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Los pezones de Alicia

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Soy el soldado de tu lado malvado.
Calamaro.

Los pezones de Alicia son como dos medallones chilenos, grandes y oscuros. Ella sabe que me matan sus pezones, por eso cuando voy a buscarla, baja corriendo las escaleras con una diminuta blusa color rosa sin sostenes que retengan esas delicias del Pacífico. Yo la veo bajar y observo cómo se mueven sus frutas marinas. La tomo entre mis brazos y trato de aferrarme lo más posible a su pecho henchido. Ella lo disfruta al principio, pero luego me pide que la suelte un poco, que le estoy cortando la respiración. Si Alicia supiera que eso es lo que quiero, ahogarle la respiración con mi abrazo y mis besos infinitos y mortales.

Salimos, es sábado y esta noche vamos a bailar en la discoteca frente al mar. Haremos el amor y yo comeré sus medallones chilenos. En la discoteca Alicia baila y su cuerpo se vuelve liviano como la espuma, sus espeluznantes caderas tropiezan con mi miembro, su respiración jadeante me enloquece en medio del baile. Le tomo los senos y se los acaricio violentamente, hasta que se los lastimo. Ella, molesta, me aparta y sale de la pista de baile, yo la sigo con desesperación y le pido disculpas. Con mimos y palabras bonitas logro calmarla y la convenzo de ir a la orilla de la playa. Llegados hasta ese lugar, observados por los ojos acuáticos, nos besamos y arrastramos por la arena. Le desnudo los senos y sus pezones surgen como ojos que me observan desde sus pechos y logran atrapar toda mi atención, olvidándome de quitarle su falda y bragas. Sus pezones me atrapan de tal manera que no me interesa desnudarle su jadeante sexo de vellos petroleros. Sólo me interesa mirar y lamer ese par de medallones que se me ofrecen como animales mitológicos y salvajes.

Alicia comienza a incomodarse por mi desatención hacia su parte de abajo que implora llorosa por mi lengua y mi falo. Pero tanto Alicia como su parte de abajo no entienden que soy prisionero de sus pezones, que no soy más que un miserable esclavo de ese par de lunas oscuras que como imanes atraen mi mirada y mis manos. Y lo que en principio fue el placer mórbido de la mirada por ver ese par de estrellas sonrosadas sobre sus pechos galopantes, se convirtió en una fijación enfermiza que no me dejaba disfrutar el resto de su cuerpo, y pronto entendí que debía eliminarlos. Y antes que ellos leyeran mis pensamientos, me di a la tarea de lamerlos y endulzarlos y al hacerlo sentía cómo respiraban gozosos y al mismo tiempo percibía el calor rabioso de su despechada entrepierna que intentaba morder mi falo ante mi indiferencia por esa zona de volcanes y maremotos.

Luego de los besos y lametazos, cuando los pezones embrujadores estaban más acaramelados, lancé mi primera estocada. Un gran mordisco cuyo dolor hizo gritar a Alicia, pero como ya todo estaba previsto, le había tapado la boca. Luego vino el otro mordisco a ambas puntillas y pronto unas leves líneas de sangre como sonrisas comenzaron a surgir de sus malignos pezones. Al ver la sangre supe que tenía que acabar rápido el trabajo, así que comencé a morder atropellada e insistentemente, hasta que las finas líneas escarlatas se convirtieron en gruesos borbotones de sangre oscurecida, mientras que las mejillas de Alicia iban perdiendo color y vida y sus gritos se fueron apagando, a tal punto que al final no eran más que leves gemidos de gata moribunda. Los pezones fueron cediendo ante la insistente mordida y cayeron uno a uno en mis manos que los recogieron y lanzaron al mar, esperando que algún día llegaran al Pacífico, de donde seguramente, habían salido.

De repente el cuerpo de Alicia dejó de moverse y quejarse y un frío arropó toda su piel que hasta hace minutos era fuego. Me levanté y emprendí mi camino, ya pronto amanecería y no es mi estilo andar por la calle con luz de día.