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Ilustración: David RidleySobre el proceso literario

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Cualquier descripción de un lugar, de un individuo, o la narración de un acontecimiento o hecho ocurrido o imaginado, ¿se podría considerar como “literario”? ¿Qué es lo que caracteriza a un escrito como “literatura”? ¿Qué o quiénes le asignarían dicho carácter? ¿Es por la aceptación por parte de una academia o sociedad “literaria” que un determinado escrito posee “arte literario” o es por la difusión o aceptación popular en un determinado momento o época histórica? Me llaman la atención los casos heteróclitos, en diferentes contextos históricos, que no concuerdan con los modelos “clásicos”, válidos o existentes en ese momento y que sin embargo se han considerado después como obras literarias y aun de un carácter genial o destacado como tales luego por la crítica y por los demás escritores, es decir, por la comunidad académica en este caso y por un contexto social específico. Algunas de estas obras se convierten a su vez, y como sin pretenderlo, en las obras “canónicas” o modelos para analizar o evaluar otros textos contemporáneos o posteriores. (¿Será esto lo que se pretende entender como el “estilo” literario, como el modelo canónico según el cual habría que escribir, para poder ser aceptado como obra literaria, el resultado o producto de dicho trabajo de escritura?) Pienso en autores que no siguieron un modelo previo existente sino que antes, al contrario, impusieron una “manera” de escribir que después fue criticada o seguida por otros escritores posteriores, como Proust, Artaud, Bataille... Se propusieron directamente escribir contraviniendo los cánones establecidos o tal vez no los tuvieron en cuenta muy fielmente, no fueron conscientes de todo lo que implicaba seguirlos —como era lo “normal” en otras épocas o contextos históricos en los que era esencial o indispensable seguir y no apartarse de dichos marcos formales, si se quería ser “literato”. Pienso si tal vez esta inconciencia con respecto al modelo seguido o con respecto a los parámetros que tenían que seguir, fue lo que les permitió crear la obra que pretendían crear, sin “vigilar” si seguían una norma o si se alejaban de las reglas vigentes. ¿Se puede entender esta actitud como una confrontación del formalismo y un logro del realismo? ¿Es el contenido mismo el que está fluyendo del proceso literario enfrentando las cadenas formales o formalistas que había sido en el trabajo literario el modus operandi sine qua non para consolidar un proceso de creación literaria? ¿Un escritor piensa primero en el contenido —en lo que pretende decir o comunicar— o en la manera en que debe decirlo, expresarlo? Se ha creído que el escritor literario, precisamente por ser literario ya tiene asimilada o dominada de tal modo la forma en que va a escribir o que va a emplear para escribir su texto, que ésta le fluye o le surge casi de manera espontánea demostrando así su experiencia o dominio como escritor. (Un lego en asuntos literarios, entonces, no sabría siquiera cómo empezar a escribir, porque no se le ocurriría nada: no sabría cómo o por dónde empezar, si tal tema o asunto es digno de contarse o no... ¿Es intuición, conocimiento, instinto, o se trataría más bien de una serie de factores, inconscientes unos, resultado de la formación o de la experiencia (o dominio sobre el proceso de escritura) que tendría más que los otros? ¿Precisamente es esta diferencia o superioridad la que lo caracterizaría como literato? En este sentido, es por esto que ser escritor es una profesión, es decir, escribir puede considerarse un oficio con cierto grado o carácter profesional, de tal suerte que pueda ser reconocido por propios (los colegas en este mismo oficio) o por extraños, los otros, quienes recibirían sus obras con cierto grado de asombro o expectativa según sea su gradación o carácter literario. O sea, a unos se les reconocería desde un primer momento (o inicio) como escritores, como tales escritores, mientras que los otros que no han sido reconocidos aún o que pasado un tiempo tal vez lo serán, tendrían que insistir o proponerse, ex profeso, ser aceptados en un contexto académico o, más bien ya, en un contexto social general, aunque hay que tener en cuenta que se lee cada vez menos, es decir, que un escritor para ser aceptado como tal, tendría hoy —paradójicamente— más dificultad para serlo, porque —aparte del círculo muy cerrado o rígido de los escritores que dicen serlo o ya han publicado diversas obras que los acreditan como tales— aun con la profusión “literaria” que hay, el ciudadano común, o no lee —porque está siendo abordado o bombardeado continuamente por periódicos, revistas, libros de divulgación, best-sellers, folletos de autoformación, o de autoayuda, que prometen guiarle o solucionarle todo problema afectivo, sicológico o hasta económico o moral que pueda tener— o adopta una actitud de indiferencia o de escepticismo frente a la producción editorial en general.

Es cuestión de formación, se dice entonces: no hay formación literaria, seria, así como tampoco ética o filosófica o científica. Por eso es por lo que una persona cualquiera —el ciudadano común— no lee habitualmente, aunque sí lo debiera hacer. Él, entonces, no es culpable del todo de esta carencia tan extendida hoy en día. El hombre común y corriente está movido por toda una serie de intereses no literarios o teóricos o académicos: es indiferente o está aparte del movimiento literario o del proceso literario, editorial, en sí mismo. No le interesa ese mundo académico —que a su vez se relaciona en forma muy confusa o indeterminada con el medio académico universitario. De ahí que textos que tratan temas muy controversiales o discutidos en otros medios como la televisión o las revistas de farándula, apenas sí son mencionados en los periódicos o en los suplementos literarios de los periódicos, pero no generan propiamente una reflexión o discusión en profundidad como era de esperarse: se trata sólo de presentar la noticia para saber sólo que está pasando, para estar bien informado —con el único propósito de tener qué conversar con el compañero de reunión o de mesa cuando en algún evento tal haya que intercambiar alguna idea u opinión. Se trata sólo de estar bien informado con este propósito con la mayor indiferencia posible, porque nunca habrá tiempo para analizar o ver más allá de lo que se ha oído o mejor, visto. Si se ha visto, sobretodo, se cree que ya se sabe todo lo que habría que saber sobre tal hecho acaecido. Se le deja a los directores de los noticieros de televisión o de los periódicos tratar de ir más allá de los hechos narrados para investigar qué es lo que estaba detrás de tal o cual acontecimiento...

 

Cuando un sujeto que tiene experiencia al escribir es exigido a hablar sobre los temas o asuntos literarios —sobre lo que es su dedicación cotidiana o habitual—, adelanta algunas justificaciones o aclaraciones que sorprenden o por lo demasiado obvias o al contrario por lo sumamente extrañas o “subjetivas”: que se trata de dejar todo a la inspiración, que es la mitad trabajo y la otra mitad intuición o método ya aprendido en anteriores esfuerzos de escritura. Que no se puede seguir o definir una estructura previa, un método y a continuación seguirlo fielmente. Que se trata sólo de comenzar e ir construyendo sobre la marcha el desarrollo de lo que finalmente será o sería el texto (libro, novela o cuento) como obra final.

Siempre me ha parecido que la producción textual es un asunto misterioso, inconsciente, desconocido, tan sumamente subjetivo que intentar objetivarlo o pensarlo es imposible o daría lugar a tantas opiniones como autores se trata. Sería más conveniente apreciar o disfrutar en un sentido estético precisamente de la obra final, del texto que se nos presenta, prescindiendo de las condiciones de su producción. Acá, sin embargo, hay implícitos algunos cuestionamientos que si se pretendiera ahondar en el tema, se podrían explicitar o tematizar. Desde un enfoque epistemológico o pedagógico —se podría decir—, es interesante o pertinente sondear en el asunto de la producción teórica: no tanto para esclarecer “finalmente” cómo se realizó ésta, sino con el propósito de entender un tanto este proceso tan “emocionante” de la producción de una obra literaria, como obra de arte —como obra de creación literaria— aunque, de nuevo, valga la redundancia, se encontraría uno con las opiniones más diversas y personales, si se interrogase directamente a sus creadores.

Pero sin pretender realizar un “tratado de la creación literaria”, se puede pensar cómo, de qué forma, a partir de qué elementos, con qué estructura se trabajó, qué influyó más en una determinada obra, si lo biográfico, en forma esencial o la crítica a una realidad social o imaginada, si las lecturas previas realizadas por el autor en cuestión o la formación de toda una vida conformada por la lecturas realizadas desde la más temprana infancia, etc.

En este enfoque formativo se trata de entender el proceso de construcción de un texto para poder orientar a los que pretendiesen formarse como escritores, como debieran proceder o actuar: se parte del supuesto de que es suficiente desestructurar, por así decir, la obra escrita, el texto literario, para conocer su proceso de elaboración o de construcción como obra de arte. No tanto a nivel de disposición de los elementos materiales empleados: sistema de la lengua escrita, gramática, sintaxis, ortografía, etc., sino en lo que se refiere al proceso de imaginación o de planteamiento de los temas que determinaron o guiaron el proceso concreto de escritura. Aquí algunos anotarán que esto es lo que le da al proceso o al hecho de escribir toda su especificad y dificultad: que no se puede generalizar o intentar develar algunas reglas o un método general que pudiera ser objetivado o enseñado para lograr o formar futuros buenos escritores...

 

¿Por qué guardamos en la memoria ciertos aspectos de los hechos en que hemos participado y olvidamos todo lo demás? ¿Se recuerdan sólo los que dejaron alguna huella afectiva o síquica en nosotros, que luego más adelante o mejor más tarde sólo se podría reconocer su influjo o resultado en nuestra vida síquica actual? ¿Es la memoria un trabajo de selección de tal modo que al recordar ciertos hechos y prescindir de otros, lo hace en beneficio en última instancia del estado actual del yo, para que éste esté lo mejor estructurado posible para que exista el mejor equilibrio entre los diferentes elementos constitutivos de su estructura síquica?

Esta selección mnémica debe ser entonces un proceso complejo del que —como en los demás procesos síquicos— no somos conscientes en su efectuación o elaboración. Se podría pensar hasta qué punto esta memorización es efectuada por un yo que estaría trabajando más allá del yo consciente, por un yo previo al racional, con procedimientos oníricos, inconscientes o en concreto no racionales y que por lo tanto no se rigen con los parámetros o criterios de racionalidad o estructuración del yo consciente. No es el cogito el que rige este proceso mnémico sino el facio (vivo): ACTÚO (funciono, vivo), luego EXISTO. Mi existencia se demuestra por mi vida no sólo consciente que estoy realizando, que se está efectuando en este momento, ya, en el ahora, resultado de todos los procesos racionales, síquicos o biológicos previos y que se siguen realizando en este mismo momento presente, sin que tenga que ser consciente, o sea, sin que yo tenga plena conciencia de su estructuración o elaboración.

Resalto en este análisis (o apreciación) el que estos procesos metarracionales se realizan sin la plena conciencia del yo, es decir, que para su efectuación no tienen que ser atribuibles (o imputables) a un yo consciente. Es como si este yo consciente no fuera plenamente autónomo o autoridad (o causalidad) de todo lo que yo hago o pienso. En el sueño es cuando se revela más directamente este estado de cosas. Uno sueña, pero podría decirse también que los sueños ocurren en mí; yo sólo recuerdo, cuando despierto, algún o algunos sueños, o, en otros casos, queda un estado mental (o una sensación) de que se ha soñado, aunque en este caso no se recuerde en forma nítida qué fue lo que se soñó (el tema o las escenas que se soñaron) —como sí se recuerda luego de otras noches.

En el sueño, entonces, o mejor, después de despertar, tengo la convicción de que no soy plenamente consciente de todos los procesos —que se siguen llamando mentales— que me ocurren o que se desarrollan o efectúan en mí. Por eso se puede decir muy bien que se elaboran en mí, porque yo no los planeo o pienso para realizarlos. (No los planeo u organizo previamente para que se den lo mejor posible) No, simplemente ocurren en mí, y luego, sí, me detengo a analizarlos, a examinarlos para ver si hubo algún error, si cometí alguna falla, si ofendí, con lo que dije o dejé de decir, a alguien con quien estaba actuando o hablando, etc.

En general, cuando nos referimos a los estados mentales, siempre tenemos algunas reservas. Nos queda la impresión de que algo se nos oculta, que no podemos comprender o alcanzar a captarlo todo. Lo mental siempre va a tener ese carácter de oscuridad, de ser un mundo inextricable, del cual no se ha dicho ni se podrá decirlo todo, porque siempre va a ocultarnos todos sus secretos aún a nosotros mismos. No nos comprendemos completamente: por eso a veces actuamos como actuamos, sin comprender del todo por qué adoptamos tal o cual actitud, por qué respondimos o hablamos como lo hicimos y aunque lo intentamos remediar después, no lograremos corregir del todo la falta o el daño que hicimos con algún acto nuestro no pensado que realizamos y del que sólo después en la calma que sigue a la actividad cotidiana, tenemos conciencia de sus implicaciones morales o síquicas y podemos ver en un contexto objetivo diferente.

Tal vez haya que tener en cuenta que ésta es realmente la condición humana: no podemos conocernos plenamente aunque, en toda su historia, el hombre ha tratado de todas las formas posibles de lograr este autoconocimiento y autocontrol sin conseguirlo como quizás se pretendió en un principio. De todas formas seguimos actuando o tenemos que seguirlo haciendo aun sin tener este autoconocimiento, porque en última instancia no se lo necesita para poder vivir o actuar o aunque se sospeche que teniéndolo orientaríamos la vida o las acciones de otra forma más efectiva o menos lesiva, por lo pronto, para nuestros propios propósitos, pero al no poder lograrlo tenemos que resignarnos a no contar con dicho autoconocimiento. O tenemos que vivir con la pretensión o la ilusión de que sí nos conocemos aunque en el fondo sabemos que no es así, que en lo más profundo de nuestra siquis hay un yo oculto, o una dimensión desconocida que algunos han llamado inconsciente, superyo, daimon, mi otro yo, mi lado bueno, pero no lo podemos decir muy clara o nítidamente. De pronto se revela en nuestros sueños o en algunos recuerdos o ensoñaciones que tenemos en el momento más inesperado: vienen a la memoria presente un conjunto de recuerdos o momentos de la vida pasada, aun de la más temprana infancia, que sin saber cómo y por qué, están de algún modo grabados o guardados en algún resquicio oculto o muy profundo de nuestra mente o entendimiento.

Deben estar guardados de alguna manera en la mente para poder ser recordados en el momento presente. Deben estar registrados física o biológicamente en el cerebro para poder ser actualizados y volver a, o permitir revivir todo ese mundo o contexto existencial que ya ha pasado o ha sido vivido. Por haber sido vividos es por lo que se recuerdan. Al haber sido vividos es por lo que dejaron esa, alguna huella, un rastro, que quedó registrado y por eso podemos volver a ellos por alguna relación inconsciente que aún mantienen con el presente. (¿Sería el mismo procedimiento informático por el que se puede activar, por ejemplo, algún dato determinado que estuviese en el disco duro de un computador?)

Habría que pensar si lo que hace revivir algún recuerdo es un motivo (podemos llamarlo estímulo) del presente, que tiene alguna relación afectiva o imaginativa con eso que se está reviviendo. Quiere decir esto que el presente está, también de algún modo, en relación con el pasado, que todos los hechos del presente, o lo que vivimos ahora, lo que estamos viviendo en el presente proviene del pasado, tiene su entidad desde el pasado, o sea, que se han estructurado en el tiempo y sin este transcurrir no se hubiesen podido constituir. Venimos del pasado, o tenemos una relación con ese pasado, de una manera incomprensible o que aún no hemos indagado cómo se debiera haber hecho, dada su importancia para la estructuración del actual estado de cosas. (Esto podría ser interpretado como puro historicismo, en el sentido de que se estaría afirmando que no somos sino en la medida en que provenimos de un pasado, o que somos sólo en cuanto que hay un pasado atrás que nos estaría definiendo en cuanto sujetos existentes en el presente. No seríamos, entonces, más que resultado del desenvolvimiento temporal de una serie de acontecimientos —si no se hubiesen dado éstos, entonces, no seríamos, no existiríamos, seríamos el resultado de un desarrollo histórico impensado, no pretederminado, pero que ya se dio, como se tenía que haber dado y no de otra manera, porque ya quedó fijado como tal en el pasado y por esto ha dejado las huellas que dejó y quedan grabadas en nuestra subjetividad y por eso, y sólo por eso, somos lo que somos.)

Podemos cambiarla o superarla —si no estamos de acuerdo con ella o no la aceptamos como nuestra carga ancestral, familiar o histórica—, pero esa determinación histórica ya ha marcado, ya ha caracterizado de tal modo ésta, nuestra subjetividad, que por eso podemos decir, que por esto somos lo que somos: somos en la medida en que nos venimos constituyendo desde el pasado. Desde un instante del presente nos podemos asomar a ese pasado que ya quedó definitivamente vivido como efectivamente lo fue y por eso, porque ya pasó, porque ya se vivió, ya no lo podemos cambiar, porque no podemos devolver la película de nuestra vida y corregir lo que habría que corregir de ella. Ya ha quedado fijada así, como se vivió, y la única recuperación que podemos hacer de ella es mediante el recuerdo, la rememoración que se hace más por razones artísticas, literarias que por otras más rigurosas, científicas o teóricas podríamos decir. Porque qué sentido tiene volver al pasado, retrotraer lo que se vivió, si no es por razones históricas, en el sentido de determinar o esclarecer la ocurrencia de un acontecimiento (por ejemplo, en el caso de un delito o accidente de los que habría que investigar o determinar fielmente cómo fue que ocurrió, quiénes intervinieron en él) cuando hay alguna confusión o desconocimiento de los mismos.

Pienso la vuelta al pasado como una recuperación de una dimensión de la vida que ya ha quedado definitivamente determinada o fijada en el tiempo: ya se vivió, ya ocurrió y, por tanto, no se puede volver a tener, a vivir. Tuvimos unas experiencias, realizamos unos hechos o participamos, con cierto grado de actividad o compromiso, pero ya no queda de ellos más que un rastro, el recuerdo en la mente de lo que o cómo lo hemos vivido. Rehacer dicha dimensión perdida o superada definitivamente mediante el texto escrito tiene un efecto terapéutico, señalado —según casualmente lo he escuchado en un programa de radio— por sicólogos que lo emplean como parte de su trabajo de asesoría a personas que presentan alguna problemática, como depresión o baja autoestima o pérdida del sentido de vivir. Destacaban en dicho programa que recuperar desde el pensamiento ese pasado ya vivido, mediante el relato biográfico, era como recrear un espacio interior en el que era posible volver a revivir las experiencias subjetivas vividas y por esto mismo, al poderlas visualizar, se tenía una objetivación sobre aquellos traumas o problemas que estarían perturbando el estado actual o presente de la vida. Al realizar esto, al objetivar lo que frenaba o sujetaba al yo, manteniéndolo encadenado o fijado en un pasado, se conseguía una especie de liberación o de superación que hacía que el yo actuara con una libertad como la que tiene quien se ha liberado de una opresión o yugo que impedía que levantara vuelo. Por medio de la escritura se tiene una fuerza para mirar hacia el pasado, de tal forma que éste ya no sea oprimente o determinante. No es que se consiga olvidar el pasado, sino al contrario, se recuerda precisamente para comprenderlo o retrotraerlo. Así se le estaría quitando lo negativo a dicho acontecimiento biográfico ya vivido y el efecto, inconsciente, en el presente, sería de una liberación con efecto de superar un estado traumático manifiesto en una depresión o pérdida del sentido de vivir.