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Poema daltónico

A Roque Dalton
en el mes de su nacimiento y de su asesinato,
con el perdón por atreverme a sacarlo de su traicionera
tumba silenciosa
aunque sé que si pudiera
vendría a disculparse por mi atrevimiento
con una botella de ron en sus manos
y su extensa sonrisa pícara.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas
pronuncia: flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
Roque Dalton

Pobrecitos los poetas
ven visiones son daltones
donde hay huesos ven marrones
territorios prometidos como un sol.
Daniel Viglietti

Me atrevo hoy a decir tu nombre
en el largo túnel de nuestra historia,
te llamo: flor, abeja, lágrima, pan, tormenta
mientras abro la ventana para respirar el sol
en el que está tu rostro manchado de rojo
junto a tu palabra cargada con rayos de Zeus.

Ya no hay desfiles con banderas,
la primavera se detuvo en Praga
en aquellas largas noches de taberna
alcoholizadas con anhelos que maduraban
en el árbol del bien y el mal,
vivimos inviernos de ausencias y letargos.

Pero vos no estás muerto,
hoy estás más vivo que aquel día lóbrego
ahora hay más vida en tu mar de cantos confinados
que en una tarde de copas cerca de la catedral.

Es que siempre fue así con vos
eras todo o nada
noche o día
tristeza o alegría
sobriedad o trago largo
vida o muerte
abismo o cima
amor u odio.

Ni una bala ni cien podrán robarte la risa pícara,
la cara de niño travieso, la agudeza de tu palabra,
el ingenio a un paso del barranco,
no importa que hayan tapado tu ojo de lince.

Por eso estás aquí
hoy
con el rostro al viento
y la pluma para derrotar el embuste
un yelmo hecho de ideas
que busca apagar la claridad artificiosa
para que empiece la lluvia
con la sal en tu mano izquierda buscando una herida.

Después vendrán los de siempre, después
la carroña,
a buscarte en la oscuridad
para cortar tus uñas
limarte los colmillos
y mandarte a dormir a las nueve y treinta
con cara de chiquillo regañado,
sé que no harás caso
te reirás a carcajada suelta
sin que te importe sacarles la lengua
porque tu palabra ya se volvió compañera eterna,
amante lasciva,
fogón de sinceridades.

Ya no hay camaradas rumanas
con caritas como naranjas cubanas
pero siempre quedará tu nombre en la ampliaoscurana del destierro,
no pudieron exiliarte de tu gente
de tus hermanos,
porque siempre viste rojo donde era verde,
calzada donde era piedra,
fulgor donde era reja,
gloria donde era asesinato.

Ahora te has escapado de la cárcel de la muerte,
del ajusticiamiento del olvido
para gritar en medio de la niebla:
flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

 

Tus manos

No hace falta que digas nada
ni que me mires de frente
cuando tus manos me tocan
me dices todo.

Porque mi cuerpo cansado le pertenece a tus manos
como mis labios extraviados le pertenecen a tu piel.

 

Patria poquita

Patria cola de alacrán
he salido a buscarte y
no han podido darme razón tuya
no sé si he buscado mal
o te andás escondiendo
en las solapadas caderas
de la falsedad
he preguntado, escarbado, trepado,
nadado, caminado mucho
procurándote.

He leído tu nombre en voz alta
patria hielo
            patria quimera
                        patria ecolalia
                                    patria gorgojo
                                                patria extravío
                                                            patria frigidez
                                                                        patria nudo
sólo ha podido responder un raído maniquí
con distantes efemérides erradas,
creí verte en ojos de mujeres que parecen
manzanitas verdes en diciembre
en sonrisas que se escapaban como cometas
a finales de octubre,
no estás en la rosa de los vientos
ni en botellas con mensajes de rescate
lanzadas al mar.

No he podido verte
patria inexacta, inconclusa, oscura
no estabas a las ocho de la noche
en la esquina del mundo
como habíamos quedado
ni en la luminosidad del sol
cuando saluda desde la montaña.

Patria poquita, te espera también la
palabra justicia para hacerte el amor
en un matorral de ensueños afligidos,
todavía no sé cuál es tu olor, cuál es tu sonido,
igual a quién te ves, cómo son tus besos,
patria chauvinista
si tan sólo te dejaras ver a la hora en que te necesito.

 

Razones

Te quiero porque
            no sé hacer otra cosa
con este decolorado corazón.

 

El siglo en el lecho

Cuánta congoja se abraza a uno
cuando se sale a la calle
con los ojos abiertos
y los brazos pegados al cuerpo
sin más escudo que las ropas
ni más espada que los cabellos.

Ver señoras y jóvenes
bellas adolescentes
que se abren al paso de los cirios
señores niños muriendo
lentamente mientras se
camina
cada uno de ellos cayendo
                                               c
                                                  a
                                                    y
                                                       e
                                                          n
                                                             d
                                                                o
hasta lo último de un no sé qué con vivo fuego
al desnudo asfalto
al duro concreto
con sus deudas y su plusvalía
que a esa hora ya no servía
ni para anunciarse en el periódico
como tampoco alcanzaba para
una última botella de vino,
ver como las casas
ceden a los derrumbes
así como las estatuas
los edificios
igual que aquellas claras iglesias
todo se c
                 a
                    e
muy lejos
quedando al paso
una inmensa nada
que lo llena todo
con frío cálculo.

¡Ay! siglo veintiuno ¡Ay!
me flagelas con notas fúnebres
como dolores de parto,
no seas tan feroz
a la hora del desayuno
que nada dejarás para el almuerzo
siglo hostil, degenerado
nadie querrá amarte a la hora
de los besos con miel
desnudos en la noche,
nadie recordará tu nombre
si nos incitas a olvidarte
somos especialistas en eso,
no te olvides que te hemos bautizado
así y también podemos
enterrarte bajo los escombros
de un grito enorme
que aún podemos dar,
o ahogarte en nuestras lágrimas
cada noche, en tu propia cama,
todavía tenemos nuestras manos
para abofetearte si te portas mal,
no te olvides.

 

El fondo del café

Si yo fuera una cobija al menos,
no perturbaría tanto el café de la mañana
ni el cuarto cigarrillo del día
ni tus ojos presos en un colchón escéptico.

El fondo del café no tiene tu nombre
pero yo estoy dispuesto a bautizarlo
con mi sangre que escurre la lluvia
abatida de mis manos.

Sería una simple lucha contra lo que tanto
nos cuesta
que al fin y al cabo
no es otra cosa que derrotar a la muerte.