Letras
Crónica de una fotografía

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Soy una fotografía; sí, una fotografía tomada a inicios de 1960; sí, una fotografía en blanco y negro, regalada a una niña por su madre y, desde entonces, atesorada entre las páginas de su diario de vida; al interior de éste he tenido la oportunidad de explorar su mundo interno por medio de la escritura, le he visto crecer, día tras día la vi incorporar nuevas palabras en sus páginas, algunas veces triste, otras rebosante de alegría, con el tiempo sin querer me convertí en su confidente, mientras me dejaba a un lado y escribía plasmando en su diario sus hazañas, sus sueños, sus amores, sus desencantos, todo mezclado en una interminable sopa de letras.

En mi reverso una inscripción hecha por su madre, con el amor fraternal con que sólo una madre podría hacerlo; recuerdo cuando se la escribió, su mano temblaba, una lágrima resbalaba en su mejilla mientras buscaba las palabras adecuadas para explicarle a su hija lo triste que estaba al dejarla, pero que debía irse por un tiempo largo, tiempo que pasaría con su abuela; recuerdo que apenas terminó de escribirla abordó el barco que la sacaría de la ciudad.

Sí, yo la vi desde la ventana, estaba destrozada; un tiempo después llegó Julieta, me miró, me dio vuelta, leyó el mensaje y casi inmediatamente, como si de alguna forma las letras contenidas en mí cobraran vida y desataran automáticamente un cúmulo de emociones en lo mas profundo de su alma, ella lloró, lloraba intensamente, me releía una y otra vez como si aún conservara la esperanza de que todo fuera un sueño, mientras inexorablemente era escoltada a lo que sería su nuevo hogar.

Fue entonces cuando me guardó en su diario, y desde ese momento no se separó ni de mí ni del libro, hasta un día, lo recuerdo muy bien, me tomó y me llevó a una pieza oscura y silenciosa, y fue ahí donde pase los 10 años siguientes, mientras el polvo se acumulaba en mi cuerpo.

Hasta que al fin un día Julieta regresó, me tomó con extremo cuidado y me miró con ojos profundos e interesados, parecía ya inmersa en una dimensión distinta creada por ella misma, una dimensión donde no existía el tiempo, ni el ayer, ni el presente, ni el futuro, ponen límites a su pensamiento, un mundo en el que reina la imaginación, viaja, en su cabeza pasan los años en un segundo, repite su historia cuantas veces y a la velocidad que desea.

Al mirarme ella regresa a esos tiempos en que su madre aún estaba con ella; en mi superficie, la imagen de su familia, en ese entonces todos felices, juntos, alegres, había tanto que esperar de la vida, pero a partir de esa ocasión pasaron tantas cosas; sí, tantas cosas, ahora todo es tan distinto, sin embargo yo sigo intacta, siguen plasmadas en mí sus caras sonrientes, repletas de esperanza, después de todo soy sólo un trozo de tiempo congelado y almacenado para las siguientes generaciones, inmutable en un mísero pedazo de papel fotográfico, absolutamente carente de valor objetivo.

Sin embargo, al mirarme Julieta se emociona, revive aquellos tiempos de tal forma, con tal profundidad, que llega incluso a revivir el clima, los sonidos, los olores de esa ocasión, casi puede sentir el roce de la brisa en su piel, y el sol.

Puedo ver en sus ojos que en estos momentos para ella soy un vehículo, un puente que une su pasado con el presente, que la une con su madre de una forma profunda y compleja, logrando traspasar las barreras temporales como también lo hacen las palabras escritas con su mano en mi reverso; las letras se ven imperfectas, temblorosas; es justo eso lo que las hace incluso más expresivas, al leerlas Julieta puede imaginarse cómo debió sentirse su madre al escribirlo, de alguna forma ella plasmó su esencia en la caligrafía de aquel mensaje; al leerlo, ella ya no se siente sola.

Pero para qué creerme a mí o a tantas como yo, que sirven a las personas para viajar en el tiempo y el espacio, vencer la muerte, etc..., reviviendo sus experiencias a cabalidad, pero por qué no experimentar en carne propia la fuerza que tiene la fotografía, una imagen o la de las palabras o las letras, a esto les digo, ¡pero si ya lo han hecho!, ¿no se han dado cuenta?, ¿quién no se ha conmovido alguna vez, con más o menos intensidad, ante una fotografía o un texto?

Y por qué no incluso ir más allá, no sólo las fotografías, sino todas las imágenes que se pueden ver en el vivir cotidiano, y que al verlas provocan algún grado de emoción, o una novela con la cual finalmente el lector ha podido identificarse y empatizar con los protagonistas, incluso más que en la comunicación oral, porque la imagen y la escritura trascienden y no sólo trasciende el mensaje, no sólo trasciende la materia que lo compone sino que trasciende además la propia esencia del autor, nos da información sobre su estado de ánimo al momento de escribir, su personalidad, y por qué no decirlo, ambos son máquinas del tiempo, increíblemente eficientes, que se pueden usar en cualquier momento, sólo se necesita estar dispuesto a soñar...

Pero no me crean a mí, después de todo soy sólo una vieja fotografía, sino que vívanlo ustedes, la próxima vez que tengamos la oportunidad de encontrarnos.