Letras
Tres poemas

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Lumbre perdida en el ocaso

Soy capaz de ver entre velos
sombras de fósiles
tenues espigas con estelas de flama
y testigos insomnes al arpegio del alba.

La luz de la ausencia
escancia su halo prisionero
entre madejas de desamor
ansia y espera
junto a la niebla
que deja entrever rastro de dragones.

Vuela duermevela
al abrigo de la lluvia
esparce sus huellas
en el cuenco de deseos sin nombre
linaje de escudos al desgaire.

Tengo el don para oír en la lejanía
toda suerte de silencios
gotas de llantos y vapores temerosos
sin olvidar la sonrisa de los niños.

Ave de antiguos asombros
puedo escuchar el paso de los días
y cada noche
a la vera del sueño
rodeo tus senos
con albor de ilusión
te puedo asir en mi entraña
y perderte de nuevo
hoja de astros sin pasado
lumbre perdida en el ocaso.

 

Último testigo en detener su declive

En ese lugar paredes gualda
mora la última penumbra
al recodo del tiempo
en campo de gules y tejidos de azur
asoma el aire
con máscara de escorpión.

En la humedad
un eco grana y oro
detiene su caída
ilumina el secreto de abril
jolgorio de flor en primavera
violeta de azahar
amor de celosías
hierbas de campos
perfume de albricias
agua de rosas de Jericó
camino de Granada.

Trepa a tientas
la verja que todo lo guarda
muralla de índigos perdidos
al socaire de ilusiones sin rostro
desata miedos en el éter
recorre la estela fucsia
en campos sembrados de piedra
rompe aristas que te quiebran
salta al recuerdo de juegos sin regreso
recoge los blancos y odres
envuelve las sepias
en tules con aromas guardados
en cofres donde se aloja el aliento púrpura
de aquellos tiempos de vino y aires frutales.

Cuando todo se haya ido
las palabras cenizas
serán materia para la memoria
el azul partirá de viaje
sólo entre pliegues de sombras
quedará el bermejo
último testigo en detener su declive.

 

El lugar donde habitan los fuegos

En el lugar donde habitan los fuegos
estremecido por el tiempo
en los días de espera
siempre como paso de cerrazones
huye el brazo anhelante
subyace un rastro de voces
acompañado de angustias efímeras.

Cada vez que la traza del trueno
se deja oír
en aquel paraje de montes y olvidos
todo semeja un péndulo agitado
en el centro del cosmos.

La hierba crece
adosada a la piedra sin lindero
suerte de valladar amenazante
y un duende con ropaje nuevo
tañe el clavicordio de recuerdos
desdobla su voz apacible
se deja llevar por el torrente de sueños
corre hacia el recodo del rumor
se estaciona a la orilla
se lanza al vuelo
recorre el cristal de nieblas
esparce aroma de frailejones
allá hacia el final del sendero
del lugar donde habitan los fuegos.