Letras
El desterrado (poema en cinco partes)

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Al partir (poema 1 - la despedida)

Dicen que lo despojaron
De toda su indumentaria
Y sin toda su ordinaria
Alegría lo dejaron.
Dicen que lo abandonaron
Náufrago de la pasión
En ponto de decepción
Sobre dos maderos viejos.
Y dicen que desde lejos
Enseñaba el corazón.

 

El desterrado (poema 2 - la llegada)

Para José María Heredia, José Martí, Agustín Acosta, José Ángel Buesa,
Gastón Baquero, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Heberto Padilla...
Para los cubanos del exilio, que son más de dos millones
durante más de 40 años

El parque madrileño que frecuento
tiene frío
y yo
tengo frío
y el banco donde me siento
tiene frío.
El parque tiene, también, un joven con su esposa enamorada
y yo trato de imaginarme, por curiosidad,
cómo será tener una esposa enamorada
en este parque madrileño.
El joven de la esposa enamorada
tiene un coche en el que vienen a este parque madrileño
y yo, por entretenerme, trato de imaginarme
cómo será tener un coche
y llegar con una esposa
a este parque madrileño.
El joven de la esposa enamorada y su coche
tiene una casa
y yo, por distraerme, trato de imaginarme
cómo será llegar a una casa
en un coche
después de pasear por este parque madrileño
con una esposa enamorada.
El joven de la esposa enamorada, su coche y su casa
tiene un amigo que se encuentra con ellos
en este parque madrileño
y yo, por divertirme, trato de imaginarme
cómo será tener un amigo
y encontrarse con él
en este banco frío
de este parque madrileño.
El joven de la esposa enamorada, su coche, su casa y su amigo
tiene patria
y yo me pregunto cómo será tener una patria.
El joven de la esposa enamorada, su coche, su casa, su amigo
y su patria
tiene un hermoso perro
y pasean con su hermoso perro
todas las tardes
por este frío parque madrileño.
¡Si yo tuviera un perro!

El Retiro, Madrid, octubre, 1998


El ruedo (poema 3 - la estancia)

El exilio es una plaza
tan majestuosa como la Monumental Las Ventas
o sencilla como la de San Sebastián de Los Reyes,
una plaza, un ruedo, aficionados, tendido 7.
Pero yo los exiliados
no tenemos en ella
ni el rol de matador
ni el traje de luces
ni cuadrilla
ni, claro, dos orejas y un rabo
ni pañuelos blancos, Puerta Grande, hombros cargadores
ni una ovación. Ni
silencio respetuoso.
Yo los exiliados salimos siempre por la pequeñísima puerta
de la muerte
Y por la pequeñísima puerta de la muerte siempre entramos.
—el toril de la séptima clase—
Nunca seremos El Juli o Miguel Avellán, Enrique Ponce, José Tomás
y nadie nos despide de nada
como al benemérito Curro
en la Real Maestranza de Sevilla.
En esta plaza nuestra donde tampoco se toca pasodoble
sólo me queda la opción
—para los toros no hay alternativa—
de ser un vitorino
y que la vida cumpla con nosotros
magistralmente
las tres buenas suertes malas.
Siempre nos toca un buen lote de toreros, el del mejor recorrido
de la tarde,
el de los clásicos y enrazados, el de maneras nobles y de castas
y fijeza insuperable.
La faena conmigo, el toro de la tarde, siempre es pulcra.
No hay pinchazos inciertos ni estocadas caídas.
En caso de que yo el toro
demuestre más casta y arte
que el torero
o geste y alumbre la faena ideal
—la de seis orejas, tres rabos y 13 Puerta Grande—
tampoco seré indultado,
tampoco seré semental
—ni me interesa—
En caso de que yo el toro
en un alarde de ingenio, dolor, amor y absurdo,
despoje del capote al matador,
dirija la suerte de varas
y se cumpla incluso sin puyazo fuera de lugar
y en dos embestidas con rabos ondulantes
le deje al mataor la salida infinita y abierta,
aunque yo clave las seis banderillas amarillas y rojas
en el omóplato de El Juli, en la 7ª vértebra,
aunque lo espere, en fin, en porta gayola
y haga un tercio de muletas de luces,
cuatrocientas verónicas, mil naturales, quinientas manoletinas
después de ejecutar dos quites de Dios,
y entre a matar
y mate
con la espada impecable del Diablo,
seguiré siendo el inválido toro de la tarde.
(No somos anhelados por las mujeres y respetados por los toros
como Jesulín. No lo somos).
El toro yo que habrá salido
furioso, desorientado, fiero
sin saber a dónde llegó ni qué le espera
—nunca llegaré hasta el humilladero, allí nunca me verán—
el que, visto el caso y comprobado el hecho, sólo puede
sólo tiene el derecho
de recibir un fino espadón
en los medios
y salir mal andando hacia las tablas
con la esperanza inútil de doblar presto
y recibir un primer
y único
feliz puntillazo.

 

Testamento (poema 4 - la despedida)

Nadie tendrá problemas con mis restos mortales
si, como he dicho ya, un día yo muriera.
No sé a quién le tocará la fúnebre y funesta misión
de encontrarme muerto
porque el destierro es el lugar donde no se sabe nada
de hoy, de mañana, ni de ayer.
No sé si será una mujer, un amigo, una vecina
anciana y asustada,
un portero, un policía,
un enemigo,
alguien que pasaba por allí.
No sé tampoco dónde moriré,
si en mi cuarto,
si en la calle,
si en el trabajo,
si en el hospital,
si en un barcito
donde tomo café con leche
y leo el periódico
todas las mañanas.
(debo morir en un barcito).
Podría ser de un infarto
del cerebro
o, tal vez, del corazón a donde han ido a parar
todas las furias, los miedos,
las melancolías y las fieras
o cursimente de hambre
o del azúcar baja
o el colesterol alto
o, simplemente, de estar lejos.
No sé ni quién recogerá mis propiedades,
mis paupérrimas propiedades
que no relaciono para no ofender,
sin embargo pueden quemar
mi verde traje parisino,
mi amarilla corbata italiana
y todo lo demás, hasta mis cartas
enviadas y no enviadas
que ya cumplieron su misión.
(Sé que alguien aprovechará el desconcierto
en torno al muerto desconocido
de quien nadie se declara propietario
para sustraer
sigilosamente
—y no para guardarlo de recuerdo—
mi juego de pasador, yugos, plumas y fosforera
mas no me importa).
En caso de que alguien tropiece
con un ladrillo que yo pueda haber modelado
sí le rogaría que modelara otro igual o mejor.
En caso de que alguien tropiece
con algún libro
que yo pueda haber escrito
sí le rogaría que lo tirara contra la puerta de alguna editorial
y en caso de que, con tan buena suerte, se publicara algo
decreto que por 70 años
todos los derechos de autor
pertenecen
exclusivamente
a un ser que dejé en La Habana.
Si surgiera algún(a) admirador(a)
del que modeló el ladrillo
o del que escribió el librillo
y deseara saber algo de aquel modelador de librillos
y deseara saber algo de aquel autor de ladrillos
y si deseara, incluso, ir hasta su tumba
y leer su epitafio
y ponerle una flor
no podrá hacerlo.
No habrá epitafio ni tumba,
pero, solamente para que la historia tenga un final feliz, daré
dos direcciones.
En un pueblito del centro de mi patria
cuyo nombre es Corralillo
(me hubiera gustado ser Conde de Corralillo)
pasé mi adolescencia, suspendí matemática,
tuve amigos y novia,
y en un barrio de la capital cubana
cuyo nombre es Bacuranao
(me hubiera gustado ser Barón de Bacuranao)
donde viví mis últimos añitos con patria propia
detrás de mi casa
hay una pradera
y en la pradera, una ceiba
y recostado a esa ceiba amé a una mujer
o modelé un ladrillo
y escribí poemas o cuentos o novelas
o no sé.
Pero sé que nadie tendrá problemas
con mis restos mortales
porque no seré nada exigente en esa hora.
No quiero que me incineren
porque he vivido toda la vida incinerado
y sembrando fuegos
(el que siembra fuego, recoge resplandores).
No quiero que echen, pues, mis cenizas al Nilo
para reencarnar en los peces o las conchas.
No quiero que me embalsamen
ni quiero que me entierren
aunque para mí sea leve la tierra.
No quiero una tumba
junto al Manzanares de Madrid,
ni quiero una tumba
junto al Almendares de La Habana
por tanto no habrán de trasladarse mis restitos
a Cuba.
No quiero nichos en catedrales,
ni misas,
ni esquelas
pues todos los días en ellas ya me vi.

Tiradme en cualquier lugar
donde mi hedor no moleste a nadie
y, como carroña ensimismada, libremente
puedan seguir comiéndome los buitres.

Barcelona, noche del 9 de enero, 2002

 

Credo (poema 5 - epitafio)

Lucho
porque sé
que algún día
el más grande crimen
será pisar una flor.