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La dualidad de las cosas

Detrás de mí, cuando me abrazaste, el corazón se me hizo ciruela y me dolió el cuello; pero cuánto placer sentí atado a tu presencia. Respiré hondo, hondo, hondo y me tragué a todo el mundo; a la señora que iba al konsum cargada de bolsas, al perro que andaba con su radar a cuestas; incluso al vagón del tranvía con toda su gente ocupada en no darse cuenta de lo que ocurría... Y cuando abriste las piernas era el ingreso a la mina donde me encontré con los dioses de la humedad en concubinato con el calor. ¡Bendita veta de metal refulgente! te dije y no me respondiste porque andabas reptando por el vientre camino a mi erguido miembro. Y al decirte que te amaba desapareciste tragada por la etérea evanescencia de las noches en deconstrucción... Te busqué por ninguna parte y siempre te encontré sentada en la silla de mimbre con el cuadro de Frida en la cabecera, leyendo el periódico sin darte cuenta de mi fantasmal presencia...

 

Fishes

Anda atravesando los cruces cebras y se baña luego con el neón de la mujer que se prende y se apaga en la noche. Juega con los hombres palotes del afiche y se cuelga al último pensamiento del vendedor de globos. Así, observa por entre los hombros de los hombres sentados en el bus, las historietas dominicales.

Las plantas, ebrias de tanta agua que les dio, intentando mientras tanto en la casa hablar con los fishes.

 

Rebelión

Reacciono; lanzo muy por encima de ti la piedra gloriosa; es mi cometa perdido que se estrellará en tu tierra devastándola. Reniego de tu opresión y lo expreso matando a tu sombra, aniquilándola sin consideración, privándola de su luz, pa que no se proyecte más en mis pesadillas nocturnas. No me importan tus defensas antiaéreas, ni los humos que disparas; ya que las gentecitas en mí están inmunes a tus vientos enlatados. Tus proyectiles no hacen más que levantarme una y otra vez porque soy un Lázaro clonado que, al llamado de la rebelión, abre los ojos como la primera vez, se levanta, echa a andar y te atraviesa cadenciosamente como en una película de acción parida en función de tanda...

 

Languel Bél

Fue extraño... cuando desperté esta mañana no la vi a mi lado. Se había marchado para siempre (eso lo supe después). Me vestí apresuradamente y bajé las gradas, pues el ascensor no funcionaba. Saludé al portero del edificio disimulando mi inquietud y al abrir las puertas a la calle, me encontré con lo que temía: la huella dibujada con tiza blanca sobre el pavimento negro. ¡Fueron los demonios quienes la empujaron! exclamé, mientras me introducían violentamente al automóvil negro estacionado en la acera. Tampoco opuse resistencia en el recinto cuando me pusieron la capucha sobre el rostro y ataron mis manos por la espalda. No grité cuando me izaron y colgaron boca abajo de la cuerda y empezaron a golpear. Me balancearon entre ellos y lo único que oía eran sus carcajadas. No sé cuánto tiempo estuve recibiendo patadas; terminé de contarlas cuando sentí de pronto la absoluta presencia, en el recinto, de Languel Bél el implacable, quien había estado presente durante todo el interrogatorio. Congelado en el aire percibí que prendía un cigarro y se asomaba, con el sable, a mi cuerpo colgante...

A ella la encontré metros después, en el alcantarillado, y cuando le pregunté por la clave del documento, ni me contestó, pues uno de los dos nos encontrábamos boca abajo rodando entre los desperdicios...

Tema de referencia: “Reverence”, de Richard Bona.

 

Petróleo

Los ángeles se abrían paso entre la humareda negra y se topaban entre sí dejando caer al campo de batalla las almas de los mártires. Algunas se injertaban en las antenas del canal ocupado, otras quedaban enredadas entre los cables de alta tensión que cubrían la ciudad. Las más quedaban atrapadas entre las rieles de las orugas metálicas crujiendo una vez mas. Tú merodeabas en la línea del fuego escondiéndote tras los fuselajes calcinados buscando mi cuerpo que defendió con su vida la ciudad caída. Y no me encontrabas, pero encontrabas el cuerpo despedazado de la reportera; y en su cartera el pasaporte y los pasajes de avión.

Rotaba yo sin embargo todo el tiempo en torno a tu cabeza en mi helicóptero de fruslería llamando tu atención pero no me oías; me estrellaba en tu estructura de carne injertada en hueso y no te hacía mella alguna; escribía con el humo de mi estela a lo largo de tus retinas para que alces los escombros y me encuentres enterrado ahí, entre letreros, columnas de metal retorcido y efigies gigantes de yeso. Pero pasabas de largo una y otra vez por el mismo lugar y tomabas ya sin dudar la identidad de la reportera muerta. Desde el avión mirabas por última vez las estelas de todos los que se elevaban en multitudes.

Despertabas a eso del mediodía luego de años, recostada sobre la mesa redonda del café entre periódicos arrugados y cigarrillos, y llegaba tu colega disculpándose por el retraso. Le relatabas de esa extraña mañana; de los pasos que te seguían, iluminando las huellas que dejabas camino al local; entonces entregándote el periódico apagaba de cuajo la luz implantada en tu interior.

La guerra había estallado y el cielo se cubría nuevamente de aeroplanos... Es el petróleo le decías, y ella botando el humo respondía... como una noche líquida nos atrapará al final... entonces irrumpían en el café los hombres de negro y te arrastraban tumbando mesas y sillas; tus gritos se confundían con las sirenas que rodeaban el local y los del agente cuando sentía en el rostro el líquido ardiente que le arrojabas. Finalmente las blasfemias te cubrían del todo, una a una, encima de ti, como las noticias del canal mentiroso.

Texto a ser leído con la pieza: “Where have i loved you befote”, de Chick Corea.

 

Ritos

La anciana azotaba furiosa a la tierra con un látigo de cuero de oveja, llenando el espacio, entre su cabaña y la ladera de la montaña, con improperios: ¡alcahuete, cabrón, malparido, por qué te has escapado, maricón, kewa, cojudo, desleal! Golpeaba con el cuero ora al aire, ora a la superficie, levantando polvareda en torno a los presentes. Carla, sujeta por la amiga, empezó a temblar intensamente y a sacudir todo el cuerpo. De pronto, observó que desde lo alto de la ladera se desprendía una mancha negra que, luego de elevarse al firmamento, daba un giro y se disparaba hacia ella, deteniéndose intempestivamente frente a su rostro. Carla, con pavor contenido, pudo distinguir claramente a una enorme mariposa negra. Luego de un instante interminable, ésta, revoloteando en torno al cuerpo de Carla y para su sorpresa y pavor, se le entró por la boca. Aterrada, Carla quiso gritar, pero, paralizada como estaba, cayó de rodillas y dio con el rostro a las piedras levantando polvo y sangre. Al abrir los ojos, la anciana le acariciaba amorosamente el rostro y la cabellera diciéndole en voz baja que al fin su ajayu había retornado; clara prueba de ello era el nuevo brillo que sus ojos negros habían adquirido.

Siempre le había ido mal en cualquier empresa que se embarcaba; su vida, en todo aspecto, había sido una línea en bajada directa al precipicio y sentía que ya no daba más. Una amiga, viendo la situación desesperada en que se encontraba, la llevó donde una mujer conocida que hacía limpiezas. Había aceptado a regañadientes, pues no creía en esas cosas a las que consideraba supercherías, pero en fin, iría por curiosidad. Llegaron a la vivienda de la mujer luego de un largo viaje por la ciudad, y tuvo cierto atisbo de temor al divisar la morada de ésta. Una anciana abrió de pronto la puerta y se detuvo largamente en el umbral, escudriñándole fijamente a los ojos. Por fin, las invitó a entrar, y, luego de hacer una breve lectura de naipes a la amiga, se asomó a ella y, sin darle tiempo a nada, le dijo al oído: Tus ojos están muertos mamitay, no tienes ajayu; hace más de cuarenta años que se ha marchado y te ha dejado muerta en vida por el mundo. Te ayudaré a recobrarlo... y no necesitas pagarme...

  • Ajayu: ánima, espíritu, alma, en la cosmogonía aymara.
  • Kewa: cobarde, en lengua aymara.
  • Mamitay: mamita mía, en aymara.