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El Cid y Martín FierroEl Cid y Martín Fierro, ¿héroes o antihéroes?

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Introducción

El presente trabajo tiene por escopo el análisis de los personajes El Cid y Martín Fierro, de las obras El Cantar de Mio Cid y Martín Fierro, respectivamente. Lo que se busca analizar es si tales personajes pueden ser considerados héroes o antihéroes. Para ello, utilizaré como soporte teórico sobre el tema la figura del héroe en la tragedia griega y en la epopeya, además de citas de las propias obras (no leídas en su versión original). Esas obras pertenecen a siglos y a países cuyas culturas son muy distintas. El Cantar de Mio Cid, cuya autoría se le atribuye a Per Abatt, es del siglo XII y es, también, el primer gran texto de la literatura española. Martín Fierro, de José Hernández, está considerado como el poema argentino por excelencia y es del siglo XIX. Ambas constituyen el acervo cultural, el patrimonio histórico de sus países.

 

1. Fundamentos teóricos

Lo épico es la presentación del otro como objeto narrado. La epopeya es una narrativa de fondo histórico en la que se registran, poéticamente, las tradiciones y los ideales de una nación o de un grupo étnico, bajo la forma de aventuras de uno o más héroes. En las epopeyas hay un héroe central y se narran las aventuras, acciones nobles o legendarias a través de las cuales se afirma triunfantemente la personalidad del héroe, de aquel que simboliza una raza o una nación. La epopeya narra una acción memorable y de gran importancia para la humanidad o para un pueblo.

De acuerdo con Aristóteles (ARISTÓTELES, 1966, p. 68), “Poesía es imitación”. Y de hecho lo vemos a través de las epopeyas El Cantar de Mio Cid y Martín Fierro. La primera cumple el papel de imitar la vida de los nobles de una época (Edad Media) y sus costumbres; la segunda, la vida sufrida del gaucho, marcada por injusticias y sin gloria.

 

2. La épica castellana

Los siglos XI y XII están marcados por la actividad guerrera, con predominio de los valores feudales que se encarnan en nobles y caballeros rudos e incultos, que viven de la guerra y del botín, en períodos bélicos, o bien de los diezmos, impuestos y tributos abonados por siervos y campesinos. La cultura se reduce al ámbito cerrado de los monasterios y la vida social se cifra en pequeños núcleos escasamente comunicados. Sin embargo, ya se van desarrollando algunos núcleos urbanos, a partir de las primeras actividades artesanales y comerciales o al amparo de franquicias reales.

 

2.1. Cantares de gesta: origen y manifestaciones

Las raíces de los cantares de gesta siguen difuminadas en la oscuridad de los siglos y sobre ellos solamente se pueden formular algunas hipótesis. En el caso de la épica española se supone que, a partir del siglo X, se irían elaborando poemas que —según Menéndez Pidal (PIDAL apud HARO, 1988, p. 33)—, no pasarían de 500 o 600 versos, los cuales, en posteriores refundiciones, debidas en gran parte al talento de los juglares y a la sed de novedad del público oyente, llegarían a alcanzar dimensiones mucho más extensas, como ocurrió con el Poema de Mio Cid.

Se postuló durante mucho tiempo un origen francés para la épica española. Menéndez Pidal (PIDAL apud HARO, 1988, p. 34) demostró que dichas influencias no se ejercerían antes del siglo XII, dejando a salvo el Poema de Mio Cid, cuyo ambiente y contenido es muy distinto del de los poemas épicos franceses.

Las primeras manifestaciones de la poesía castellana pura corresponden a los cantares de gesta, poemas épicos que narran hechos heroicos y exaltan a los héroes nacionales. Los cantares de gesta españoles son anónimos y fueron cantados inicialmente por los juglares. Muchas gestas se perdieron por el hecho de que, en el siglo XII, la literatura era esencialmente oral. Por eso, España sólo ha podido conservar El Poema de Mio Cid.

 

2.2. El contenido de los cantares: los juglares, el trovador y el Mester de Juglaría

En la Alta Edad Media, el cantar de gesta era a la vez el periódico, porque relataba los acontecimientos de ese período (vida, costumbres, ironías, juegos, humor, ilusiones, creencias, noticias, diversión y críticas) y la novela de una sociedad ingenua y analfabeta que no sabía discernir entre lo real y lo fantástico (la imaginación, la mitomanía).

El juglar solía ampliar, reducir o modificar los cantares para agradar a su público. Por este motivo, la mayoría de los cantares no pueden ser considerados hechos históricos, o servir de testimonio de ese período, puesto que es difícil separar lo ocurrido de lo fantasioso. Juglares, en definición de Menéndez Pidal (PIDAL, apud HARO, p. 32), “eran todos los que se ganaban la vida actuando ante un público para recrearle con la música o la literatura, o con charlatanería, o con juegos de mano, de acrobatismo, de mímica”.

En el extremo opuesto tendremos, a partir del siglo XII, al trovador que era el poeta que inventaba o trovaba las canciones que cantaba para su diversión y de sus amigos.

 

3. El Cid y Martín Fierro: ¿juglares? ¿trovadores?

El personaje-título de la obra Martín Fierro, además de juglar, es un trovador, puesto que él compone y canta su historia y sus hazañas en primera persona, lo que puede ser verificado ya al principio de la obra en el siguiente fragmento: “Aquí me pongo a cantar al compás de la vihuela”. Sin embargo, Rodrigo Díaz de Vivar, protagonista deEl Cantar de Mio Cid, no es juglar ni trovador, sino el tema del cantar. La obra está escrita en tercera persona, alterna episodios reales y de ficción y su autoría permanece anónima (atribuida a Per Abatt).

 

4. El héroe en la tragedia griega y en la epopeya

Con el héroe trágico tenemos el surgimiento de la situación trágica por excelencia. En la tragedia no deben ser representados ni hombres muy buenos que pasen de la buena a la mala fortuna, pues no suscitan ni terror ni piedad, sino repugnancia, ni hombres muy malos que pasen de la mala a la buena fortuna, tampoco deben representar un malvado que se precipite de la felicidad para la infelicidad.

Y eso es lo que vemos en las obras El Cantar de Mio Cid y Martín Fierro. Los personajes son compuestos de virtudes y defectos que se van alternando conforme los sucesos se les van presentando. No hay, en las obras antes mencionadas, la intención de presentar a los protagonistas como hombres totalmente buenos o malos, es decir, no hay un maniqueísmo por parte de los autores. Rodrigo Díaz de Vivar y Martín Fierro tienen las características propias de los hombres de las épocas en que vivieron, impulsados por el contexto guerrero de aquel período. Martín Fierro, quizás en alusión al propio nombre y por la situación humillante a que fue expuesto, se presenta más fiero que El Cid y, en muchas ocasiones, da muestras de su ferocidad. Como ejemplos de ello (virtudes y defectos), tenemos las siguientes excerptas:

El Cid hablando a su amigo Martín Antolínez:

“...No me gustaría hacer lo que voy a decirte, pero necesitamos dinero. Cogeremos dos arcas cubiertas de piel y con clavos dorados y las llenaremos de arena. Así serán muy pesadas. Después irás a ver a los judíos Raquel y Vidas y les dirás que no me llevaré las arcas fuera de mi tierra porque son muy pesadas y que se las empeñaré por lo que ellos quieran” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 14).

Con eso, lo que se quiere demostrar es que, en este episodio, el personaje principal, Rodrigo Díaz de Vivar, engañó a los judíos porque necesitaba su dinero y hasta lo justifica con mucha serenidad. Cuando vuelve Martín Antolinez, El Cid se muestra muy agradecido: “—Por fin has llegado, Martín Antolínez, mi buen vasallo —dijo el Cid—. Algún día te pagaré muy bien esto que has hecho por mí” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 17). Rodrigo Díaz de Vivar demuestra reconocimiento para con aquellos que le ayudan.

El Cid, para vencer a los moros y presintiendo que sus soldados lo abandonarían en la batalla, pone sus vidas en riesgo:

“Entonces el Cid se dio cuenta de que muchos de estos querrían volver a sus casas, por eso los reunió y les dijo que ahora ya no podían hacerlo porque necesitaba soldados para no perder Valencia y que mataría a aquellos que se fueran sin decirlo” (DUEÑAS, 1996, cantar segundo, p. 29).

Por ese fragmento, es indispensable que se vuelva a comparar la actitud del Cid a lo que ocurre en el contexto actual. El Cid, a ejemplo de muchos gobernantes, se ensordeció al clamor de la gente que no quería más pelear. Don Rodrigo se muestra, en este suceso, como muchos déspotas de la historia que diezmaron a poblaciones enteras. Cabe aclarar que no se trata aquí de desmitificar a los personajes (El Cid y Martín Fierro); sino de rescatar en los dos las similitudes que hay, no las podemos negar, con el hombre común —el hombre de cualquier período de la historia de la humanidad.

El Cid animando a sus soldados para que pelearan contra los moros:

“—¡Escuchad, soldados, espero que Dios nos ayude! Los moros de Valencia nos han cercado... Pero si queremos seguir aquí, debemos escarmentarlos duramente...” (DUEÑAS, 1996, cantar segundo, p. 29).

En las palabras de El Cid se identifica la importancia de la religiosidad en aquel período. La religión (la cruz) y la guerra (la espada) parecen estar paradójicamente unidas. Es difícil, también, concebir la una sin la otra. Actualmente (en la guerra de Irak, 2003) presenciamos una lucha muy semejante a la de aquella época. Los hombres siguen matándose e hiriéndose por motivos religiosos y cometiendo las mismas injusticias y atrocidades. Los intereses financieros que circundaban el contexto guerrero de la Edad Media pueden compararse al que hoy (2003) existe por el petróleo de Irak. Sin embargo, lo que pasaba antiguamente hacía parte de la vida de aquel período. Los que luchaban al lado de El Cid tuvieron mejor suerte que los moros, pero ambos creían en Dios y mataban en Su nombre. Cualquier guerra deja marcas indelebles en quienes participan de ella y hasta en sus héroes.

El Cid, en muchos fragmentos, demuestra el amor que siente por su familia, su sensibilidad y lealtad a sus amigos. Tales características no lo hacen más débil sino más humano y admirado por los demás. Eso es lo que veremos a seguir.

En el momento del destierro:

“Rodrigo Díaz, el Cid, salía de Vivar sobre su caballo y al volver la cabeza para mirar su casa y sus tierras lloraba de sus ojos...” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 13).

En esta cita podemos percibir que el Cid es un ser humano muy semejante a los demás: se resiente, vacila, se entristece y llora al pensar en lo que le hacen y en todo lo que tiene que abandonar.

El Cid va a ver a su mujer y a sus hijas que están en San Pedro de Cárdena (monasterio situado a unos 8 km de Burgos) y le da dinero al abad para que las cuide:

“...Doña Jimena se puso a llorar y el Cid también lloraba y le dijo que la amaba con toda su alma. Las abrazó a las tres y dijo que algún día casaría a las niñas y todos serían de nuevo muy felices” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 17).

El Cid se muestra muy apegado a su familia —su mujer y sus hijas—, lo que le confiere un aire de sensibilidad.

Las epopeyas El Cantar de Mio Cid y Martín Fierro revelan la lucha del hombre para mantenerse de pie, luchar contra las injusticias que sufría, proteger a su familia, enaltecer a su gente y conservar los valores de su nación. El héroe de la epopeya es, a menudo, un hombre que se encuentra en una situación difícil, apartado injustamente de la sociedad. Pero poco a poco irá mostrando su valor. Como ejemplo tenemos la delicada situación de El Cid, que es obligado a dejar su tierra, su familia y su gente acusado injustamente de quedarse con los impuestos del rey Alfonso.

A Martín Fierro, en situación análoga, le pasa lo mismo:

“Una vez estaba cantando en una fiesta, y el juez de paz, cuando yo cantaba, se presentó y detuvo a muchos. Los rebeldes huyeron y lograron escapar. Yo no quise disparar: soy tranquilo y no tenía motivo. Me quedé y así me dejé atrapar” (LLERA, 1997, canto tercero, p. 11).

Muchas personas, a ejemplo de Martín, sufren por los prejuicios impuestos por una sociedad aristocrática, estratificada, en la que hay un creciente abismo entre ricos y pobres, blancos y negros, gente de la ciudad y del campo, entre otros estigmatizados.

“Primero he sido bueno y ahora seré duro. Conozco el mundo y no pararé; estoy enfurecido como el tigre cuando le roban sus cachorros” (LLERA, 1997, canto primero, p. 16).

Fierro sabe que lo de ser bueno no le había ayudado y se va enfurecido por el mundo.

“Cuando estoy libre, voy contento adonde quiero” (LLERA, 1997, canto primero, p. 16).

Este fragmento señala la importancia que tiene la libertad para Martín: el placer de ir adonde quiere. El código lingüístico utilizado, es decir, las palabras “cuando estoy libre”, deflagra la situación momentánea del personaje, la de estar libre. Martín no es libre, está libre.

“Junté los cuerpos de los que habían muerto. Les recé una oración. Hice una cruz de madera y pedí perdón a Dios por el delito” (LLERA, 1997, canto primero, p. 19).

Martín no quiso entregarse a la policía y ésta empezó a dispararle. Él tuvo “más suerte” y mató a uno, otros huyeron. Para tal hazaña aceptó la ayuda de su amigo Cruz, que también era valiente. En esa excerpta se percibe el arrepentimiento y la religiosidad de Fierro, que pide perdón a Dios por el delito cometido y les reza una oración a los muertos. Claro está que Martín cometió tal infracción porque se sintió impelido a ello. La vez en que se había dejado atrapar fue enviado a la frontera sin derecho a nada y no quería volver a probar los infortunios por los cuales fue sometido en aquel entonces.

Fierro ya no tiene nada ni a nadie, y vaga de un lado a otro sin saber adónde ir:

“Una vez, medio desesperado, fui a un baile. Encontré allí muchos amigos y me sentí alegre entre ellos y me emborraché. Con la borrachera me dio por pelear como nunca y provoqué a un negro. Lo asesiné. No puedo olvidar cómo murió. A veces quiero volver, sacar sus huesos de allí y enterrarlos en un cementerio” (LLERA, 1997, canto primero, p. 17).

Fierro se muestra una víctima de sus propias circunstancias. Está triste y desesperado. Añora a sus hijos y poco a poco el paisaje de su vida es tejido por las desgracias que crecen de forma desordenada. No quería matar al negro, pero la borrachera le puso envalentonado. Vuelve Martín a arrepentirse de sus hechos. En ese fragmento se percibe la presencia de la religiosidad de Martín, que desea volver al sitio en donde enterró al negro, sacarle los huesos y enterrarlos en un cementerio. Si no fuera por la borrachera quizá no lo hubiera matado.

Cruz y Fierro se van a vivir junto con los indios y cruzan la frontera. Cuando la habían cruzado Cruz le dijo a Fierro:

“Mira las últimas poblaciones, mientras dos lágrimas le bajaban por la cara a Fierro” (LLERA, 1997, canto primero, p. 24).

Fierro no se va deliberadamente de su tierra. Los acontecimientos lo hacen abandonarla. Es con mucho abatimiento que la deja porque mira hacia atrás y ve todo lo que deja: mujer e hijos, vida, hacienda, historia, deja un poco de sí mismo.

Fierro y Cruz vivían entre los indios. A los dos años el jefe los dejó vivir juntos:

“Estábamos tristes, pero el hombre tiene que ser valiente, porque el cobarde muere” (LLERA, 1997, La vuelta de Martín Fierro, I, p. 29).

A Fierro no le cabe compadecerse de su pesadumbre, al revés, se siente fuerte y sabe que tiene que mantenerse vivo, ya que el cobarde muere.

 

5. Similitudes entre la vida de El Cid y la de Martín Fierro

Hay un sinnúmero de semejanzas entre la historia de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, y la de Martín Fierro, lo que podemos comprobar a través de la siguiente selección.

 

5.1. La injusticia sufrida:

El Cid:

“¡Oh, Señor, esto me han hecho mis enemigos!” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 13).

El Cid está en una fase de reconocimiento, es decir, pasa de la ignorancia al conocimiento del mal que le han hecho sus enemigos y se compadece de su propio dolor. Es como si clamara, atónito, a Dios, que lo ayudara.

Martín Fierro:

“Una vez tuve en mi pueblo hijos, hacienda y mujer, pero empecé a sufrir porque me echaron a la frontera” (LLERA, 1997, canto III, p. 13).

Martín añora lo que ya no tiene y, de la misma forma que El Cid, sabe exactamente cuándo empezó su infortunio.

 

5.2. El amor por la familia:

El Cid:

“—Esposa mía, hijas de mi corazón, entrad conmigo en la ciudad de Valencia, pues la he ganado para vosotras” (DUEÑAS, 1996, cantar segundo, p. 34).

Martín Fierro:

“También yo tuve una mujer a la que amé mucho. Era feliz con aquella mujer mía” (LLERA, 1997, canto X, p. 20).

“Vivía tranquilo en mi rancho, como el pájaro en su nido. Allí iban creciendo a mi lado mis hijos queridos” (LLERA, 1997, canto III, p. 11).

El amor por la familia es una constante en las dos obras. Rodrigo y Martín echan de menos a sus mujeres e hijos. Lo que distingue a uno de otro es que el Cid entre una y otra pelea tiene noticias de su familia y le envía oro. Martín, desafortunado, no consigue recaudar oro ni plata, ni siquiera conquista tierras. Martín simplemente vive su sino en la más bárbara humillación.

 

5.3. El sentimiento de nacionalidad:

El Cid:

“...Ahora me ha enviado a mí para decirle que le besa las manos y los pies y para darle estos caballos. El Cid espera que así usted le perdone” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 23).

El Cid busca el perdón del rey Alfonso enviándole caballos (primero treinta, después, cien, después doscientos...). Ha encontrado así una forma de restablecer su relación con el rey. Eso demuestra cuán astuto es Rodrigo, pues supone que el rey no podrá resistir a tantos regalos.

Martín Fierro:

“Soy gaucho y para mí la tierra es pequeña” (LLERA, 1997, canto I, p. 9).

Martín ostenta el orgullo de ser gaucho, de su tierra, de su gente.

Lo que sorprende y hasta encanta en los dos personajes es que a pesar de todo lo que les hicieron, sienten pasión por su tierra.

 

5.4. La religiosidad:

El Cid:

“Ruego a Dios que antes de morir os pueda pagar todo lo que hacéis por mí” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 18).

Don Rodrigo, en toda la obra, se muestra reconocido a aquellos que lo ayudan:

“—Doy las gracias a Dios y al rey don Alfonso, mi señor” (DUEÑAS, 1996, cantar segundo, p. 41).

El Cid, agradecido y religioso, no se resiente por la injusticia que le hizo el rey don Alfonso. En esa citación está muy clara la devoción y la lealtad que le tiene al rey.

Martín Fierro:

“[...] cada gaucho que usted ve es un conjunto de desgracias. Pero tiene que tener esperanza en Dios, que lo hizo...” (LLERA, 1997, canto XIII, p. 24-5).

La situación degradada del gaucho sólo es paliada por la esperanza que tiene en Dios. El gaucho no tiene mucho por qué sentir orgullo, puesto que, en las palabras de Martín, su vida es un conjunto de desgracias. Es como si el mapa de su desgracia estuviera impreso en su cara y cada persona que lo viera pudiese leer todos los infortunios por los que pasó.

El héroe es un hombre superior a los demás por diversos motivos: es fuerte y gran luchador, y además un buen jefe militar. Tales características pueden ser comprobadas en algunos momentos de las obras analizadas, a saber:

“...Entonces el Cid Campeador entró con la espada en la mano y mató quince moros de una vez” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 19).

La exageración demuestra cuán luchador y envalentonado era el Cid que los moros morían sin ofrecerle resistencia. La actividad guerrera era la principal ocupación de los hombres en aquella época.

Cuando el obispo don Jerónimo está luchando contra los moros y el Cid lo ayuda:

“El Cid lo vio y corrió a ayudarle con su caballo Babieca. Entró en la pelea con el corazón y con el alma. Tiró al suelo a siete moros y mató a otros cuatro de una vez” (DUEÑAS, 1996, cantar tercero, p. 47).

El Cid luchaba en defensa suya y de los demás, matando sin misericordia a todos los moros que pasaban por su camino.

Ya el personaje Martín Fierro alterna momentos de hombría a otros en que se nos presenta muy frágil, llegando hasta a ser un cobarde si lo comparamos al Cid. En muchas ocasiones, Martín huye, teme, piensa marcharse, oscila entre lo que debe o no hacer. Todo eso queda muy evidente a través de los siguientes fragmentos:

“Con la guitarra en la mano no se me acercan ni las moscas, y nadie me gana” (LLERA, 1997, canto I, p. 9).

La guitarra simboliza la cultura y la fuerza de un hombre extirpado de su tierra y su familia. Lo que le queda es la honra y quizás la vanidad de ser bueno en algo: cantando sus tristes versos con la guitarra en la mano. Martín reta a quien quiera desafiarle.

“Yo ya estaba desesperado y esperaba una ocasión para volverme a mi pueblo” (LLERA, 1997, canto V, p. 14).

¡Martín ya no aguanta más! Quiere volver a su pueblo porque cree que todo lo que había dejado está en su sitio... Se dará cuenta de que las cosas cambiaron y de que hasta su mujer ya no lo espera.

Martín Fierro, a ejemplo de Segismundo, de La vida es sueño (CALDERÓN DE LA BARCA, 2000), suscita piedad y terror como en las más importantes tragedias griegas. Eso está claro cuando nos lo dice:

“...Entonces prometí que iba a ser peor que una fiera! ¡Quién no siente lo mismo cuando sufre tanto! Puedo asegurar que lloré” (LLERA, 1997, canto VI, p. 16).

Si comparadas a las palabras de Segismundo, que dice: “Pero ya informado estoy de quién soy; y sé que soy un compuesto de hombre y fiera” (CALDERÓN DE LA BARCA, 2000, versos 1.545 a 1.547, p. 135), nos damos cuenta de que el tema de la ferocidad humana es muy antiguo.

En situación análoga, El Cid, en el cantar tercero, cuando se encuentra con los infantes de Carrión (que habían humillado y deshonrado a sus hijas), da muestras de su ferocidad e ira diciéndoles:

“... Decidme, ¿qué mal os hice, infantes de Carrión? Si no amabais a mis hijas, perros traidores, ¿por qué os las llevasteis de Valencia? ¿Por qué las heristeis con espuelas? Las abandonasteis en el robledo de Corpes, con las fieras salvajes y las aves del monte. Por todo ello nos habéis hecho una gran afrenta. Contestad, y esta Corte hará justicia” (DUEÑAS, 1996, cantar tercero, p. 59-0).

Toda la ferocidad e indignación del personaje se desvelan por las palabras “perros traidores”, si no fuera por éstas lo demás equivaldría a un padre triste y estupefacto por lo que le habían hecho a sus hijas.

Jean Jacques Rousseau afirma que “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe” (ROUSSEAU, 2001), cita en la que se halla implícita la idea de la mente individual moldeada, oprimida y desfigurada por lo social. Los personajes llevaban una vida tranquila hasta que, víctimas de injusticias, empezaron a cambiar.

En situación semejante a la figura mítica del centauro —seres monstruosos, mitad hombre (de la cintura hacia arriba), mitad caballo (de la cintura hacia abajo), con cuatro patas de caballo—, El Cid y Martín Fierro son compuestos de hombres y caballos. Las semejanzas no quedan en este aspecto: los centauros se portaban, generalmente, como salvajes y se alimentaban de carne cruda, vivían en las montañas. Pero no todos eran malos, las circunstancias los hacían así.

Podemos afirmar que ambos personajes, víctimas de una sociedad autócrata, marginados y maltratados, reaccionaron por algunos períodos de sus vidas como fieras. Con tales características, ¿podrían Martín Fierro y El Cid ser considerados héroes? Eso es lo que seguiré demostrando a partir de lo anteriormente mencionado y en las próximas consideraciones sobre las obras leídas.        

 

6. El Cid y Martín Fierro, ¿héroes o antihéroes?

6.1. El Cid

Para que se pueda determinar si los personajes Rodrigo Díaz de Vivar y Martín Fierro son héroes o antihéroes es necesario que se utilice algún referencial teórico. Para tal, tomo como base lo anteriormente expuesto, es decir, la figura del héroe en la epopeya y, también, seguiré utilizando fragmentos (además de los ya referidos) de las dos obras, teniendo por objetivo la comprobación de lo que quiero señalar.

Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, es un buen ejemplo de lo que se puede definir como héroe: es fuerte, buen jefe militar, determinado, estratega, lleno de principios, leal, compañero, buen padre, buen marido, buen cristiano. ¡Es un modelo de rectitud! En algunos momentos se muestra demócrata, lo que le confiere un matiz más humano, como en el siguiente fragmento, en la ciudad de Alcocer, cuando están cercados por los moros. El Cid reunió a los suyos y les dijo:

“—Nos han cortado el agua y nos falta el pan. No podemos irnos por la noche porque no nos dejarán. Deberíamos salir a luchar contra ellos, pero son muchos. Así que decidme, caballeros, ¿qué podemos hacer?” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 21).

La exaltación no está presente sólo en la figura del héroe sino en todo lo que le circunda: en sus espadas —Colada (quitada del conde Ramón Berenguer, Conde de Barcelona, en la batalla contra los francos) y Tizona (conquistada en un famoso encuentro con el rey Búcar de Marruecos, a quien vence después de un magnífico combate individual)—, en su caballo (Babieca), en sus actitudes y hasta en su ropa, como en el siguiente fragmento, cuando El Cid y sus hombres se preparan para entrar en Toledo:

“...El Cid llevaba una camisa de hilo, con presillas de oro y plata, y encima un manto de seda con cintas también de oro” (DUEÑAS, 1996, cantar tercero, p. 56).

En lo que concierne a nuestro héroe (ya estoy convencida de que de hecho lo es) hay un elemento que aún no fue mencionado y que en la época era muy importante: la barba. En muchos trechos de la obra el Cid habla de su barba (símbolo muy importante en la Edad Media), la coge cuando va a tomar alguna decisión importante —como si le ayudara a reflexionar— y dice que no la cortaría, que nadie la había tocado y tampoco la tocaría. Por el siguiente fragmento es posible verificarlo:

“—¡Por amor al rey Alfonso, que me echó de la tierra, en mi barba no entrará ninguna tijera!” (DUEÑAS, 1996, cantar primero, p. 29).

“—Por esta barba, que nunca nadie mesó, poco a poco iré vengando a doña Elvira y doña Sol” (DUEÑAS, 1996, cantar tercero, p. 58).

A ejemplo de Sansón (caudillo, juez de Israel dotado de fuerzas maravillosas), cuya fuerza residía en su cabellera, la fuerza del Cid estaba en su barba. Era el símbolo de su hombría, su virilidad, por eso nadie podía acercarse a ella.

El Cid no se muestra omnipotente. Antes y hasta en el momento de sus batallas le pide a Dios Su ayuda para triunfar. La religiosidad está presente en toda la obra como la fuerza que le mueve hacia la victoria.

Además de héroe, el Cid representa el orgullo de toda una nación. Es como si él impidiera a todos los que quieran quedarse en su tierra y allí construir una cultura distinta a la suya. Es la lucha para la preservación de lo que es español. Es muy posible que en eso resida su éxito. El Cid resume el sentimiento de una nación (o por lo menos de parte de ella) harta de ser invadida por otras.

Considerando el contexto de la obra bajo otro prisma, es posible que El Cid no tuviera mucho en contra de los moros. Ésos, simplemente, estaban en el camino que lo aislaba del rey Alfonso. El Cid quería enviarle caballos, oro y plata al rey y, también, conquistarle tierras. Los moros le impedían hacerlo porque querían lo mismo. Como en esos casos difícilmente alguien renuncia a sus objetivos, la batalla es inevitable. Si el Cid fuera un intolerante con los moros no tendría un amigo de esta raza y además confiaba en él, lo que se puede comprobar por el siguiente fragmento:

“—Estad preparados, porque quizá tendréis que luchar. Pasad por Molina, donde está mi amigo el moro Abengalbón y decidle que os acompañe con otros cien hombres más” (DUEÑAS, 1996, cantar segundo, p. 33).

El Cid consiguió transformar su sino, es decir, el infortunio al que le había sometido el rey Alfonso en una vida llena de batallas, de aventuras, de conquistas y de glorias. Recuperó su honra, conquistó el reconocimiento del pueblo y el respeto del rey Alfonso a costa de sacrificios. Vengó a sus hijas —doña Elvira y doña Sol— y las casó con nobles, haciéndolas personas importantes (su deseo). Volvió a casa rico, querido y admirado por todos. El Cid es un héroe por excelencia.

 

6.2. ¿Qué decir de Martín Fierro?

En la obra Martín Fierro hay la presencia no sólo de lo épico (exaltación de los valores nacionales, la hombría) sino también de lo lírico (la narración en primera persona, el ritmo, la musicalidad y las rimas) y de lo satírico (algunos pasajes más graciosos) que se van mezclando para constituir la belleza y la profundidad que tiene ese poema.

La vida de Martín Fierro representa la de sus congéneres y sus males, los de una clase entera de hombres (los gauchos). Martín Fierro, al contrario de El Cid, no tuvo una vida llena de glorias ni tampoco pudo elegir entre lo que quería o no hacer: fue impulsado a actuar (lo echaron a la frontera). Si no se hubiera dejado atrapar (porque no tenía motivo para huir), quizás hubiera seguido viviendo tranquilamente en su rancho con su mujer e hijos. Martín es una víctima de sus propias circunstancias: ser gaucho, pobre, sin poder, ignorante.

La vida de Martín está cargada de negaciones. Le negaron el derecho a la familia, a la propiedad, al confort, a la paz, a la libertad... Martín no quería ni oro, ni plata (ganaba hierba, tabaco y hasta algunas monedas a cambio de pieles), sino estar feliz con los suyos. Martín no tenía un caballo como el de El Cid (Babieca), pero tenía un caballo negro antes de que se lo robara el comandante. En su ropa no había ningún “glamour” (no tenía camisa ni cosa parecida, sólo una manta). Era más temido que admirado. Mientras El Cid tenía las espadas Tizona y Colada, conquistadas bravamente en batallas, a Martín no le dieron ni armas con las cuales pudiera luchar. ¡Martín suscita pena!

A El Cid le esperaba su mujer tras una batalla, a Martín sólo le espera el deseo de mantenerse vivo un día más.

¡Martín Fierro es un grito a la libertad! Es la denuncia de la situación degradada, humillante y triste a la que los gauchos fueron sometidos.

“El gaucho al que llaman vago siempre está huyendo, siempre pobre y perseguido, porque ser gaucho es un delito. Se cría al aire libre mientras su padre sirve al Gobierno. Nadie lo protege. Le llaman gaucho borracho si lo atrapan en una juerga, y hace mal si se defiende en un baile. No tiene hijos, mujer, ni amigos, ni protectores. Y si lo asesinan de un golpe, nadie le reza ni lo entierran. No gana nada con la paz y es el primero en ir a la guerra. Para él están los calabozos y nunca tiene razón, porque las razones de los pobres no valen nada” (LLERA, 1997, canto primero, p. 18).

El gaucho no puede elegir. Si hace algo malo es perseguido, si no hace nada es considerado un vago. No recibe ayuda ni del Gobierno ni de nadie, sólo de Dios. Todo lo que hace está mal hecho porque es gaucho, porque es pobre. Es como si su sangre fuera la caja de Pandora, como si llevara en su carga genética todos los males de la humanidad personificados. Padece los designios de la Moira (el destino) y contra ella no puede luchar.

“El gaucho trabaja, pero no tiene éxito. Los habitantes de las ciudades hablan mucho de los males que sufrimos, pero no hacen nada más (LLERA, 1997, canto primero, p. 22).

La gente de la ciudad, aunque sabe los sufrimientos por los que pasa el gaucho, nada hace para ayudarlo. Son espectadores de su sino.

“Hay peligros en el camino por el desierto, pero ni esto me da miedo. El que es gaucho va donde apunta, aunque ignore dónde está. No moriremos de hambre porque, cuando uno está en el desierto, come cualquier cosa. Tampoco tengo miedo a la sed, porque la soporto bien. Allá habrá seguridad, porque aquí no la tenemos. Pasaremos menos males, tendremos gran alegría en un pueblo indio” (LLERA, 1997, canto primero, p. 24).

En este fragmento, Martín demuestra cuán valiente es el gaucho, que enfrenta los peligros del desierto o de cualquier parte sin miedo: come cualquier cosa para sobrevivir y la sed no le asusta. Martín piensa que estará mejor en un pueblo indio por creer que allí pasará menos males y tendrá más alegría. Martín empieza a querer y a valorar más la cultura de los indios que la suya.

“...Yo, que he nacido en el campo, digo que mis cantos son música para unos y que tienen una finalidad para otros” (LLERA, 1997, La vuelta de Martín Fierro, I, p. 26). Ese fragmento aclara las funciones que cumplen los cantos de Martín: reúnen belleza, melancolía, nostalgia y tristeza. Sin embargo, denuncian las atrocidades y humillaciones a que los gauchos fueron sometidos. Son poéticos, pero, también, constituyen una denuncia social.

Martín vivió diez años de sufrimiento: tres años en la frontera, dos como gaucho y cinco entre los indios. Presenció toda la suerte de crueldades y salvajerías ejecutadas por los indios. Conoció su forma de vivir y su justicia. Tras tanto tiempo junto con los indios, ya se comportaba como uno de ellos. Se impregnó de la cultura de los indígenas en distintos aspectos y construyó una casita a su estilo (indio).

Ante todo lo expuesto, acerca del personaje Martín Fierro y tomándose como soporte teórico las definiciones de la epopeya, no se puede considerar a Martín como un héroe. En algunos fragmentos oscilamos en descifrar su enigma y le admitimos como héroe, pero ¿un héroe rompería drásticamente con su cultura? Es bien probable que no. Martín rompió su guitarra para que nadie volviera a tocarla o cantara lo que él cantó. Sólo que antes de tomar tal decisión buscó algo para beber y acabar su historia. Si a él no le doliera tanto esta separación ¿hubiera buscado fuerzas en la bebida para tal acto?

A Martín no se le puede considerar un héroe que representa los ideales y los matices del héroe épico, sin embargo lo es para los gauchos. Martín se dejó atrapar porque nada le debía al gobierno, pero no se marchó de la frontera por miedo, sino por indignación. Martín se rebeló contra el poder de aquellos que lo oprimían, lo explotaban. Martín es el signo de una historia cargada de miseria, dominación y de injusticias sociales. Martín rompió su guitarra porque ella simbolizaba todo lo suyo: vida, lamentos, historia, familia, cultura, tradiciones, llantos. No la rompe por no quererla, sino por quererla tanto que le duele pensar que otros la pudieran tocar. La rompe para protegerla, para preservar su historia.

Martín vive en cada uno de nosotros que luchamos contra las injusticias en cualquier segmento o esfera de la sociedad. ¡Martín es el grito de los excluidos que claman por paz y por libertad! Martín es el dolor que sigue en cada rostro dilacerado por la violencia, por la crueldad. Martín es el hombre a quien solamente nos cabe admirar.

 

Conclusiones

Los estudios realizados caracterizaron a El Cid y a Martín Fierro en lo que concierne a la figura de héroes o antihéroes. Es importante destacar que el referencial bibliográfico tuvo mucha importancia en todo este proceso. Tras exhaustivas ponderaciones con relación a los papeles que cumplían los referidos personajes, es posible llegar a las siguientes conclusiones:

La obra El Cantar de Mio Cid compagina la exaltación de los valores nacionales con la cultura de España en el siglo XII. El personaje principal, El Cid, abarca todas las características del héroe épico y todo a su alrededor concurre para que así lo definamos: su ropa, su caballo, sus espadas, sus valores, su religiosidad, el amor por la familia, la lealtad y devoción al rey y a los amigos. Además de eso es fuerte, gran luchador y admirado por todos. Lo más admirable en El Cid es que él supo convertir su sino en una vida cargada de glorias y de conquistas. El Cid es un héroe por excelencia.

Martín Fierro no se encaja en el modelo épico, puesto que las circunstancias lo impulsan a actuar. A Fierro no le cabe el papel de elegir nada, va por la vida como las aguas de un mísero riachuelo oprimido entre los peñascos de un gobierno opresor, injusto y bárbaro. Sigue su camino hacia adelante y enfrenta el porvenir ora con prudencia ora con insensatez. Fierro no es héroe, pero tampoco antihéroe, es un hombre común. Su vida está tejida en un contexto muy semejante al nuestro. En muchos momentos somos como Martín Fierro y nos dejamos llevar por la corriente, por las circunstancias que se nos van presentando. Vamos sobreviviendo pero deseando ser como El Cid que lucha y hace de todo para lograr sus objetivos. En otras ocasiones, nos falta la dulzura, la sensibilidad y la prudencia de Martín. En verdad, ambos personajes albergan en sí, como cada uno de nosotros, el bien y el mal. Si somos héroes o antihéroes, protagonistas o coadyuvantes, fuertes o débiles, solamente el tiempo tratará de escribirlo en la memoria de los que sobrevivirán a este combate que es la vida.

 

Referencias bibliográficas

  • Aristóteles. Poética. Porto Alegre: Globo, 1966.
  • Calderón de la Barca, Pedro Antonio. La vida es sueño. 22ª edición. Madrid: Espasa Calpe, S.A., 2000.
  • Dueñas, C. Romero. Adaptador de El Cantar de Mio Cid. 4ª reimpresión. Madrid: Edelsa, 2001. Colección Lecturas Clásicas Graduadas.
  • Haro, Pedro Aullón de. Historia breve de la literatura española. 7ª edición. Madrid: Playor, S.A, 1988.
  • Llera, Julio Roza. Adaptador de Martín Fierro. 1ª reimpresión. Madrid: Edelsa, 2001.
  • Rousseau, Jean Jacques. Emílio ou da Educação. Martins Fontes, 2001.