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R.U.R.Mañana, ¿la maquinocracia?

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Stanislaw Lem, in memoriam

El biólogo norteamericano Jules J. Brener jamás osó desobedecer a los semáforos y a los relojes. Incluso en situaciones tensas o de confusión, como por ejemplo las que provocaron la gran crisis de 1929. Ese comportamiento lo asumía imperturbable y con mucha satisfacción, sin embargo, la noche del 7 de julio de 1932, sin proponérselo, mientras daba vueltas en su lecho tratando de conciliar el sueño, advirtió primero con sorpresa y luego con irritación que esas máquinas dirigían una parte esencial de su vida. Eran ellas las que le indicaban implacablemente lo que debía hacer a cada minuto y cuando tenía que detener o reanudar la marcha de su automóvil. Pero, además, reparó que esa situación no sólo la sufría él, sino millones de personas. Días después, un colega suyo le informó de la gran eficiencia de las calculadoras. “No hago nada sin ellas”, dijo rebosante de entusiasmo. También le hizo saber que Norbert Wiener estaba embarcado en el proyecto de trasladar a una máquina la lógica humana. Entonces, apesadumbrado, concluyó que tarde o temprano las máquinas impondrían la mechanicracy (maquinocracia o gobierno de las máquinas).

A partir de esa fecha, la palabra mechanicracy empezó a circular a gran velocidad. Muchos de los colegas de Brener la repetían esperanzadoramente. Argumentaban: “Esa forma de gobierno, por basarse en el álgebra y en la estadística, estará a salvo de presiones que atentan contra el bien público”. Los otros, muy pocos, la rechazaban diciendo: “Transformará a los seres humanos en dóciles esclavos de las máquinas”.

No hay que olvidar que Brener, en su diario, escribió: “Inventé la palabra mechanicracy luego de recordar la fuerte impresión que tuve hace diez años, exactamente en 1922, al asistir a la puesta en escena de Rossums Universal Robots (R.U.R), escrita por los checos Karel y Josef Kapec, en un teatro de Nueva York. En ese entonces era muy joven y fui a verla acompañado de mi padre. En R.U.R., los robota (palabra checa que significa esclavo) están decididos a eliminar de raíz a la humanidad”.

De pronto, la palabra mechanicracy se replegó. Estuvo a punto de quedar en el olvido. Sin embargo, en la década de los cincuenta del siglo pasado volvió con inusitado vigor. Precisamente en el centro de decisiones del país más poderoso del mundo. De esta manera: el periodista John Beck, en una radio de Washington, dijo: “Existe el rumor de que el presidente Harry Truman se ha atrevido a despedir al general Mac Arthur de su cargo de comandante en jefe de las tropas norteamericanas en el Lejano Oriente, después de haber confirmado con un computador lo adecuado de su decisión”. Al día siguiente, Richard Wayne, discípulo de Brener, en un breve artículo que publicó en el periódico local de San Antonio, Texas, haciendo mención a lo que había dicho Beck por la radio, muy alarmado se preguntó: “¿Una máquina es el consejero del presidente de los Estados Unidos? ¿Estamos ya en la mechanicracy?

En los sesenta, respecto a la postura adoptada por el presidente Kennedy en la crisis de Cuba, los más informados politólogos del planeta han conjeturado que ella habría sido fruto de una consulta a un “computador”. Desde ese tiempo hasta los días que corren, hay fundadas sospechas respecto a que muchas de las decisiones de tipo político de gran número de gobiernos del mundo han sido sometidas a “la opinión” de los ordenadores.

Las máquinas que “aconsejaron” a Truman y a Kennedy, en comparación con las actuales, son absolutamente primitivas y las de dentro de 90 minutos serán aun más revolucionarias que las de este momento. Es que su “estado natural” es de revolución permanente. Pueda que un día no muy lejano dejen de ser “consejeras” y tomen el poder para siempre. Ya en 1971, William Ross Ashby, neurofísico del hospital de Brighton e inventor de la primera máquina homeostática —al percatarse de esa situación y para que los seres humanos no sean sobrepasados por la inteligencia artificial de los ordenadores— intentó construir una máquina que amplifique la inteligencia humana. Para esa empresa, partió de las siguientes comprobaciones: una excavadora amplifica nuestra potencia mecánica. Un altavoz lo hace con el sonido. Entonces, si se ha logrado amplificar la fuerza y el sonido, ¿por qué no el intelecto? Han pasado más de treinta años y ese invento lamentablemente aún no se concreta.

La amenaza (o para algunos la promesa) de la mechanicracy es un fantasma que no cesa de recorrer el mundo. Pero eso no es cosa reciente. Es un asunto que tiene muchos siglos. En tiempos de la mitología griega, Vulcano creó sirvientes mecánicos que iban desde inteligentes, hechos a mano en oro, hasta los que se limitaban a obedecer: mesas utilitarias de tres patas que se movían por sí mismas. Los cabalistas se han referido profusamente sobre el Gólem, una estatua animada. Cadmus sembró dientes de dragón que se convirtieron en soldados invencibles. En España en 1885, Luis Senarens escribió sobre cómo tratar con El hombre eléctrico. Hoffman en 1817 hablaba de Coco, una muñeca mecánica del tamaño de una mujer que movía los ojos y hablaba. Edward S.Illis, en 1862, con El hombre de vapor de las praderas, alertó acerca de sus extrañas costumbres.

En vista de ese panorama, y haciendo gala de un lúcido pragmatismo, Isaac Asimov, en su libro Runa Round, publicado en 1941, ha establecido las leyes para el comportamiento de los robots. Son las siguientes:

    1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
    2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entraren en conflicto con la primera ley.
    3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera y segunda leyes.

A pesar de esas leyes, o tal vez porque los robots pueden imitar a los seres humanos en la crónica costumbre de no cumplirlas, hay que ir tomando precauciones. Porque, según Daniel Wilson, “algún día la humanidad deberá enfrentarse a la creciente amenaza de los robots y destruirlos”. ¿Quién es Daniel Wilson? Es un doctor en robótica por la Universidad Carnegie Mellon, de Pittsburg, un centro muy destacado de investigación en la materia. El año pasado publicó el libro Robotuprising y, este año, How to survive a robot uprising (Cómo sobrevivir a la rebelión de los robots).

En ese último libro, Wilson nos informa de muchos tipos de robots. Para cada tipo, con gran sentido de humor pero muy seriamente, ofrece consejos detallados para hacerles frente con éxito. Por ejemplo, para librarse de enjambres de insectos mecánicos hostiles: “No traten de luchar con ellos. Para el enjambre, perder un insecto carece totalmente de importancia”. Para la casa robot: “Hay que ser más listos que nuestra casa inteligente; recelen si ésta insinúa que probemos el microondas poniendo la cabeza dentro”. Para sobrevivir en un combate cuerpo a cuerpo con un humanoide: “Embadúrnense de barro para disimular la temperatura característica del ser humano y vayan directo a los ojos, a sus cámaras”. Si todo eso fracasa, Wilson aconseja: “Puede que sirva de algo razonar con el robot, pero las consideraciones de tipo emocional caerán en sensores sordos. Sean implacables. Su enemigo lo es”.

Otros no piensan igual que Wilson. Se han propuesto que los seres humanos y los robots vivan en armonía. Son muy activos. Han pasado de la propuesta a la obra. Están llevando a cabo el Proyecto Universidad del Milenio en las Naciones Unidas. Ya tienen numerosos trabajos en los que analizan escenarios en los que los humanos se relacionarán con los robots en el futuro. Uno de esos escenarios es el llamado “La ascensión y caída del Imperio Robot”. Lo han ubicado en el año 3000 y progresivamente en retroceso lo hacen llegar hasta nuestros días. ¿Cómo es ese escenario? Los robots han evolucionado de tal manera que se han transformado en políticos, filósofos, poetas, oradores, músicos, bufones, médicos, novelistas, diseñadores gráficos, editores, ingenieros, periodistas, cocineros, modistas, modelos, pintores, ceramistas, maestros, futbolistas; en fin, han desplazado a los seres humanos de esas y muchas actividades más. Con un añadido, han inventado otra: la de pastores de los humanos menos adeptos a ellos. En la sociedad que forman, gobierna la casta de los robots. Los seres humanos son una raza menospreciada, pero tolerada porque hacen labores no apropiadas para un robot. ¿Cómo cae ese imperio? Con la fórmula que propuso William Ross Ashby. Es decir, amplificando la inteligencia humana, pero genéticamente. ¿Tendrán éxito? ¿O es simple y llanamente propaganda subliminal ideada por un robot?