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Virginia WoolfA propósito de Un cuarto propio, de Virginia Woolf

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Un cuarto propio, de Virginia Woolf, se puede considerar un clásico de la literatura feminista. Ensayo enmarcado en la Inglaterra post-victoriana que empieza a recoger su mirada expansionista y a fijarla en su problemática interna. En él se expone la desigualdad social, económica y moral en que ha vivido la mujer durante siglos. A los 49 años, el discurso de la escritora en este ensayo se hace incisivo e irónico. No aparece en él la mujer educada en el convencionalismo victoriano. Virginia Woolf es una mujer de su tiempo que siente en carne propia el apartheid en el que vive. Se hace dueña de una voz que expresa sus pensamientos tamizados por la reflexión; una voz queda que sale a través de unos dientes apretados. Su cabeza está llena de preguntas que no tienen respuesta por parte del hombre. Es consciente de que durante toda su vida tendrá que asomarse a ese pozo sin fondo en el que habitan las preguntas sin respuestas. Menciona con ironía que en una tarde de octubre soleada salió dispuesta a encontrar “la verdad” entre los anaqueles del Museo Británico. Su reiterada pregunta de ¿por qué son pobres las mujeres? tropieza con toda suerte de opiniones encontradas que para nada la ayudan. Pasea su estupefacción por cientos de hojas; va de Goethe, que venera a las mujeres, a Mussolini, que las menosprecia. La “verdad” se le esconde entre las arrugadas páginas. La ira es una constante en todo el discurso de los “profesores-patriarcas” (como llama a su contraparte) cuando se refieren al tema femenino. Mientras tanto se acercan vientos de guerra, la barbarie triunfa en varios países y eso supone el fin de la civilización que ella conocía. Entre estos vientos de guerra que hablan de fuerzas y debilidades, concluye que la superioridad del hombre está apoyada en la invención por parte de éste de la inferioridad femenina. Escribe: “Hace siglos que las mujeres han servido de espejos dotados de la virtud mágica y deliciosa de reflejar la figura del hombre, dos veces agrandada”. Menciona que sólo la mujer que puede contar con una renta propia, es capaz de ser dueña de su voz. Busca a esa mujer inexistente, su voz, su mirada; aunque sea trazas de ella, y sólo encuentra la sombra que ha dejado su pasantía por la historia. En la novela y el teatro los personajes femeninos que encuentra son heroínas-hermosas-buenísimas, o pérfidas-brujas-malísimas. Son el tema con que se nutre la poesía y las grandes ausentes de la historia. La mujer que conforma la gran masa silenciosa no aparece. No hay información de sus vidas, de sus quehaceres diarios, apenas parecen deslizarse de puntillas por la historia. Toda disidencia que se torne en expresión de sentimientos agresivos está prohibida. Cualquier mujer que alzara la voz más allá del cuello de su camisa, era bruja o loca. George Eliot y George Sand se mimetizan con el espectro masculino para sobrevivir a su universo. “El mundo no pide a las personas que escriban poemas y novelas e historias; no las precisa”, afirma Virginia Woolf. En medio de ese desinterés el autor queda solo y encerrado en un nido de palabras. A la dificultad de pensar, escribir y expresar de cualquier autor ante un auditorio indiferente, se le suma el hecho de que la voz femenina deberá pactar antes con sus propios demonios. Sólo así podrá sentirse cómoda en un cuarto propio.

 

La soledad del corredor de fondo

“Y después de la batalla, corriendo en soledad,
acompañado de sus pensamientos afrontó su destino”.
Batalla de Maratón
Valle de las Termópilas

El corredor de fondo, solo, avanza entre los parajes agrestes por los que transita el camino que ya está marcado. Todo va quedando atrás, los campos, los competidores-compañeros. Un mundo nuevo se abre con cada zancada firme que asienta su pie. La tierra que pisa por primera y última vez sólo sirve de impulso para el siguiente paso hacia la zancada final, que le lleva al término del camino. La soledad inseparable camina a su lado, al mismo ritmo; hombre y soledad se complementan, se acompañan, se aceptan. Paralelas interminables. Nosotros sólo vemos en este acto la gloria final, el triunfo, el reconocimiento, y olvidamos el vacío y el vértigo que conlleva bordear el límite en solitario. Así como el movimiento es el síntoma de la vida, la quietud es de la muerte. Virginia Woolf reconoce en las pioneras el valor de lo callado y lo desatento de la vida. Mujeres como Lady Wilchelsea, en 1661, “noble de linaje y también por su casamiento”, abre fuego con su poesía que rezuma tristeza y resentimiento. Escribe poemas de rima dulce y de amarga ironía. Camina solitaria por los campos, “sufría de una triste melancolía”. Cómo no ser rara y melancólica cuando en acallar las palabras que ahogan se va gran parte de tus energías.

“Un cuarto con vista”, de Virginia WoolfLa Duquesa Margarita de New Castle, de inteligencia indómita, escribe resentida: “La mujer vive como murciélagos o lechuzas, trabajan como bestias y mueren como gusanos”. Su mente un día se extravió entre los laberintos de setos de su enorme jardín. Sus rabias y sus iras apuntan al hombre pero con disparos poco certeros que se diluyen en el tiempo; las emociones nublan su visión. Primero tendrá que distanciarse. Más tarde surgen voces fuertes y combativas, que no se quedan atrapadas en el lamento y la queja. Luchan armadas de una débil pluma, traducen obras de otros y exigen un salario ante la mirada atónita del hombre.

Comienza el siglo diez y nueve y trae luz y fortaleza. Por esa época la mujer abre las ventanas que han permanecido cerradas por siglos, su voz y su mirada salta a través de ellas y se va incorporando, tímidamente primero y después con el impulso y el apremio que otorga el reconocimiento del tiempo perdido. Esta contemplación del mundo le lleva a valorar otros temas: biografías, dramas, críticas; se asoma a la historia de la que siempre estuvo ausente. Mary Carmichael con Lifes Adventures abre un espacio nuevo en la literatura femenina. El valor y el aporte de ella en este ensayo se encuentra en crear una voz propia y lanzarla para que abra caminos, ya que los libros, como los acontecimientos de la vida, son consecuencia unos de otros. La mujer comienza a “ver” a la otra mujer y lleva a las páginas su mirada curiosa. Descubre su entorno, lo que ha sido su pequeño universo: la sala pequeña donde cocina y atiende a los hijos; y algunas, las más inquietas, hacen rimas con aromas a guisos y especies.

Durante toda la historia la mujer ha sido la hacedora de espacios, de nidos; en ellos se ha refugiado, los ha compartido, ha dejado siempre su impronta marcando su territorialidad de hembra. Virginia Woolf conoce el alma femenina y posee una delicada sensibilidad. Ahora le pide a la mujer que se haga de un cuarto y de una renta propia como el primer paso hacia el reconocimiento y la valoración de sí misma. Pero que no olvide “que todos tenemos en la nuca una mancha del tamaño de un chelín que nunca podemos ver. Es uno de los buenos servicios que un sexo puede hacer al otro: describir esa mancha del tamaño de un chelín en la nuca”.

 

Inteligencia andrógina y mirada abierta

En la medida que nos adentramos en el texto de Virginia Wolf, percibimos su mirada abarcante sobre el ser humano y su existencia en general. Virginia da un paseo por sus pensamientos y reflexiones, paseo que se asemeja a la corriente de un río (del que hace numerosas referencias) y va creciendo según avanza en su recorrido. Por el camino va recogiendo las distintas conclusiones que van apareciendo cuando investiga los diferentes discursos; el masculino y el femenino. Su intuición y su sensibilidad la llevan a afirmar: “La mente es por cierto un órgano muy misterioso del que no sabemos nada en absoluto”. Con estas palabras Virginia Woolf comienza una serie de reflexiones y llama la atención del lector con respecto a la mente humana y su relación con la creatividad artística. En nuestra psiquis conviven los dos principios complementarios del ser humano, lo masculino y lo femenino, por lo que cualquier creación de éste, para que sea equilibrada, tiene que llevar en su esencia las polaridades que nos acercan al encuentro de la totalidad. Menciona las palabras de Coleridge, el poeta inglés, cuando dice que: “toda gran inteligencia es andrógina”. Piensa en Shakespeare como el arquetipo de ésta, menciona también a Keats, Sterne, Cowper, Lamb, como escritores que utilizaron los dos principios. En sus obras esa particularidad es apreciable en una mayor y mejor comprensión del tema que abordan y a la vez que su mirada se amplía significativamente, “toda mente debe estar abierta de par en par y así tendremos la certeza de que el escritor está comunicando su experiencia con plenitud perfecta. Tiene que haber independencia y tiene que haber paz”. Su discurso ha ido evolucionando según corrían las ideas y caminaban las palabras. Busca la hibridez en los textos: la novela se enriquecerá si se codea con la historia, la poesía se hará eterna con la filosofía, y el teatro se nutrirá absorbiendo el latido de la vida que lo circunda. Lo perdurable del texto de Virginia Woolf después de haber transitado por la historia de la mujer, está en el hecho de haber podido distanciarse de sus propios sentimientos, y volver su mirada caleidoscópica hacia la diversidad, permitiendo que el tiempo haga su labor cicatrizante. Deja el camino abierto y al río fluir. Más tarde, ella se sumergirá con los bolsillos llenos de piedras en lo boscoso de sus aguas verdes.