Sala de ensayo
Margo GlantzLa construcción
de la imagen
de la mujer
en obras
de descendientes
de inmigrantes judíos
en América

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El presente trabajo tiene por objeto la revisión de la construcción de la imagen de la mujer en el judaísmo en obras de descendientes de inmigrantes judíos en Chile y México. Estos textos corresponden a Sagrada memoria de Marjorie Agosín, Poste restante de Cynthia Rimsky, Escenario de guerra de Andrea Jeftanovic, Por el ojo de la cerradura de Jorge Scherman, Donde mejor canta un pájaro de Alejandro Jodorowsky, estos cinco autores todos chilenos, y Las genealogías, de Margo Glantz, quien es mexicana.

Plantearemos en el siguiente informe tres entradas con respecto a la mujer hebrea, que se interrelacionan entre sí: a) tradición y familia en la mujer judía; b) discriminación y marginalidad y c) escritura de la mujer.1

 

Tradición y familia en la mujer judía

En el judaísmo, la mujer es considerada como raíz espiritual de la educación. La madre es responsable de que los valores se transmitan de generación en generación. En el libro de Bereshit2 (2:22) se lee: “Y construyó, Dios Todopoderoso, la costilla... en una mujer”. En hebreo “Y construyó” viene de las palabras “construcción” y “entendimiento”. Por lo que la mujer, gracias a este “entendimiento”, tendría una misión elevada, que sería la de “construir” una casa en Israel, una casa donde se viva de acuerdo a la Torá.3 Por otra parte en la Torá aparece: “Moshé ascendió a Dios y Él lo llamó desde la montaña diciendo: Así dirás a la casa de Iaacov y relatarás a los hijos de Israel” (Shemot 19). En la interpretación rabínica, “la casa de Iaacov” se refiere a las mujeres y “los hijos de Israel” a los hombres. Al ser mencionadas primero se expresa que deben ser ellas las que transmitan el mensaje al pueblo judío. Esto es significativo, ya que si consideramos que, tal como señala Lewin, la identidad judía se apoya en un mecanismo de preservación de la memoria, recordando y rememorando el pasado histórico y que son ellas las que tienen esta tarea, podríamos decir que sin mujer judía no podría existir la tradición ni por ende tampoco el pueblo judío.4

Marjorie Agosín expresa que han sido las mujeres las que han tomado conciencia de la identidad hispanoamericana-judía o judía-hispanoamericana. Señala que Ana María Shua, escritora judío-argentina, repudia la negación para decir no al olvido, y compara el trabajo de las arpilleras con el de la memoria, que “en el proceso de escribir se recupera y teje” (Agosín, Escritura, 98). Para ella existen escritoras que están rescatando la memoria de lo sagrado y que incluso “están recuperando los pormenores y secretos de la comida y mesa judía, para integrarlos a un ritual...” (Agosín, Escritura, 94). De hecho, la misma Shua ya ha publicado un libro dedicado a recetas y anécdotas de la cocina judía.

También Rodrigo Cánovas señala “que las genealogías se sustentan en las voces femeninas, siendo las hijas quienes reanudan el sagrado vínculo” (Cánovas, Mujeres). Y agrega que “la mujer es la portadora de la tradición, significando la matriz” (Cánovas, Árabes), cuyo legado es un rito que genera un nuevo comienzo generación tras generación. Avni, refiriéndose a los indios judíos de Venta Prieta, también escribe que “la tradición oral” es “transmitida por las ancianas del grupo” (Avni), donde se aprecia que éste era un rol más femenino que masculino.

El libro Las genealogías, de Margo Glantz, es un texto que recupera la historia y costumbres de los padres de la autora, inmigrantes rusos-judíos en México. Por medio de una grabadora, la escritora mexicana va relatando las anécdotas de sus ascendientes, tanto en la Rusia de las primeras décadas del siglo XX, como las ocurridas a su llegada como inmigrantes a México.

Glantz asume, en un discurso que evoca la cotidianidad, que su viaje será ir tras la huella de su padre, que es su referente de la tradición judía. Para ella, tal como lo señalara Agosín, será importante el rol de la cocina y comida judía (“sin cocina no hay pueblo”, [Glantz, 139] escribe), detallando recetas de la comunidad y también recalcando que su madre, a la llegada a México, instaló un restaurante de comida típica hebrea.

La tradición por medio de la mujer también es un tema relevante en Sagrada memoria, libro que relata las vivencias de una niña judía a su llegada a Chile desde Europa. Valparaíso y sobre todo Osorno, ciudad en la que se observa una profusa naturaleza, serán los escenarios en los cuales se escriban las costumbres de una familia judía en Chile.

Arturo Flores rescata que es la madre de Marjorie, Frida, quien le confía la historia. Mientras que para Glantz el pilar era su padre, Flores señala que para Agosín serán “las abuelas de la familia, que van a aparecer continuamente en el ambiente que es traído al presente” (Flores, 108). En Sagrada memoria es lo femenino lo encargado de portar la tradición, en donde “las supersticiones eran los ritos cotidianos de mi abuela Sonia” (Agosín, Sagrada, 24). Agosín mezcla superstición y tradición, pero siempre, o es su madre, o son sus abuelas quienes las transmiten. También se da tiempo para recrear el arte de la cocina: “Cuando era niña, mi madre me adiestraba en los oficios culinarios” (Agosín, Sagrada, 39). Al igual que para Glantz, la comida no es posible separarla de la tradición.

En el libro Poste restante, de Cynthia Rimsky, una viajera, que por el azar del destino encuentra un álbum de fotos que registra su apellido, decide seguir el rastro de aquellas imágenes, lo cual la lleva a los exóticos parajes del Medio Oriente.

Aquí estamos ante un caso un tanto más especial. Tanto así que Cánovas escribe estas palabras para referirse a Poste restante: “El origen —la familia, la Tierra Prometida, una herencia identitaria— también puede ser concebido como una pérdida, algo al cual incluso hay que renunciar o, mejor, transgredirlo” (Cánovas, Mujeres, 219). Al respecto, si bien Rimsky señala que irá de viajé con la excusa de dilucidar el misterio del álbum de fotos y que además puede verse este periplo como un acto de independencia de la protagonista, también es importante notar que para ella es relevante el ir tras la tradición. Rimsky señala que “quería llegar allí y pisar la tierra, enfrentar la gigantesca huella que a pesar de los años continúa alcanzándome” (Rimsky, Rezagos). Y así como para Glantz era el padre y para Agosín sus abuelas, para Rimsky será su abuelo la imagen de la nostalgia de su tradición. “Mi único anhelo era caminar por Ulanov y ver con tus ojos lo que tu padre había visto con los suyos” (Rimsky, Poste, 156), le escribe a su padre.

Y al igual que Glantz y Agosín, también Rimsky permite que en su libro exista un espacio para la comida. Una receta de Limassol (plato típico de Chipre) y sus comentarios a los pepinos, razones suficientes para convencernos de que también existe la importancia de la cocina en su tradición.

Escenario de guerra relata la vida de una niña-mujer (Tamara) y la relación con su familia de ascendencia judía en Chile. Un padre traumado por la milicia en Europa, una madre enferma y depresiva, sus dos hermanos y un amante misterioso y oscuro completan el cuadro de esta novela, en la cual se expresa todo el daño psicológico que puede ser producido debido al flagelo de la guerra y a la triste historia del pueblo hebreo.

El hecho de que en el presente la madre se comporte como una persona enferma y depresiva, pero que antes haya tenido un rol más relevante y adecuado en cuanto a la educación y cercanía con sus hijos, permite vislumbrar en la novela dos aspectos con respecto a su rol: existirían dos legados, uno estacionado en el pasado, en el cual la madre sí ocuparía un lugar relevante y armónico y otro ubicado en el presente, en donde la tradición se fragmentaría y casi desaparecería y en el cual la figura que la encarna sería trasladada desde la madre hacia el padre. El punto de inflexión de este proceso se produciría cuando la madre olvida a su hija, logrando de esta forma que la tradición materna desaparezca. Al respecto la protagonista señala: “Tengo dos mamás. Una, contiene mi presente —otra forma de pasado— y esboza lo que viene. La otra, es sólo olvido, un agujero negro y vaga por rincones ajados” (Jeftanovic, 80).

Esta antigua dicha, en la cual la familia permanecía unida y “la cocina tiene aromas más dulces” (Jeftanovic, 31) y “el horno siempre está tibio” (Jeftanovic, 31), irá poco a poco resquebrajándose. La madre comenzará a renegar de la tradición (“...no soporta los sábados” [Jeftanovic, 130]), para luego negar a la protagonista. La mamá se entregará al tejido, que como señala Agosín puede ser comparado con el proceso de recuperación de la memoria y el legado de las costumbres, pero el resultado serán prendas mutiladas, simbolizando el quiebre con el pasado.

Y ya que su madre la ha abandonado, Tamara decide recuperar su historia por medio de su padre. Pero él también aparecerá como un ser traumado por la guerra y la vida, por lo que poco podrá encontrar.

Es así como resuelve, una vez muerto su padre, partir en un viaje hacia la tierra natal de él, que le permita vincular de algún modo su vida con su pasado, lo cual consigue tan sólo a medias (nuevamente), ya que una vez allá el hermano gemelo de su papá le relata que éste había encontrado, cuando niño, el cadáver de su padre tirado en la calle, generando que la protagonista vuelva a Chile. Y como en el libro de Rimsky, ahora Tamara, al no ver cerrado el círculo de su viaje, decide inventarse otro periplo, en el cual intentará encontrar la figura de un desconocido que se encuentra en una de las fotografías que tomara en la visita a su tío. No lo llevará a cabo, por lo que su legado no se cerrará, como sí ocurriera con la protagonista de Poste restante.

Por el ojo de la cerradura es un relato acerca de tres mujeres (abuela, hija y nieta) y su historia desde la llegada a América de Viera, la abuela inmigrante judía. El relato es presentado como tres historias (la de cada mujer), que en realidad es una, ya que unidas cronológicamente el libro se puede ver como un solo gran relato.

Si bien el autor es varón, las protagonistas no lo son y en la novela, debido a las desavenencias de Marina (la nieta) con su madre, es la abuela Viera (y no su abuelo o padre) quien tiene el rol de educarla. Además son tanto Viera como su hija (incluso sin haber vivido su vida allá) quienes constantemente evocan (con nostalgia) a la Rusia en donde la comunidad judía tenía una parte de su hogar. Además es Marina quien señala “debo rehacer la senda, andar de nuevo el camino de las mujeres de mi familia” (Scherman, 29), imponiéndoselo como una obligación, al igual que Viera, para quien su único anhelo, más allá de la inmortalidad, es que “sus entregas permanezcan en el corazón de su hija y de Marina” (Scherman, 255), para así poder continuar el tejido de la memoria.

La novela de Jodorowsky Donde mejor canta un pájaro es la historia de su árbol genealógico, pero otorgándole, tal como el propio autor lo señala, un carácter de leyenda, en la cual las historias de sus ascendientes se multiplican en un entretenido imaginario.

Tanto en el libro de Scherman como en éste,no es posible apreciar una real importancia hacia la cocina judía ni hacia su legado, posiblemente a causa de que los textos comentados anteriormente fueron escritos por mujeres. Pero lo que sí señala Jodorowsky explícitamente es que la mujer es su patria y su identidad, lo cual es importante en un libro como éste, en el cual el autor parodia constantemente y lo que por un lado toma por verdadero, en las siguientes páginas lo podemos ver como falso. Es por esto que, en el texto, Teresa (abuela paterna de Jodorowsky), inmigrante judía llegada a Chile, sí puede verse como una mujer que rivaliza y va en contra de la tradición judía, a tal punto de señalar ante una comisión de rabinos que odia a Dios y la Torá. Finalmente, su descuido hacia su pueblo le traerá consecuencias y se convertirá en prostituta de un detective, tras lo cual volverá arrepentida a su familia.

Pero también se puede advertir que es la mujer, en este caso Jashe (abuela materna), quien se pone como misión crear un hogar y una casa para Alejandro Prullansky (abuelo materno) y su hija Sara Felicidad (madre de Jodorowsky) en su vida de pobreza. “Así comenzó su lucha para dominar el espacio” (Jodorowsky, 189), señala Jodorowsky, similar esfuerzo al que realizaría otra mujer, Viera, pero esta vez en la novela de Scherman, quien se esfuerza por montar su casa junto a su hija en un conventillo, cuando su esposo Samuel las abandonó por otra mujer, rescatando una vez más el valor del hogar y la familia para la mujer judía.

 

Discriminación y marginalidad

Así como en la historia del judaísmo es posible apreciar que el rol de la mujer es importante, ya que es ella quien tiene como primera misión el cuidado de su familia y hogar y con esto el legado de la tradición, también es posible ver en estos mandatos una suerte de discriminación, ya que si bien su tarea es de primera línea, asimismo le son cerradas las puertas para desenvolverse en otros ámbitos de su vida.

Para María Clara Lucchetti la mujer es considerada desde siempre una “perturbación”, debido a su propia corporeidad. También Gil, Pita e Ini lo ven de esta manera. Para ellas el legado biológico de ser mujer lleva la carga del molde aristotélico, en el cual el varón es la norma. Para Lucchetti, en el judaísmo las mujeres comienzan a ser discriminadas desde su nacimiento, al no poder ser parte del rito de iniciación (la circuncisión), lo cual continúa al considerar como impuros sus ciclos menstruales (en la tradición hebrea durante este periodo no están permitidas las relaciones sexuales), valorando tan solo su capacidad de dar a luz. Además agrega que en la Iglesia, pese a ser protagonistas, constituían un ejército invisible y poco reconocido.

Gil, Pita e Ini también señalan que la presencia de la mujer en el ambiente doméstico se contrapuso a su ausencia en el público, lo que organiza en el nivel social la diferencia sexual. Las mujeres han padecido el encierro en el hogar y así se han normado ciertos comportamientos aceptables para ellas.

En cuanto al judaísmo, en los tiempos bíblicos la sociedad hebrea era de corte patriarcal y la mujer no estaba obligada a seguir los preceptos religiosos como los hombres, y su educación era similar a la que se otorgaba a los niños, negándoseles la lectura de la Torá y otros libros sagrados. Se le daba el carácter de ayuda para el esposo y no para sí misma. La Ley Rabínica era tal, que por ejemplo, la mujer podía ser declarada en niddah (periodo de la menstruación) aun cuando su cuerpo no lo manifestase.

Durante el transcurso de la historia la discriminación ha ido disminuyendo. El rabino Hirsh, líder de la ortodoxia en Alemania en el siglo XIX, funda en este tiempo una escuela para mujeres judías y señala que también para las hijas de Israel no es menor la obligación de estudiar la Torá. Pese a esto, es consabido que hoy en día aún se mantiene relegada a la mujer en varios aspectos. En la parte legal, por ejemplo, en Israel, a diferencia de los hombres, una mujer judía no tiene derecho a divorciarse, tal como lo estipula la ley rabínica y sanciona la ley estatal.

Para Agosín, el hecho de que la mujer (judía) sea considerado “lo otro” permite que sea ella quien rescate desde su situación a entidades marginales como los analfabetos, las domésticas y los indígenas. Señala que judíos e indígenas tienen mucho en común y que han sido constantemente desdeñados desde siempre. Al respecto Avni señala que los “indios judíos del sur de Chile incluso se proclamaron sionistas en 1917” (Avni) y que su afán de recordar con suma pertinacia su tradición, pese al castigo, los hacía muy similares al pueblo hebreo.5

En Las genealogías podemos ver algunos rasgos de lo anteriormente expuesto. En su libro, Glantz señala que las mujeres para bañarse tenían la mikveh: “Cuando terminaba su tiempo, iba a la mikveh y quedaba kosher para su marido” (Glantz, 34), es decir, hacía esto “para su marido”, para que él pudiera establecer relaciones puras con su esposa. Además explica que quien cuidaba de los baños no podía ser un hombre judíoy que las mujeres debían ocultar su cabello. Glantz pareciera decir estas cosas más con un carácter histórico que haciéndose parte de ello, insinuando que “quizás el excesivo libertinaje de las costumbres actuales se deba a que los cabellos se exhiben al aire y a que los baños públicos de purificación han pasado de moda” (Glantz, 36). En tono de reclamo, Glantz además sostiene que su madre no consiguió trabajo en México ya que a la mujer, entonces, no la tomaban en cuenta. Al respecto Maiz-Peña sostiene que “el proceso de lectura, interpretación y registro autobiográfico de Glantz apunta al deseo de romper códigos sociales, culturales y sexuales de su momento” (Maiz-Peña). La protagonista también agrega que se ha sentido desde siempre tanto exiliada como niña expósita, integrándose de esta forma con los marginales.

En Sagrada memoria la protagonista vive la discriminación de una forma más violenta. La niña es apedreada e insultada con calificativos como “perra judía” o “niña judía de mierda”. Tal como señala Cánovas, en el ámbito religioso tampoco recibe la atención de “un dios judío demasiado lejano y no entiende por qué la virgencita no la ayuda” (Cánovas, Árabes, 33). Pero esta niña judía será amparada por las indiecitas y las sirvientas, quienes la albergaran como una más dentro de su marginalidad. La figura de Gabriela Mistral, persistente luchadora por los derechos de los indios y quien recibe una flor de manos de la protagonista, revelará que en el texto “lo otro”, pese a todo el rechazo y la violencia, siempre estará protegido.

Pese a que la protagonista de Poste restante se ve una mujer moderna e independiente, tal como señala Cánovas “es un sujeto itinerante, que se articula en una red de puntos que sólo señalan su orfandad” (Cánovas, Mujeres, 219). La propia Rimsky dice que “lo que fui a buscar en ese viaje a Ucrania fue esa alteridad. Una vez allá me di cuenta que lo otro era yo” (Rimsky, Rezagos). De esta forma, también la turista rescatará (y será rescatada) a ciertos personajes de su aislado mundo: la rumana de la barra del bar, quien fue violada por un amigo de su padre en su pasado, abre su secreto ante la protagonista; la hija de un matrimonio turco le muestra la intimidad de su cuarto y la turista le regala un aro con forma de pájaro como recuerdo; el joven P. convivirá con ella y le comentará que es virgen.

Por otra parte, el tema del casorio obligado también es señalado por la autora. Ante el deseo de su abuela de que se case con un judío rico, ella apela al argumento del amor, para luego rememorar historias de mujeres de la colonia que se habían rebelado a su destino, como agradeciendo que los tiempos ya son otros y ella está en condiciones de elegir.

En la novela de Scherman la culpa es un tema recurrente. Diego, pretendiente de Marina (la nieta), le recrimina el por qué de cargar con tamaña mochila. Ella sólo atina a responder: “Bienaventurado si no has tenido que soportar una educación basada en el sentido de la historia como obligación ética” (Scherman, 51). De aquí en más el deber y la culpa se constituyen en una especie de hilo conductor del libro, como el caso de la hija de Viera (la abuela), quien no puede estudiar letras y filosofía y debe atenerse a los deseos del padre, que son que cuide de la casa. A su vez, ella es negada tanto por los demás personajes (su padre Samuel la abandona, su esposo la maltrata, su hija Marina no le habla) como por el autor, por ser la única que no recibe un nombre por parte de éste en su obra. Tampoco es sencillo que logre la separación de su esposo Bernardo, pese a ser su deseo (reprimido), lo cual finalmente ocurre sólo cuando éste la golpea brutalmente.

A contraposición de las tres obras anteriores, en ésta la historia se centra exclusivamente en las tres mujeres, por lo que otros ambientes marginales en la obra, ajenos a ellas, no los he logrado vislumbrar.

En Escenario de guerra es posible notar que el cuerpo de la mujer es el que recibe la discriminación e incluso la violencia. La protagonista señala que su madre sufre en su cuerpo y recalca que las heridas están dentro de él.

También su padre le dice: “no quiero sangre en esta casa”. (Jeftanovic, 37), refiriéndose a su periodo menstrual. Creo que lo hace por dos cosas: la primera, que se aprecia explícitamente en el libro, es el hecho de que él está traumado por la guerra, por lo que rehuirá todos los sucesos que involucran sangre, dado la cantidad de muertos a los cuales se expuso. Por otra parte, también es posible observar el concepto de impureza que la tradición judía le otorga a los flujos de la mujer, lo cual estaría un tanto velado por el primer aspecto.

Al igual que las protagonistas de la novela de Scherman, Tamara también siente la culpa que hereda de la tradición de su pueblo judío. Es curioso que ambos autores utilicen el mismo símbolo del boomerang para referirse a ella: Scherman escribe: “...he estado ciega y, como un boomerang, la vida me enseña que en la búsqueda del mal menor yace también agazapada la desgracia” (Scherman, 169); Jeftanovic: “Secciono el pasado en golpes secos, que se devuelven como boomerangs a mi presente” (Jeftanovic, 73). Al final de la obra, Tamara sostendrá a su padre en sus espaldas, lo cual refleja su apoyo hacia él y lo que tuvo que vivir en su pasado, pero también la pesada herencia que, como las mochilas de las cuales hablaba Scherman, se heredan debido a la tradición.

En cuanto a lo marginal, aparece en la figura del “maestro” que pinta la casa de sus padres. Será su madre quien mantendrá una relación sentimental con él, ocurriendo con esto la desarticulación de la familia.

En Donde mejor canta un pájaro, podemos apreciar que el autor intenta rescatar a la mujer en ciertos momentos de la obra. Es así como menciona que los flujos menstruales de las mujeres poseen un carácter fecundador, los cuales ayudan a hacer “crecer un buen trigo” (Jodorowsky, 65). También Teresa (abuela paterna del protagonista) se revela de la ley de Dios por considerarla injusta y más encima deja a su esposo, increpándole que “me pusiste a tu servicio, así como lo hiciera tu padre con su esposa, obedeciendo al Gran Canalla” (Jodorowsky, 117). Y si ella se siente usada y menoscabada por su marido, el personaje con el cual se va es el más discriminado de todos: un hombre-mono, quien desde pequeño no fue considerado más que un animal. Junto a él forjará su nuevo destino, intentando juntos poner fin al rechazo. Como se mencionó antes, Teresa falla al contradecir esta ley divina (situación homóloga a la de la madre de Tamara en Escenario de guerra y su relación con el “maestro”, ya que debido a esto, la familia se desploma), poniendo en duda si realmente la mujer será capaz de revertir su situación de marginal.

También la figura del hijo de Teresa y Serafín (el hombre-mono) puede ser vista como un intento de dar a la mujer el sitio que le corresponde: un ser andrógino, un nuevo mesías, que no es ni hombre ni mujer, sino los dos, ambos necesarios para los nuevos tiempos.

 

Escritura de la mujer

Agosín explica que la escritura de la mujer es una forma de hacer frente a la violencia endémica que ha existido siempre sobre ellas. El rechazo a esta violencia “se manifiesta a través de la interioridad del lenguaje” (Agosín, Lenguaje, 125) por medio de textos que están ligados al silencio, al cuchicheo y a la invisibilidad. También señala que el acto de escritura es una manera de expresar la rabia y un deseo de reafirmar su existencia. Para ella la mujer ha sido siempre la otra y recalca las palabras de Cixous, quien señala que “las mujeres deben escribir su cuerpo y al hacerlo liberarán su inconsciente que ha sido silenciado hasta ahora” (Agosín, Silencio, 14). Es por esto que Agosín dice que escribir como mujer será escaparse del falocentrismo y del discurso masculino dominante.

También es posible ver la escritura femenina como un nuevo soporte. Por medio de ella, la mujer crea un nuevo mundo el cual desplaza y se impone ante el mundo real que la discrimina y rechaza. Al respecto Cánovas señala que si bien existe una serie de textos chilenos donde la mujer aparece como madre, huérfana y solitaria, también es cierto que por medio de los mismos ellas recomponen la memoria familiar de la estirpe.

En cuanto al género autobiográfico, Arturo Flores señala que la diferencia entre un relato de este tipo y uno ficticio es que en el primero “el autor, narrador y protagonista tienen una misma identidad que corresponde al ‘yo’ sujeto de la enunciación” (Flores, 100). Esto es importante ya que así la autobiografía es tomada como verdadera por parte del lector. En cuanto a la autobiografía femenina, Estelle Jelinek señala que la mujer tiene una manera de escribir diferente a la del hombre, la cual se caracteriza por la fragmentación, la falta de progresión y la diversidad y dispersión de unidades significativas. Esto lo retoma Maiz-Peña agregando que la escritura masculina es más cronológica, lineal, coherente y pública, oponiéndose a la más personal, íntima, subversiva y comunitaria del sujeto femenino. Flores también señala que pocas veces en los textos autobiográficos de mujeres aparecen descritas las condiciones históricas y sociales establecidas.

En cuanto al análisis de nuestros textos, Las genealogías es un libro que se desarrolla en base a anécdotas familiares y en el cual no se aprecian, tal como vaticinara Flores, grandes capítulos o comentarios relativos a situaciones históricas o sociales. En cambio, según Maiz-Peña, Margo Glantz sí está “obsesionada por una búsqueda original, por un estilo y un espacio individual” (Maiz-Peña), logrando de esta manera reubicarse en el mundo por medio de su texto. Por otra parte, el carácter comunitario del libro se aprecia en el hecho de que su historia es creada y compartida por su familia (sus padres y su hija). Además el formato de preguntas y respuestas, el crear y estar dentro de una escena hogareña íntima y el hecho de que señale que ella transcribe los diálogos, permiten afianzar la confiabilidad del lector.

En Sagrada memoria, libro marcado por un lenguaje poético particular, Cánovas señala que “escuchamos un coro de voces femeninas” (Cánovas, Mujeres, 218), que corresponden a las de la hija, la madre y las abuelas. Para él, lo que predomina en el texto es la rabia ante la discriminación, lo que es posible observar en las constantes líneas del libro que recuerdan con dolor y cólera escenas del holocausto y tortura nazi en contra de judíos. Cánovas señala que “la escritura no está allí para lograr una conciliación, sino para remendar, dejando la costura a la vista” (Cánovas, Árabes, 32), logrando de esta manera la denuncia.

Por otra parte, Flores dice que si bien Agosín rompe el pacto de la autobiografía (en el cual autor, narrador y protagonista tienen una misma identidad), ya que la autora no cuenta la historia de ella sino que la de su madre Frida, también señala que luego lo retoma por el hecho de transformarse en un niña de trece años, con lo cual regresa la confianza de parte del lector hacia el relato íntimo.

Otro aspecto que señala Flores es que “a pesar de ser una obra al parecer enmarcada en un acontecimiento como el holocausto, el contexto histórico-ideológico está definitivamente relegado a un segundo plano” (Flores, 108-109). Creo disentir en esta observación. Si bien reconozco que el episodio histórico del holocausto está reflejado explícitamente en pocas líneas del texto, creo también que la escritura de Agosín en Sagrada memoria evoca constantemente, gracias a esas escasas menciones llenas de ira y rabia, una denuncia y una ideología en la cual se reprocha constantemente el periodo aludido y que el hecho de su casi invisible existencia en el libro no se corresponde sino con el tipo de resistencia femenino, en el cual, como señala Agosín, “la mujer siempre ha estado más cerca del silencio que de la escritura porque su acceso al habla siempre ha sido marginal” (Agosín, Silencio,15) y tal como lo mencionara antes, “la violencia como negación, aparece en silencio, como huella de palabras que son signos de una violencia endémica”. (Agosín, Lenguaje, 126).

En cuanto al texto de Rimsky, Rodrigo Cánovas señala que en él existe “un sujeto protagonista en busca de un soporte existencial, que en parte es remediado por el ejercicio de la escritura del mismo libro” (Cánovas, Mujeres, 226). Al respecto la autora, en Rezagos, cita a Maurice Blanchot: “Quien escribe está en el destierro de la escritura; allí está su patria donde no es profeta” (Rimsky, Rezagos). “Soporte existencial, que en parte es remediado”, “no es profeta” en su escritura. Tal vez el carácter posmoderno que ve Cánovas en la obra tenga que ver con esta incerteza del libro, el cual es piedra de apoyo para los pies de la autora, pero a su vez génesis de incertidumbre.

Continuando con la línea de Flores, podemos señalar que en el texto no aparecen señalados en mayor medida sucesos históricos o sociales, y con respecto a la autenticidad de la autobiografía, creo que algo que genera confiabilidad en el lector es el hecho de exponer en el libro las fotografías del álbum, que son la excusa del viaje, así como también la intercalación de cartas de parientes y amigos que aumentan la veracidad de éste.

Por último, en Escenario de guerra tampoco podemos ver un marcado enfoque hacia acontecimientos históricos y sociales, ya que si bien por la televisión está siempre presente el motivo de la guerra, creo que es la historia íntima de la familia lo que prevalece en el libro.

El relato, como mencionara antes Maiz-Peña con respecto a la escritura autobiográfica de la mujer, se presenta de forma fragmentaria y dispersa. Por medio de él, la protagonista va rearticulando su propia —otra— identidad, ya que como señala Cánovas, “la única salida para esta abandonada es la construcción de un espacio propio, la escritura, su cuaderno azul...”. (Cánovas, Mujeres, 224). De esta manera, Jeftanovic logrará intercambiar “su marca judaica por una letra identitaria” (Cánovas, Mujeres, 226).

 

Notas

  1. En este capítulo se analizarán sólo los textos de las autoras mujeres antes mencionadas.
  2. Libro que corresponde al Génesis de la Torá.
  3. Al respecto Lewin señala que los judíos “se sienten moralmente obligados a mantener o recuperar la ‘casa judía’ ” (Qtd Massmann), rol que por historia le corresponde a la mujer hebrea.
  4. Es interesante destacar que este año 2006, en el marco del Día Internacional de la Mujer, la Intendencia Regional de Valparaíso premió como “Mujer Destacada” a Claudia Kravetz, presidenta de la Juventud Judía de Chile, ya que “se ha esforzado por mostrar a la sociedad civil, la cultura y tradición de su pueblo”.
  5. Al respecto quisiera rescatar el testimonio de Juana Paillalef, relativo a ser una mujer mapuche. Ella sostiene que el serlo se corresponde con una persona que no concuerda con el prototipo esperado en la sociedad, enseñado en las escuelas de Chile sin ningún tipo de cuestionamiento (como ciertas leyes rabínicas) y que durante su vida vivió muchas persecuciones y discriminaciones. Pese esto, un buen motivo que ha permitido que ella continúe siendo lo que es se lo otorga a su familia, que por medio de una tradición oral ha mantenido vivas las raíces de su pueblo. Como se ve, al igual que para el pueblo judío, discriminación, tradición oral y familia son todos conceptos relevantes en los mapuches.

 

Bibliografía

  • Agosín, Marjorie. “El lenguaje femenino frente a la violencia en la literatura latinoamericana”. Taller de Letras 32 (2003): 125-126.
    —. “Escritura judía e historias de vida”. Taller de Letras 24 (1996): 93-98.
    —. Sagrada memoria. Chile: Editorial Cuarto Propio, 1994.
    —. Silencio e imaginación: metáforas de la escritura femenina. Colombia: Katún, 1986.
  • Avni, Haim. “Judíos en América: cinco siglos de historia”. Haim Avni, reseña de Leonardo Senkman. En: http://www.tau.ac.il/eial/IV_2/senkman.htm.
  • Cánovas, Rodrigo. Novela chilena: nuevas generaciones: el abordaje de los huérfanos. Santiago, Chile: Eds. Universidad Católica de Chile, 1997.
    —. “Voces inmigrantes en el relato chileno: mujeres judías”. Revista Chilena de Literatura 68 (2006): 217-226.
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