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Poemas de una mujer sola

Por supuesto que a Perseo,
y su infinito amor...

I

Mis dedos danzan
al viento.
mis piernas
como abanico
aplauden su inquietud.

Un tibio mar
resbala entre ellas
como falso canto de sirenas
que terminan convenciendo
que ya estás en casa

 

II

Punto de cruz,
cóncavo desespero por llegar,
susurro que invoca el
golpe seco que parte,
destino cierto que culmina
en silencio húmedo
vacío de inquietud.

 

III

Búsqueda danzante
embate de instinto desesperado
que rasga mi ansiedad.
Táctica, desahogo,
destino seco
luz que naufraga
en la última ventana
de mi cuerpo.

 

Ayer vino la muerte

A las muertas de Juárez,
con su voz silenciosa que crece
en el huerto de la angustia

Ayer vino la muerte,
se llevó mis ojos
y desprendió mis carnes
como anguila quemado respiros;
la hierba prendió su verdor,
y fui clarividente de mi fin,
grito, mi lengua se pudre en silencio.
Nadie quiere escuchar.
Camino boca abajo,
mi piel morena
es un camaleón ciego;
mis manos
buscan respuestas en el fango
que llega a mi barbilla;
mi boca grita mi nombre
dócil, ciega
como murciélago condenado a luz.

 

II

Mis párpados apagados;
no más besos;
soy cuerpo resintiendo la podredumbre,
mi entierro visto detrás
de la ventana entreabierta;
destierro arañando mi puerta;
golpes de mar tumbando
una verdad que no se distingue.
Un pelícano merodea mi cuello
mientras estrecho la mano de una sombra
que me parte
y confunde mi último día;
con plañideras que desafinan;
monaguillos que aprietan mis manos,
para dejar pizcas de fe.
Es la dolencia de la predicción,
indiferencia del mundo
ante mi partida,
que me hace esperar entre árboles que hablan
una lengua inexistente.

 

III

Mi corazón transparente
respira vientos de tormenta,
son los dioses del olimpo
que desvelan su furia
de olvido en el aire;
lluvia homicida
que lleva mis brazos remo
en un río que ríe de inmenso.
Y mis ojos prendidos desprenden flechas,
de una figura apocalíptica
que duerme a mi lado
me hace el amor en pesadillas
dejando mi cama húmeda de resentimiento.
Mi cuerpo gárgola,
mira sin ojos el tiempo,
come con recuerdos
y deja marcas.
Soy noticia que se convierte
en arena, grito imaginario,
apéndice que señala dolor
soy pendiente, deuda por pagar,
pena desbalagada en ruinas:
yo, incompleta caminando en un campo
que asusta de real.

 

Tambor lento

Camino por viejas calles
que aún recuerdan tu paso;
tambor lento,
sombra salida de urnas funerarias
me hacen beber el veneno de tus dudas,
invocan santos a quien nadie reza,
obligan a refugiarme en el almacén de insomnios
donde guardo mis noches,
y en un parpadeo,
distingo tu imagen borrosa a través de una lágrima;
tus caricias se vuelven hierba,
vidrio roto    
que corta mi fe.

Nací con las manos marcadas,
profecía, indescifrable,
mensaje incompleto que cierra de golpe
la caja de errores amontonados,
y me llevan a un destierro ensayado de ti.
Tú, último intento por escapar de mis dobles,
mis otros yo
que también te siguen resentidos,
dependencia que lija
el ritual de amores,
mal uso de los corazones guardados
en los cuerpos del olvido;
aquellos restaurados por la esperanza
en nuestros encuentros,
cuando escarbo tu mundo,
resquebrajado remordimiento.

Pongo en guardia el sentido;
hago polvo la represalia,
y tu figura, ahora estatua de llanto,
confunde los carruajes
dirigidos por ángeles desterrados,
que buscan mortales para alimentar
su eterna muerte,
su vagar por el limbo sideral;
aquellos, que como nosotros,
sufren raspaduras por sus culpas.

Impresionante aparición
hace esconderme,
buscar un rincón tranquilo,
restaurar fisuras,
escapar del fango de tu desolación,
escuchar mi sangre
que cuenta una leyenda desconocida,
el olvido historia que me habita
desde el día que abrí los ojos,
adioses emperrados en la piel
que maduran con el paso espíritu
y me hacen reconocer tu interior inhabitado.

Cumplo la consigna,
escucho árboles
aun en contra de la risa burla.
Ahí, también mi voz te busca,
choca con tu pista,
descarrila tristezas,
me convierte en duermevela
de un amor programado,
mandamiento que sigo
a pesar de mis mareas.