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Días sin sombra

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Tres días, no amanece, tampoco has regresado. Pensé que habías vuelto a tu rutinario juego de abandonarme y reaparecer en cualquier momento... Eres todo un dilema meteorológico en mi vida. Al menos, te entiendo, me entiendes; el néctar es eterno, a pesar de los cuerpos en fuga; en la huida, el escape de las diosas en celo. Sí, también te gustaba oír mis tonterías, mientras te estirabas acariciando mis talones.

Eres tan excitantemente perversa, que me enloqueces sin remedio. ¡Y cómo no volverme loca por ti! Tu voz danza entre susurros de la luna, acaricias mis fantasías y delirios. Eras la propia piel de nuestros deseos, también nos adornábamos de besos bajo sombras ajenas, todos acechan, pero pocos lo entienden, y sólo tienes que pasar el dedo por el ápice del amor y llevarlo a los labios. El espejo, tuyo, mío, el de ambas, el mismo.

Te siento, te convoco, no llegas, tres días, y mi palabra queda silente, mis manos humedecidas de lágrimas secas gimen versos sin culpas, tu adiós fue una caricia en mi talón al atardecer, ahora la noche acaricia las cicatrices del dolor, es la noche de las noches. También te advertí que si no eras mía, no serías de nadie.

Recuerdos, pensamientos, amores y celos, soy una maldita. Supe que me engañabas desde el día que vi tu mano rozando la espalda de un otro o una otra que pasaban, siempre fuiste muy democrática, sin discrimen por razón de género, yo no sólo te quería a ti, mujer misteriosa, mi dulce y sensual acompañante, cuando gota a gota nos hacíamos el amor bajo mi lámpara con luces intermitentes, orgasmos sicodélicos, y esa burbuja sementosa que sube y baja al compás del calentón dentro de otra lámpara, la de la mesita. A esa acercaba la mano junto a la tuya, y así la imagen de la eyaculación me parecía más cautivadora que asqueante.

¿Ves, amorcito, que todo pudo ser bello? Un futuro emprendedor, solas las dos, pero insististe en pasar el ras de tu mano por el hermoso vientre de aquella rubia, también por la nuca del joven ejecutivo. Siempre te fascinaron los extraños. También comprendí que tu felicidad radicaba exclusivamente en observarlos, siempre en tus silencios. Pero, ¿estamos obligados a ser felices? Y si la vida es una mentira que tan sólo imaginamos que es real, entonces comenzamos a tener recuerdos falsos, nos eternizamos en esas distintas versiones del pasado. Quién sabe... Yo sólo quería que fueras fiel, que tus caricias tatuaran mi nombre, Mariana.

Lo sé, no debí ser vengativa. Sí, como tú también lo podías ser, te corté la mano derecha y me quedé sin la mi izquierda. No escarmentamos siquiera después de la primera mutilación. Cuando llegamos del hospital, a pesar del insoportable dolor, nos miramos tiernamente, cuánto lloramos juntas. Basta con una mirada para el perdón, aun cuando los amaneceres del ánimo sean siempre lentos.

¿Y cómo no perdonarnos si hay pasión? Es imposible separarla, nuestro culto a las sombras de luchas infinitas, de tantos dolores del pasado, cuando nos conocimos finalmente no tuvimos ojos para nadie más, ni caricias, es como perseguirnos en el propio cuerpo a través de los sueños, de los miedos y de las virtudes. Nuestra desnudez es una y las pequeñas fantasías, las mismas. Mírate, míranos, la eternidad de los espejos, reflejarnos una y otra vez...

No sólo nos miramos, también sentimos el deseo, nos desnudamos en nuestro hermoso ritual de desabrocharnos la blusa la una a la otra, con cada botón acompasa humedad vaginal. Nos acariciábamos con la única mano los pechos, nos besamos, no necesité que me tocaras más para mojarme hasta los muslos. Me corrí como nunca, ella también, dos o tres veces, ¿cómo contarlas? Quemarse en las sensaciones hasta quedarnos dormidas bajo el alivio del abanico.

Estuvimos tres o cuatro días sin salir, hasta habíamos olvidado nuestro último arranque de violencia y celos. Los periódicos estaban arrinconados en la entrada del apartamento, así que tuvimos que empujar con violencia la puerta para salir al mundo de los otros. Mariana, siempre algo más tímida, salió tras mis pisadas muy silente.

Esa tarde teníamos que comprar comida, un vestido nuevo para la despedida de soltera de una amiga y algún lubricante, sentíamos una resequedad ardorosa bastante incómoda. Llegamos al centro comercial y la gente nos miraba, las dos mutiladas, y mi corazón sentía la cuchillada del arrepentimiento a pesar del perdón. No volvería a ocurrir, pero yo tampoco lo permitiría, no sé tal vez si necesitábamos ayuda, un consejero, un sicólogo, u olvidarnos de las pendejaditas de los demás.

La felicidad es breve, como el espacio exterior entre tantas otredades, lo sé, debí ser más paciente y es que mi pasión incorruptible hacia ella, hacia nosotras, era una maldición, una obsesión, la digresión de la cordura. Ella sabía que la amaría por siempre, y no importaba qué nunca nos separaríamos mientras me mirara, nos miráramos a los ojos, hacer el amor con la intensidad de nuestros deseos, pero así mismo podían ser mis celos y su vengativo comportamiento, repetitiva hasta la saciedad como nuestros encuentros infinitos.

Ojo por ojo, diente por diente, y pude observarla de perfil hacia el muchacho del estacionamiento, me di cuenta. Así fue hace tres días, llegué a casa, no volverás a mirar a otro ni otra, le arranqué los ojos para que no pudiera ver a nadie, desde ese día la perdí, a mi amada sombra, espero que algún día regreses, o te buscaré más allá de los silencios, en la eternidad.