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Leyendas

Los padres estaban ilusionados, se pasaban el uno al otro el niño enfermo a través de aquel hueco formado en el árbol seco. La antigua leyenda vasca decía que el hacerlo de ese modo la noche de San Juan, era el mejor remedio para todos los males.

Y, fieles a la tradición, así lo hicieron, pero tal vez entusiasmados por lograr su curación, pusieron en ello demasiado ímpetu, lo cierto es que en una de esas vueltas de los brazos del uno a los del otro, inesperadamente, el niño salió disparado volando a gran velocidad, perdiéndose tras las montañas.

Pasados los años, aquel niño volvió ya curado, hecho hombre, con una larguísima trenza y hablando perfectamente el chino. Lo primero que hizo fue investigar el extraño suceso que le catapultó en plena infancia hasta el palacio imperial de Pekín donde fue adoptado como hijo del emperador.

Dado su alto rango, obligó a las autoridades locales a procesar a sus antiguos padres, ya muy ancianos, basándose en la idea de que había existido un complot por parte de éstos para librarse de su hijo enfermo. Éstos inútilmente negaron una y otra vez semejante acusación, jurando que lo único que pretendieron aquella lejana noche de San Juan fue curar a su hijo siguiendo en todo momento lo que dictaba el rito y la leyenda.

El hijo adoptivo del emperador no les creyó absolutamente nada, él no había oído hablar nunca en China de semejante leyenda. De nada les valió alegar que de un país a otro cambian las tradiciones, que lo que en una tierra cura, tal vez en otra mate, que todo es cuestión de geografías y culturas distintas. Todo fue inútil, fueron ejecutados inmediatamente bajo la acusación de infanticidio.

 

Cuestión de orgullo

Realmente aquel hombre se obstinaba en no querer entender, mientras enfurecido me daba puntapiés en las costillas y riñones, me insultaba y me perseguía por toda la casa, incapaz de soportar la idea de esposo abandonado.

Yo no me defendía, sabía perfectamente que hubiera podido cortarle la yugular con la velocidad de un rayo, pero en el fondo me daba lástima, ya que en cuanto se cansara y dejara de golpearme, yo también me iría dejándole totalmente solo.

Porque ningún perro de mi categoría soportaría vivir con un dueño que no le permite contemplar escondido tras las cortinas del dormitorio, cómo su mujer se desnuda todas las noches.

 

Palomeras de San Roque

“Palomeras de San Roque” es uno de esos lugares estratégicos de montaña donde los cazadores escondidos en casetas camufladas, cazan a red la paloma torcaz, que emigra en el otoño hacia África.

Pervive en el lugar todavía, un rito de matanza ancestral, un impresionante espectáculo que mueve cada año miles de curiosos. El acto consiste en que los cazadores una vez que tienen a los cientos de palomas atontadas bajo la red, las van sacando una a una degollándolas con certeros mordiscos.

Una vez terminada dicha ceremonia de muerte, el rito continúa y esos cazadores, con los labios aún chorreando sangre, besan en la boca a las mozas que quieren buscar novio. Ya que dice la leyenda que los besos mojados en sangre de paloma son los mejores aliados del amor.

No obstante, también se cuenta que durante las noches de luna llena, los cazadores incendiados de pasión amorosa, desenfrenadamente, acarician con los dientes el cuello de sus amedrentadas esposas.

 

De las apariencias

Era un hombre tan delgado que a menudo se lo llevaba el viento. Así que en previsión de este tipo de catástrofes, se había llenado los bolsillos de piedras. Pero la suerte no estaba de su lado. Ocurrió durante una de aquellas noches en las que un fuerte viento no lograba llevárselo; el pobre hombre loco de contento celebraba su dicha con los marineros por las tabernas del puerto. Nunca fue tan feliz.

Al amanecer, caminaba completamente ebrio como un ángel frágil junto a los embarcaderos, dicen que debió resbalar y caer al mar mientras cantaba. De todas formas esta versión de los hechos nunca fue escuchada. La oficial fue la del suicidio, llenos de pesadas piedras sus bolsillos.