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“¡A tu salud, civilización!”, litografía de Louis RaemaekersEl horror y el error

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En la configuración como lector de cualquiera de nosotros siempre se acaba leyendo, se quiera o no, innumerables páginas plagadas de hechos trágicos caracterizados por la presencia fatídica y autárquica de la sangre, una sangre viscosa que acaba siempre por caer grácil e indefectiblemente al suelo quizás por la sencilla razón de que existe la gravedad y de que venimos de la tierra para volver a su seno. Por eso mismo, la literatura de horror y terror acaba por sernos más real que la literatura realista; un relato de terror de Maupassant es más realista que un relato de costumbres de Balzac, por la sencilla razón de que la visión de la sangre nos acerca más a la realidad de nuestras propias vidas que la visión de un coche de caballos parisiense; ese sentir el horror de la muerte es más real que el sentir la lectura descriptiva de las diferentes tipologías de máscaras en un baile de uno de los pisos aristocráticos del barrio de Saint Germain, porque al sentir el horror de la sangre nos apercibimos de que morir no es ninguna ficción sanguinaria sino una realidad muy natural y sencilla.

Sin duda, la sangre es lo real y lo metafórico por antonomasia, es el paradigma de la existencia. La sangre es real porque es vida en movimiento y es metafórica porque su derrame simboliza abrir de par en par las puertas de la muerte. La sangre es binaria y bicéfala —es divina por su importancia vital y monstruosa porque nos abre “las puertas de la percepción”, como poetizó William Blake. Por eso mismo, no atiende la eutanasia a la dignidad de morir, sino al error de no conferir suficiente dignidad a nuestra realidad existencial en vida, ámbito éste del cual no participa la eutanasia pasiva en donde más que respirar un ser humano respira una máquina; un Hombre pegado a una máquina es como un Hombre a una nariz pegado. La lección aquí es evidente —el progreso siempre engendra su propio retroceso.

El tema central es que la sangre vende, como bien supo entender el joven Shakespeare cuando creó su Tito Andrónico, una obra despiadada que representada hoy día en el cine veríamos de clara influencia tarantiniana; y la sangre vende porque nos importa y nos une a esta existencia que es puro contraste, pues estamos hechos de sangre roja en un planeta azul, con el cielo y la tierra, con el placer y el dolor, con el bien y el mal, con los átomos que se componen por Amor y se descomponen por Odio poéticamente descritos por Empédocles. De esta forma, el horror que nos muestra Poe, el terror que nos enseña Stephen King, el crimen que nos ofrece premonitoriamente García Márquez, la náusea de una vida tremenda que se atrevió a narrar Zola con su naturalismo y que acabó por eclosionar en la postguerra Cela con su tremendismo, son un ejemplo de que la vida que corre libremente por nuestros cuerpos está destinada y pergeñada para escaparse de sus cadenas. La sangre es vida en movimiento —en movimiento circular, en un eterno retorno al corazón hasta el último momento. Del héroe dice Séneca en su diálogo “Sobre la Providencia” que “si cae, lucha de rodillas” .

El género de terror y horror nos atrapa y nos conmueve porque vemos sangre derramada por exceso y en detalle. Así, la diferencia entre la tragedia y el horror y el terror no viene dada por las causas y los fines existentes (celos, envidias, venganza, dinero, poder, honor, amor, locura, etc.) sino por sus medios. El horror gusta explayarse en los detalles excesivos; en el terror veríamos a Hamlet con la espada clavada en el ojo manando sangre, con los miembros amputados y otro cúmulo de detalles horrendos. El horror es a la tragedia lo que el barroco al Renacimiento —un desmadre; una locura que no por casualidad cultivan los americanos en el cine con gran éxito de público, de la misma manera a como lo hacen con sus comidas terrorríficas; en este caso, habría un nexo común argumentable entre el payaso del McDonald’s y el payaso de It narrado por Stephen King.

Tanto el horror, el terror como la tragedia apelan al ansia por vivir, al miedo a perder la vida, de otra manera la gente bostezaría en los cines o se dormiría en los teatros, hechos éstos que ocurren generalmente en otras películas de otros géneros. Ante el horror, el terror o la tragedia, por ello, estaría siempre de acuerdo con un pensamiento que defendiera que si la vida logra escaparse con un simple corte en las venas es porque la vida es siempre corta. La eutanasia activa no es un horror sino un error —un error trágico.