Letras
Oficio del Imaginaria
Extractos

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Hipócrita(mente)

Mi pecho es una trenza de tripas de gallina.
Mi boca la caja de un timbal.
Mi huella un laberinto,
la cuerda oveja que se parte del otro lado del espejo.
Y danzo.
Hago lunas de las crestas de la música
y las enciendo a media tarde:
mi ojo es una copia servil de mi costado,
del par de antenas que retransmite el sueño,
del bocado de un freno.
Y canto.
Me bebo el pie que se adelanta,
la contraseña, el arco de la fuga.
Eso basta. Que el mundo medialuna corcovee,
que los otros se beban su dentera.
Yo soy mi piedra, mi brújula, mi atajo.
La sombra y el relámpago recortan
la punta de mi cola.

Yo casi mundo en dirección contraria.
Yo casi otro en el pico de un cuervo.

 

Nocturno

Hay dioses; despiertan de madrugada
con la mitad del sueño ardiendo entre las piernas.
Se revuelcan. Me arrastran. Me achujan perros azulosos.
Ya fueron mella y filo,
y ojo de agua a borbotones.
Ya fueron parche de cantáridas.
Y hay dioses:
la pesadilla los devuelve en un temblor,
sin bis, sin bronce para el juego.
Yo me acomodo en rollo, y ellos nada.
Yo me desnudo entre las brasas,
yo propongo cocuyos, yo gimo,
y ellos al dorso,
broncos, de través.
Dioses del ay,
del casi, del atolladero.

Adioses,
círculos en eterno vaivén.

Y yo en la línea de agua:
entre una mano hueca y el cencerro del día,
entre una noche que sazona
y otra noche, bestia, que avanza,
con mi sexo y la luna en el cuajar.

La Noche, la que caza con buey de cabestrillo.

 

Prójimo (no próximo)

Pensé en el hombre y dibujé un raicero,
un arria de mulas y una sombra campante que se alquila.
Bullí: la lágrima
chocó en una pared de piedra seca.
Vi pescuezos con sogas en el hombre,
amellas en el filo de la mano y la voz.
Deduje pesadillas y tropiezos
y ceniza cernida en las alforjas.

Tuve en cuenta el abismo: lo hice puerta.

Sin embargo,
alguien cegó los surcos que abrí para el desagüe.
Alguien me tomó la delantera.
Ahora dibujo candados y me pienso:
alguna vez tuve boca y fondo
y distancia entre una y otra caravana,
pero hice un monumento a los escombros;
yo confundí la vaina y las semillas,
ya me ofrecí en sacrificio con el miedo clavado en las ijadas.

Ahora me muerdo la lengua analfabeta
y me doy otro palo.

Ahora me pienso. Quiero decir, me desvanezco:
tengo las puntas del recuerdo comidas;
estoy fuera de mí, de ti, de sí...

 

A / Con / Contra / De... Por(venir)

Devuelvo el mundo y me siento a la mesa.
En una mano el pellejo para lágrimas sin denominación de origen.
En la otra un cincel de boca ancha.
Eruto, y las esperanzas se disparan.
Vuelvo a erutar y ordeno la penúltima cena:
un día deshuesado
envuelto en lascas de tocino,
los cuescos del no y del sin embargo,
el si y el aunque en pulpa.
Una biajaca en pánico,
y vianda.
Viandas para mi estómago sin libro.

Y espero. Sentado. Por supuesto.

Luego, el mismo culillo.
El desparpajo de una silueta casa-sola de espaldas a su espejo:
hecho ripios —y un hambre del demonio—
caigo en las redes verticales del día.
Descubro, a esas alturas,
que me alimento de sueños a medio moler,
que pesa mucho el odio que llevo en los encuentros,
que un pestañazo más y me quedo con las cartas mayores,
que me balanceo sobre una recta imaginaria
entre la sed y el porvenir,
ese elefante blanco.

Pido la cuenta entonces:
el diez por sueño de descuento,
al fiado,
y cualquier mierda de ñapa.