Letras
La huesuda

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La abuela se murió, la enterramos y todo eso, hasta lloramos en el bar, y al rato la encontramos en la casa sacudiéndose el polvo, más huesuda que nunca, con la mortaja hecha una lástima.

Nos alegró verla, por supuesto, la familia es la familia, aunque no hacía mucho que nos habíamos despedido. Muertos de la curiosidad, le preguntamos qué había pasado, no se hallaba o qué.

—Pero sí nadie se halla, chamacos —dijo.

Le hicimos ver, con maña para no herir sus sentimientos, que se había muerto y que su lugar no estaba entre nosotros sino donde sabemos.

—¿Me están echando? ¿A estas horas y con semejante frío? ¿En qué hotel me van a recibir con esta facha?

Aunque la estábamos viendo en carne y hueso, más hueso que carne, la verdad sea dicha, toda desparramada en el sillón, le dijimos una vez más que se había muerto y que no era culpa nuestra. La Tata había estirado la pata solita, sin avisar.

Ya estábamos pensando en otro velorio, en otro entierro, con lo caro que salen esas cosas y lo mucho que tragan las visitas, cuando se levantó del sillón, toda digna, y dijo entre las muelas algo que nadie entendió.

El caso es que se fue y no volvió más.