Ocasos
Instila la clepsidra
su esencia en tu silueta
aljaba poblada
de ausencias batallas
olvida tu mano
si vale la causa
o la daga sujeta
artera una gota
domina tu afán
descubre su estigma
labrado en tu piel
¿cuándo? te cuestiona
el alma azorada
No en esta
mañana soleada
profana de ecos
batiendo distancias.
Ciertas tardes de invierno
Ciertas tardes de invierno
sosiega papá su desamparo
con un haz fatigado
que cuela el cristal.
Ahuecan sus ojos
memorias ausencias
desbordan represas
silencios que duermen
detrás del umbral.
Sus dedos marchitos
muerden los cojines
y el polvo del tiempo
perfila fantasmas
de la intimidad.
Aún no regresan
y muta su alma
en huella y se alarga
después del portal.
Romance de los opuestos
Aun dormida
pudo sentir
un jadeo de hielo
desnudando su cuerpo
y un deseo intolerable
turbó sus sueños.
Al mirarlo
él ocultó el rostro,
pero al besarle,
los huesos de la noche
recobraron carne y aliento.
Ella lo amaba,
sin saber quién era.
Él, en sus brazos
no era una escisión
sino una esperanza.
Se complementaban.
Salvajemente
se quitaban el uno al otro
una mitad cada noche.
Ella le daba vida,
él la adiestraba en las cenizas.
Así la cruda oscuridad
se perdía
por la redención de la luz.
Se odiaban, se amaban,
se imantaban hasta fundirse
y se expelían.
Volvían luego
cada uno a su mundo
con un vago recuerdo.
Intimidad
Nada en mí se había apagado,
debajo de mi piel
se agitaban vapor y lava.
Nada en ti se hallaba muerto,
tus raíces de ébano
esculpían mi cuerpo.
En la intimidad
no podíamos engañarnos,
artesanos de Eros,
tú y yo
llegábamos al infierno
ante el parpadeo absorto de Dios.
Evocándote
Hoy he hablado con tu voz,
anduve tus pasos,
me miré en el espejo
y eras tú
quien se reflejaba.
Te he extrañado tanto que
hundí las manos en el cristal
para encontrar tu abrazo.
Y es por eso,
hoy escribí con sangre.
El sacrificio
no expió el recuerdo
lo plasmó
en una mueca dolorida de sol.