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Poemas

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Mi provincia bastarda

Fuerte y acalambrada está mi entrepierna,
el goce de aquella figura buscando la gota salada
te invita a desterrar a tan añejas pinturas,
la noche cae inevitablemente como todo imperio.

Y mientras sentado en aquella banca de cemento,
contemplo la seguridad que es fundada por el miedo,
limpias en la madrugada del vómito de hace unos cuantos minutos,
Soberbias lamentaciones tras la celda de la semana anterior.

Tolerancia para algunos,
brandy para otros,
y un señor tirado en el prado,
oliendo a tabaco y a bebida fermentada.

Así es la provincia llena de gestas y traiciones,
una envidia de las muertas,
bien lo sabe Ibargüengoitia,
que cada amanecer toca siniestramente a cuévano.

Vienes a tocar el frío de una plaza,
ignota a tu naturaleza pervertida por la costumbre.
muñecas de trapo con olor a aguardiente,
Vendiéndose en los portales de herencia bastarda.

Déjame seguir leyendo textos de otros tiempos,
junto a una taza de olor de otras tierras,
más o menos pervertidas no lo sé,
bésame ahora mientras hay calor en mí.

 

Libro del cincuenta

Búscame una razón para la existencia de mis labios,
Siento que es inevitable su roce con el asfalto,
Acostumbrados al sabor que da el vinagre,
Hazlo y pronto, porque se tornan morados.

Te espero ya que estoy harto de caminar,
Perturbado por tu mirada no puedo más que meditar,
¿Quietud? No la hay, ¿soledad? Tal vez.
¿Amargura? Seguramente no.

Agazapado tras el brandy incondicional de sus muslos,
Con vuelta a las victorias de antaño, memoria perdida,
Destino conocido y tormentoso de aquellas plazuelas inmundas,
Harto de las flores y de su belleza busco quien las supla.

Ratos de espera y desesperación, subida inclinada de una pasión,
Espinas que entran hondo en su pensamiento y suprimen el amor,
¿Entrega? Todo y nada, ¿Generación? La tuya.
Libro del cincuenta olvidado y revendido al peor postor.

 

Caminando

Caminando por aquellas viejas calles de Interlaken
De piedra triste y gris fue que encontré refugio con él,
Turco era el posadero quien me brindó aquella cerveza,
Helada y amarga logró levantarme, pagué algunos francos.

Seguí andando hasta llegar a la plaza, respiré y lloré,
De ver tan limpio el cielo, tan fácil el aire y tanto dolor,
Solté la pena dejando caer su pañuelo muestra de amor,
Lo dejé ahí para siempre, herido limpié la lágrima y sangre.

Sentado en el sendero de Asís lo volví a sentir, escribí
Y le di la espalda, lo recorrí ahora con más esfuerzo,
Arriba se alza la razón de estar ahí, perdido fuera de mí,
Tirado escuché cómo el agua caía tocando un canto glorioso.