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Ilustración: George SchillNuestra época nos ha dejado hablando solos

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José Emilio Pacheco, ese agudísimo poeta mexicano, tiene toda la razón cuando, al reflexionar sobre el papel de la poesía, el poeta y la relación de ambos con el tiempo actual, sentencia que “quizá no es tiempo ahora. Nuestra época nos dejó hablando solos”. No hay duda de que quien escribe poesía en estos tiempos desde una perspectiva un tanto intelectualista, es decir, el poeta que ve en Octavio Paz a un maestro y en José Ángel Buesa a un decimero culto, se va convirtiendo en una especie de dinosaurio.

Ya casi nadie lee poesía. Casi todos los poetas están reducidos a un ámbito en que sólo los leen otras bestias de su especie. Algunos otros corren la suerte, mala o buena, quién lo sabe, de habitar tan sólo los predios de la academia. Es decir, que son una especie de ratas de laboratorio. Su poesía es algo que los estudiantes son obligados a sujetar con pinzas, a hervir en tubos de ensayo. Ahora bien, sépase que no digo esto en son de queja; no, al contrario. Aunque suene mal, tengo la percepción de que, como diría el genio de Nietzsche, lo bueno es cosa de pocos.

No nos llevemos a engaño. Escribir poesía es un oficio profundamente elitista, lo queramos o no. Claro, aquí aparecerá aquel poeta o intelectual que se ponga de pie e, indignado, levante el dedo índice para aclarar (¿?) que él no es ni ha pretendido jamás ser miembro de élite alguna. Sin embargo, es casi seguro que quien así se exprese esté siendo víctima de alguna atadura ideológica que le impida transitar por el sendero de la honestidad. Ser artista es ya, en esencia, formar parte de una élite.

El hecho evidente de que la poesía actual huye desesperadamente hacia sí misma, que implosiona, es virtualmente irrebatible. Ya no es cosa de neófitos. Yo suelo ocuparme de un ejercicio muy eficaz para comprobar cuanto he dicho. Tengo por costumbre (costumbre que no deja de tener cierta dosis de crueldad) escoger poemas de Borges, Lezama Lima, Vallejo (no hablo de Osiris, sino de César), y leérselos a amigos o conocidos que no son muy dados a la lectura. Pocos tienen la menor idea de lo que se escribe en tiempos; ante los versos febriles de un adolescente y el trazo genial de un verso de Borges, se quedan con la febrilidad del adolescente.

Si realizo ese ejercicio frente a una joven de nulas lecturas y le muestro un poema de Borges, las reacciones no dejan lugar a dudas: qué asco; eso no es poesía; qué cosa tan rara; por qué tiene él que ser tan complicado. Si lo que le he mostrado es un poema en prosa, me enrostra: pero eso no rima; me quedo con Buesa. Luego se sienta en un cómodo sillón a esperar que llegue la hora en que la televisión le muestre lo último de Corín Tellado.

Sin embargo, si el ejercicio al que me he referido se limitase tan sólo a medir los niveles de sensibilidad artística de individuos sin formación en ese ámbito, no estaría yo confirmando más que lo que ya se sabe desde tiempos inmemoriales: que las masas existen. Lo que tal vez sí es un elemento relativamente nuevo es que incluso quienes supuestamente poseen o deberían poseer un grado de cultura o sofisticación académica medianamente respetable: profesores de escuela, estudiantes universitarios, periodistas, etc., han dejado de leer poesía. He aquí la prueba más contundente de nuestro viaje irremediable hacia el soliloquio al que se refiere José Emilio Pacheco.

No hay duda, “nuestra época nos ha dejado hablando solos”.