la saliva, amarga
laguna en el labio,
cuerpo del derrame,
grieta roja en la lengua,
y el jaspe de sangre
contra el cielo,
el plexo respirando,
jadeando,
elevando las costillas,
ese manojo blanco de la muerte,
enterrado siempre
en carne, en tierra,
elevando,
con su fuelle de tiempo
ese pájaro muerto,
ese esqueleto de aire
yaciendo hacia la nada,
vaciándose hasta el blanco,
lleno de aire el adentro de su hueso,
como último pulmón
restándose sobre la tierra
has enjugado tu ojo sediento,
su vértigo enorme
por entre el lleno del mundo;
y donde el árbol certero ante la lluvia,
has enjugado el cielo
con el peso de tu techo:
tus pájaros de piedra has emplumado
en esa ventanaabierta alguna tarde
cuál,
nuestro ejercicio de calma
al espejo,
al filo de las madrugadas,
de la cara,
siempre cortándonos,
lavando la boca,
lavando el castigado genital,
comiendo el pan exactos,
a la hora del hambre
cuando el hervor que arroja
cuando la ausencia carne
qué es el mármol
sino una piedra herida,
qué es la carne
qué es la estatua
sino deseo,
angustia de la sangre que palpita hacia el afuera,
desgaste de los labios
desgaste de los sexos
desgaste de la piel
hasta la muerte
Abrazas, ciñes,
tanto con los ojos como con el brazo,
y qué es lo que buscas,
con
tu deseo,
negros después,
l a n g u i d e c e n c i a s,
matar la furia del hombre enjaulada pero furia,
matar la espera suelta de la mujer pero espera,
matar la pena con los besos,
matar la boca y desgajarse hasta la sangre,
porque no era tan tarde, allá, cuando nacimos,
Abre la puerta
la caverna de los días,
llega el negro ronquido,
bestia,
subterráneo;
El pez come las llaves hacia la luna,
Un caballo de mar
palpita de asfixia
sobre la palma del caucásico;
El ayer se desbarranca
por entre tierra gimiendo huesos,
estrujando, estrujando
Solitaria,
Silenciosa tierra;
Sacude el viento los árboles,
vuelve estatua el rostro
del hombre, vestido apenas,
en el alargado gesto
de su primera mirada
la vasta exclamación de una llanura1
Ilimitado misterio de lo amplio,
Abofeteado el corazón
caminar,
en la mano la piedra
tomada del suelo,
y descalzo el pie,
caminar, caminar
Hasta el claro roto en la espesura,
Como luna de lo verde,
Como luna de cazador,
Ya quemada la carne,
Hacer la mordida,
Hervir la grasa,
Hincar el diente,
rodilla en piedra,
y rasgado el cuerpo,
Dormir ahítos.
Quedan las cenizas,
tan sólo,
la ruinosa, la húmeda leña,
el desorden precario de artes,
los excrementos,
los huesos rotos,
las herramientas mondas;
La lenta llovizna sobre brazas.
Oscurece tras el hartazgo,
Al oído del sueño
los roces de pasto se amontonan,
rebaños sobre la nada de la brisa negra,
El círculo azotado
por seres hundidos,
cae, dentro;
La noche, la noche que pasa,
tras la lenta llovizna.
Sacude el viento los árboles,
El día
Abre el rostro del hombre
Con su vasta exclamación,
alargando su gesto
en la mirada,
así lo azuza de amplitud,
de límite, de pecho,
Caminar,
caminar la tierra fuerte bajo el pie,
caminar,
por el horizonte hasta que termine,
en la línea muerta de los ojos,
hacia él,
hasta que aparezca el agua en su fin,
y de ella, tierra adentro,
impenitentemente,
con la angustia y el salitre,
internarse, tierradentro,
tierradentro
- Armando Rojas Guardia.