Letras
Tras el espejo

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Recoges tu cabello con la misma amargura de todos los días. Me miras y con la peineta desdentada te recoges las hebras teñidas. Lavas con esmero cada diente, colocas crema verde en el borde de los ojos, sacas la lengua a eso que te dicen. Te veo. Te acaricias el rostro, el moretón que cada día cubres en silencio. Ensayas una mueca de sonrisa, bajas la mitad de tu panty, la nalga verdosa aparece redonda, perfecta, firme. Una lágrima corre entre los párpados de tu ojo derecho. Tragas. Agarras el tarro de crema, te acaricias con cuidado las piernas. Duele. Gimes un poco. Cierras los ojos. Te sientas en el suelo.

Afuera se oye un grito. Hundes la cabeza entre las rodillas. El agua gotea desde el lavamanos. Te levantas, cierras el grifo, secas el piso. Te exfolias la piel del rostro. Entre las sombras ves las pastillas. Desvías la mirada y te enjuagas el rostro. Oyes los gritos. Corres afuera buscando ansiosamente. No hay nadie excepto tú. Te veo regresar, aprecias tu cuerpo, te admiras de tus piernas, esbozas otra mueca de sonrisa, cierras con cuidado la puerta y pones el cerrojo. Te enjuagas la cara, la secas con delicadeza, aplicas crema. Te sientas un momento acariciándote las rodillas. Esperas. Te doblas de dolor. Espero. Al fin te levantas, te bamboleas, vomitas. Te enjuagas la boca. Comienzas a mirar los colores, eliges el verde pálido para disimular la rojez, sonríes con simpatía, aplicas puntitos de base, los extiendes con los dedos tibios. Colocas corrector en las ojeras. Vuelves a sonreír. Te echas unas gotas de colirio y suspiras. Aplicas rubor en las mejillas delgadas, te tocas los labios con algo de sensualidad, te miras. Murmuras algo que no comprendo y te tocas los muslos. Te pones sombras rosas en los párpados, algo de rimmel en las pestañas y un labial intenso. Te tocas los pechos diminutos, te aprietas, te haces daño. Nuevamente te doblas de dolor. Te apoyas en el marco de la puerta. Aprietas los párpados, evitas las lágrimas. Te señalas con el dedo. Te subes los pantalones negros. Te abrochas la blusa blanca. Cierras los puños de las mangas, siempre tan largas.

Te miras. Sueltas tu cabello y lo dejas caer sobre las mejillas. Bajas la mirada. Con el dedo escribes sobre mí. Me miras sorprendida, abres la boca, abres los ojos, te ahogas. Te veo, veo al hombre que se acerca, veo tus cabellos rojos brillar bajo el peso de su mano. Veo tus manos estrellarse contra mí. Veo miles de fragmentos de ti y la sangre correr.