Editorial
Tierra

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“Desde el grito ‘¡Tierra! ¡Tierra!’ del gaviero Rodrigo de Triana, en la alborada del 12 de octubre de 1492, al arribar las naos a la isla de Guanahaní, desde esa mágica alborada la Tierra era redonda. Y desde ese instante la lengua castellana tenía también la redondez de la Tierra y la vida siempre verde de la Amazonía, la Orinoquía y el ancho estuario del Río de la Plata”. Así describió el ex presidente de Colombia, Belisario Betancur, la grandeza del idioma castellano, en ocasión de presentar el pasado lunes 7 el IV Congreso de la Lengua, que se celebrará en Cartagena de Indias entre el 26 y el 29 de marzo de 2007.

Quizás nunca como ahora fue tan febril la actividad de las academias del mundo de habla hispana, algo en lo que seguramente reciben la influencia de la velocidad que imprimen los medios modernos de comunicación al cuerpo total de la sociedad. La realización periódica de eventos como los congresos de la lengua, en los que las academias establecen políticas de trabajo y comparten iniciativas, viene a ser el colofón necesario de la investigación constante en torno a las mutaciones naturales que sufre nuestro idioma.

El fruto visible de esta actividad es el registro de tales cambios en los sucesivos diccionarios que, con rigor científico, delinean la topografía de la lengua. Apuntalando al Diccionario de la Real Academia, otros trabajos como el Diccionario de Dudas, o el recientemente presentado Diccionario Esencial, que ofrece un adelanto de las entradas que incluirá la edición del Drae planeada para el año 2013. Términos como bungaló, abrefácil o internet —así, con la inicial minúscula— que serán registrados en esa edición y que se estrenan, siete años antes, en el Esencial.

Cada nueva noticia involucrada con alguno de estos trabajos trae la acostumbrada andanada de críticas contra la actividad académica. Se suele olvidar que las academias no regulan las modificaciones del lenguaje, sino que las registran, y que en ello se debe guardar la mayor prudencia para que la cartografía de nuestra lengua no se vea contaminada por usos transitorios. El trabajo de las academias consiste ni más ni menos en reflejar el otro trabajo, el del hablante común, que moldea con persistencia telúrica el planeta en el que vive: el planeta del español.