se les presenta como un manantial inagotable de motivos y creencias donde cultivar el espíritu.

Manuel Machado, poeta inmerso en la turbulencia de los cambios finiseculares, hereda los dogmas paternos de las demostraciones de los orígenes no divinos del hombre y de sus análisis antropológicos del mito y de la sociedad.iv Pero semejante instrucción no lo llevó a contribuir aun más con la explicación científica del hombre, sino a condensar, en sus primeros trabajos, las consecuencias emocionales de lo ya asimilado.v En 1902 ve la luz Alma,vi su primer poemario juvenil, y la segunda sección del libro —profundamente simbolista y misteriosa— se titula “Estatuas de sombra”, pero curiosamente, el poema con el que Machado inicia su camino profundo hacia las veladas e inmóviles figuras del pasado es “Eleusis”, título en clave que alude, en clara correspondencia con los misterios iniciáticos eleusinos, a sus inaugurales experiencias de poeta. Tanto el nombre dado al apartado como al poema preliminar, constituyen una especie de hermetismo aun para el lector actual, evidenciándose cómo el poeta, análogamente al carácter esotérico original de los ritos antiguos, también obstaculiza toda sugerencia que pueda develar el enigma que habita en el interior del mismo hombre.

En estado de semitrance, el poeta aspira un “retorno al origen”vii por los sombríos caminos del tiempo. Se escinde y permite que su alma inicie el simbólico peregrinaje sin descansoviii hacia las más primitivas de las civilizaciones, a la fuente prerracional del hombre y de la cultura a través de los negros e indefinidos bosques del sueño:

Se perdió en las vagas
selvas de un ensueño,
y sólo de espaldas
la vi desde lejos...
Como una caricia
dorada, el cabello,
tendido, sus hombros
cubría. Y al verlo,
siguiola mi alma
y fuese muy lejos,
dejándome solo,
no sé si dormido despierto.ix

Sugestiva y misteriosa visión hipnótica de una figura femenina; tal vez se trate de Deméter en busca de Perséfone, el poeta no la describe, sólo nos la sugiere a partir de sus dorados cabellos que cubren parte de su etéreo cuerpo. Esta imagen vivificada cuenta con una larga trayectoria; es símbolo y fetiche tradicional de la sensualidad femenina en todos los tiempos y escrituras, ambiguo amuleto que encanta a la vez que se evade:

Pasamos... Mi alma
tras ella corriendo,
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.

La atracción que ejerce este éxtasis mítico es utilizado por Machado como un símbolo homogéneo del artista frente a la inseguridad perturbadora y a la fugaz disolución en el vacío que produce el arte moderno, pero supone también el riesgo de un vía de perfección que conduce hacia el abismo donde lo divino y lo demoníaco, el amor y la muerte, Dionisos y Apolo, la percepción y la destrucción del yo, tiene unos dominios y limites comunes que hay que afrontar como franco portal hacia las emociones de lo desconocido.

Fascinado aún por la fugaz visión de la furtiva diosa,x su retroceso no se detiene, continúa desandando el tiempo a través de las verdes llanuras jónicas:

Se fue hasta las verdes
llanuras de Jonia; y el templo
cruzó de Partenes.
Del mármol eterno
dejó las regiones...
Y se fue más lejos
con mi alma, dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.

En este ensueño retrospectivo el poeta —“servidor dionisiaco” diría Nietzsche— observa cómo su alma es arrastrada en pos de “la bella apariencia” que también va a contramano del tiempo, desandando edades y siglos haciéndolo transitar, en sólo un instante, por la Edad Media, por la Grecia clásica, por los imperios orientales y los tiempos prehistóricos donde intenta alcanzar lo inalcanzable en su anhelo de fusión con esa imagen ideal, en una permanente oscilación entre la angustia y el deseo de trascenderse:

Oro y negras piedras,
y muros inmensos,
y tumbas enormes
—sepulcro de un pueblo
que mira hacia Oriente
con sus ojos muertos—.
Siguió... Y arrastraba
mi alma más lejos,
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.

Y ya en este tramo final de la simbólica y fugaz peregrinación de su alma, la velada visión del Enigma humano se pierde en el oscuro caos primordial, origen de las cosas, donde no le es permitido ingresar: Y arrastraba / mi alma más lejos, / dejándome solo... Luego, ya de regreso, nos deja las últimas imágenes de un ayer experimentado, testigo dormido sobre “tumbas enormes”, símbolo de fragmentos y escombros de religiones muertas:

Siguió; entre menhires
pasamos, y horrendos
despojos de fieras...
Siguió; y a lo lejos
perdiose en las selvas
oscuras del sueño,
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.

A lo largo de todo el poema, se mantiene latente y sin posible resolución la ambivalencia en la atracción que ejerce sobre el sujeto lírico esa “figura” sugestiva, cautivadora y potencial transformadora hacia un nuevo estado. Esta permanente vaguedad, sumada a la falta de un claro desenlace, produce el efecto de penetrar aun más en la gran incógnita humana planteada por el poeta. El ir en pos de una presencia enigmática, de una imagen ideal es sed de vida y también sed de conocimiento; pero curiosamente, en este peregrinaje onírico sólo se vislumbra una tenue luz en los umbrales de Thánatos, luego todo vuelve a ser sombra.

Sostiene Mircea Eliade que algunos mitos y los ritos iniciáticos del regresus ad uterum simbólicamente representan la preparación para el “renacer” del hombre. Una especie de “retorno al génesis” que repite el acto del nacimiento en el orden espiritual permitiéndole al iniciado acceder a una nueva y superior manera de existencia. Esto refleja tal vez con más claridad que, como sostiene Eliade, en momentos de crisis total, cuando el hombre se ha perdido en las sombras de la irreligiosidad, la única ilusión que lo sostiene es la “esperanza de recomenzar”; la aspiración de una nueva existencia, regenerada, pletórica y significativa, pero concretamente, donde la muerte cumple una función positiva: la preparación de un “nuevo nacimiento espiritual”.xi

En “Eleusis”, Manuel Machado recrea simbólicamente la esfera propicia para un iniciado en los saberes recónditos, místicos y teosóficos, tan calificados en el arte y en las letras finiseculares como conjunto heterogéneo de enseñanzas arcanas que constituía más un síntoma de la pérdida de toda referencia y, consecuentemente, una aspiración inconcreta hacia otra realidad, que a una verdadera respuesta a la desorientación provocada por la modernidad. Este “renovado” interés por los misterios arcanos, como una expresión más de la atracción general que el romanticismo desencadenó hacia todo tipo de saberes esotéricos y ritos de trascendencia, paganos o cristianos, había tenido un largo cultivo durante todo el siglo XIX, especialmente manifestado en sus últimas décadas. Tal vez la máxima referencia fue “la llamada de los misterios eleusinos” que Friedrich Nietzsche hacía en un párrafo muy significativo de El nacimiento de la tragedia de 1872:

El barro más noble, el mármol más precioso son aquí amasados y tallados, el ser humano, y a los golpes de cincel del artista dionisiaco de los mundos resuena la llamada de los misterios eleusinos: “¿Os postráis, millones? ¿Presientes tú al creador; oh mundo?”.xii

En la elección del tema del peregrinaje onírico, el poeta actualiza y reaviva una larga tradición romántica de ir en pos de una figura cautivadora: madre o hija, esposa o hermana, enemiga o benefactora; musa concebida intuitivamente como una “estatua de sombra”. Símbolo trascendente del ideal donde el poeta moderno proyecta su actual desgarro y confusión espiritual, su más íntimo anhelo de otredad; develar, a través de su otro yo, los grandes enigmas del hombre sin fe en su reino interior.

El poeta se nutre de un pasado mitológico valiéndose de la diosa Deméter y del ritual eleusino de iniciación que, obviamente, no trata de repetir el modelo de una renovación cósmica, puesto que ya no desempeña una función ontológica, pero sí plenamente cargada de significados e eminentemente simbolista: el mito es la materia con la que se construye el símbolo, fenómeno frecuente en la poesía de todos los tiempos. Sostiene Eliade que “El mito es una realidad cultural extremadamente compleja, que se puede abordar e interpretar en perspectivas múltiples y complementarias (...) el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los comienzos”.xiii

La composición de Manuel Machado traza un peregrinaje simbólico emulando el regreso primordial, un descenso hacia lo más hondo y secreto de sí mismo que comporta la pérdida de la conciencia y de todo condicionamiento o circunstancia humana —histórica, cultural, social o sentimental— en un anulador ensueño, viaje de desposesión que transfigura la propia esencia del sujeto antes de fundirla con lo Uno absoluto.

 

Notas

  1. Mircea Eliade (1998), “Ensayo de una definición del mito”, en Aspectos del mito. Editorial Paidós Ibérica, S. A., Buenos Aires, p. 16.
  2. Max Weber fue uno de los fundadores de la sociología moderna; sus primeros trabajos estaban relacionados a la sociología industrial, pero son más conocidos los últimos trabajos sobre sociología de la religión y sociología del gobierno. Ver su ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Traducción José Chávez Martínez, 9ª edición, 1991. Premia Editora S. A., México, Vol. I, pp. 1-206.
  3. Luis Diez Del Corral (1954), “La tragedia griega según Nietzsche”, en La función del mito clásico en la literatura contemporánea. Editorial Gredos, S.A., Madrid, 189.
  4. Ver el trabajo de J. G. Brotherston “Manuel Machado y Álvarez and Positivism”, Bulletin of Hispanic Studies (Liverpool), XLI, núm. 4, 223-229. Antonio Machado y Álvarez padre, fue uno de los pocos intelectuales del siglo XIX español en adherir al desarrollo científico en el extranjero, y sostuvo su urgente aplicación en la sociedad española inclinando su postura hacia un determinismo científico intransigente.
  5. “Eleusis” hace referencia a los Misterios Mayores griegos celebrados en el santuario de Deméter situado en la ciudad homónima, ubicada cerca de Atenas. Estos ritos dionisíacos eran célebres en la Grecia clásica, y de todos los rituales religiosos este era el de más importancia y renombre; así como Delfos era considerado el centro político y adivinatorio de Grecia, Eleusis era su centro religioso y místico.
  6. Alma, su primer poemario, durante algún tiempo llevó el título provisional del apartado: “Estatuas de sombra”.
  7. Ver Mircea Eliade, “Técnicas tradicionales del ‘retorno hacia atrás’ ” Op. Cit., pp. 74-78.
  8. Dentro del catolicismo cultural de Machado, el peregrinaje a “Eleusis” guarda similitud con el expresado por Rubén Darío en “Divagación”. Ver Poesías completas, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1987, Vol. II.
  9. Manuel Machado (2000), “Eleusis”, en Alma Caprichos El mal poema. Editorial Castalia, S. A., Madrid, pp. 137-38.
  10. Deméter y Perséfone, Ceres y Proserpina para los romanos, son las diosas gemelas percibidas como madre e hija, representaban para los pueblos de la antigüedad los poderes de la naturaleza, su transformación y emergencia cíclica. Los Misterios de Eleusis, o Misterios Mayores que celebraban estas diosas, eran ritos de pasaje destinados a personas adultas que proporcionaron un espacio sagrado para vivenciar nuevos estados de conciencia y una percepción de la vida que surge de la muerte.
  11. Ver Mircea Eliade (1989), Iniciaciones místicas. Editorial Taurus S.A., España, p. 37.
  12. Friedrich Nietzsche (1995), El nacimiento de la tragedia. Alianza Editorial, S. A., Buenos Aires, p. 45.
  13. Mircea Eliade (1998), “Ensayo de una definición del mito”, en Aspectos del mito. Editorial Paidós Ibérica, S.A., Buenos Aires, p. 16.

 

Bibliografía

  • Alarcón Sierra, Rafael (1999), Entre el modernismo y la modernidad: la poesía de Manuel Machado (Alma y Caprichos). Edición: Diputación de Sevilla, Área de Cultura y Deportes, España.
  • Diel, Paul (1998), El simbolismo en la mitología griega. Editorial Universitaria Idea Books, S. A., traducción de A. Díez, España.
  • Diez del Corral, Luis (1957), La función del mito clásico en la literatura contemporánea. Editorial Gredos, S.A., Madrid.
  • Eliade, Mircea (1998), Aspectos del mito. Editorial Paidós Ibérica, S.A., Buenos Aires.
    — (1989), Iniciaciones místicas. Editorial Taurus, S.A., España.
  • Grimal, Pierre (1981), Diccionario de mitología griega y romana. Editorial Paidós SAICF, traducción de Francisco Payarols, Buenos Aires.
  • Highet, Gilbert (1954), La tradición clásica: influencias griegas y romanas en la literatura occidental. II vols., Fondo de Cultura Económica, México.
  • Machado, Manuel (1967), Alma. Apolo. Estudio y edición de Alfredo Carballo Picazo, Editores Alcalá, Madrid.
  • Monneyron, Frédéric y Thomas, Joël (2002), Mitos y literatura. Ediciones Nueva Visión, traducción de Emilio Bernini, Buenos Aires.
  • Nietzsche, Friedrich (1995), El nacimiento de la tragedia. Alianza Editorial, S.A., traducción Andrés Sánchez Pascual, Buenos Aires-Madrid.