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“Historias trenzadas”, de Andrés Elías Flórez BrumLas historias trenzadas de Andrés Elías

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Sobrecogedores, por decir lo menos, son estos cuentos de Andrés Elías Flórez Brum. Sobrecogedores por cuanto sentimos, al leerlos, el peso duro de la realidad. Y con ellos asistimos al asombro del espíritu, que no acepta esa realidad a pesar del bombardeo incesante de los medios de comunicación, que nos apabullan a diario con noticias de muerte como si nada distinto sucediera en el país. O como si quisieran adormilar la memoria a costa de la repetición cotidiana de la tragedia. Asesinatos, masacres, desplazamientos, explosiones, son el sustento cotidiano de la noticia que, si bien nos mantiene informados, también nos conduce a la saciedad y a la indiferencia.

Acostumbrados al espectáculo de la muerte, nos hemos vuelto insensibles, y sólo cuando el dolor se asoma a nuestra puerta comenzamos a ser conscientes de la existencia del conflicto. Entonces despertamos atontados para recibir como apoyo la indiferencia, la misma que hemos exhibido nosotros frente al dolor de los demás. Pero, cosa curiosa, al leer los cuentos de este volumen, que el autor ha titulado Historias trenzadas, se nos rebela el espíritu, como si la literatura tuviera el poder de hacer verídicos, con toda su magnitud, esos hechos que han pasado por los medios como si no los hubiéramos visto, como si hubieran sucedido al otro lado del mundo.

Tan dramático panorama es el que se condensa en las páginas de este libro de cuentos. Andrés Elías tiene la virtud de hacer vivir sus personajes en la imaginación del lector. Siempre, a través de su obra cuentística, se ha ubicado en las entrañas de la sociedad para, desde ahí, comenzar la reconstrucción de esas vidas anónimas que se convierten en paradigmas por la contundencia de su trabajo literario. Baste recordar sus otros libros de cuentos publicados, Los perseguidos (1980), con varias ediciones y La obsesión de vivir (1990), para encontrar ese hilo conductor que ha atado su obra a la problemática social.

Sus personajes, atrapados en los conflictos sociales que ha padecido la nación a través de su historia, adquieren rostro, se vuelven reconocibles, hacen oír su voz, y cada lector, estoy seguro, recordará aquellos cuya tragedia conoce pero ante cuya presencia sólo atinó a responder con el silencio.

No hay nada de extraordinario en ellos, si se tiene en cuenta la tradición trágica de nuestro país, pero esas existencias anónimas se vuelven inolvidables en las manos de su autor. Es la magia de la literatura.

El título es bien diciente. Pareciera que Andrés Elías quisiera dejar claro que tejer historias como él lo hace es un oficio de minuciosidad y disciplina, de encontrar conocimientos y descubrir verdades con la paciencia de un relojero que desarma y vuelve a armar el reloj para transformarlo en un objeto nuevo. Además, es bien expresivo el título pues con él nos demuestra de entrada que sus historias recreadas se imbrican, se trenzan unas con otras porque hay una atmósfera común, un fondo similar que las une, como el conflicto social, que hace de telón de fondo para escenificar sus historias.

La rueda es simple: el problema social origina el conflicto armado y viceversa, un círculo vicioso que se hace continuo e interminable por el odio y los deseos de venganza que se siembran en el alma de los sobrevivientes, por la amargura y el desplazamiento que, como un manto sin descorrer, agobia de dolor, pobreza y atraso a nuestra patria.

Asistimos, entonces, con la lectura de Historias trenzadas, a las secuelas que dejan el conflicto armado y el social en cada una de sus víctimas. No son la descripción de las masacres y de los asesinatos. Apenas se mencionan. Son esas secuelas que pasan desapercibidas en la realidad pero se hacen contundentes en la ficción. El desplazamiento y la soledad, la nostalgia del terruño destruido, los recuerdos que obligan a los personajes a vivir una vida para la cual no están preparados ni mucho menos han deseado como destino para sus familias. Así se ejemplifica con el niño que ha perdido su hogar y su escuela y tiene que desplazarse a una realidad que para él es hostil y traumatizante, como en el cuento Roy está un tanto triste, que da inicio al libro. Este medio escolar lo conoce muy bien Andrés Elías porque ha sido profesor toda la vida, comprometido con la realidad social de sus alumnos y compañeros de docencia.

No voy a ofrecer explicaciones sobre las calidades que, según mi criterio, posea cada uno de los cuentos del libro. Pero no puedo resistir la tentación de referirme a algunos de ellos que me ayudan a demostrar lo dicho en párrafos anteriores. Por ejemplo, la locura que puede producir el trauma de ver el hogar destruido, la familia mutilada, en Debajo de la cama. El señor Walter pierde contacto con la realidad después de la toma y destrucción del pueblo. Sólo metiéndose debajo de la cama, desde donde contempló el desastre, vuelve a conectarse con su presente. Vive la obsesión de ser perseguido por la hamaca, la carretilla y la máquina de coser. Terrible secuela que deja la confrontación armada, que ya muchos no saben de dónde proviene ni hacia dónde nos pueda conducir. Es la locura la respuesta ante la insensatez.

La Bombosolo es el ejemplo del extrañamiento del lugar de origen, la marginalidad del personaje en una casa adonde la protagonista ha terminado por llegar para ejercer el servicio doméstico. Qué más puede hacer una niña desplazada, que ha visto cómo desaparecen a sus padres, ha sido violada y desterrada y se ve de pronto en la ciudad sin sospechar qué va a pasar con su vida. Reírse, qué más. Este giro insólito que le da Andrés Elías al cuento, y lo hace también partícipe de la locura, no sólo es novedoso desde la creación del personaje, sino muy humano, muy real, desde la perspectiva sicológica de la niña desplazada. Además, también es novedoso que quien lo cuente lo haga con el recurso de la conversación telefónica, cuyas líneas están cruzadas, y sea él (un hombre) un escucha sorpresivo de la chismografía de dos amas de casa que lo acercan al conflicto pero, al mismo tiempo, lo dejan indiferente.

Otra realidad de esta confrontación interminable es la existencia de la amenaza, del señalamiento, que pone a la población civil en estado de indefección porque cualquier actor de la guerra puede ser el causante de la desgracia. En varios cuentos se materializa la amenaza, como en el del profesor boleteado, Hoja en blanco, que debe vivir su vida perseguido por el fantasma de la muerte. Pero es en La resistencia donde el autor consigue el mejor clima de zozobra y de miedo que produce una situación semejante. Tal vez sea una premonición del autor, por ser el último cuento del libro, que los amenazados interpongan la resistencia como respuesta a las amenazas y a la intimidación. Porque los protagonistas de esta última historia trenzada se deciden a no abandonar la casa. Y al miedo le anteponen la alegría, que no es otra cosa que apostarle a la esperanza y a la vida.

Como estos, así son los demás cuentos del libro, sugerentes y sobrecogedores, pero llenos de lecciones de vida. Se pasean por ellos el exilio y el desplazamiento pero, sobre todo, el amor. Aquí el amor también es impactante pero, al mismo tiempo, un reconocimiento que hace el autor a la condición humana pues tanto víctimas como victimarios son seres humanos que se enamoran, lloran y sienten miedo a pesar de la dureza de la realidad. No son historias de amor feliz, a la usanza del romanticismo, sino humanas, pragmáticas y reales, donde los seres humanos se encuentran para compartir instantes de vida, de felicidad, en medio de la tragedia. Es la existencia de un conflicto interior que se entrecruza, se trenza, con el conflicto de la vida diaria.

El lenguaje con que están narrados los cuentos de este libro es un lenguaje cotidiano, justo, como son de cotidianos los personajes y el conflicto. No dejan de pasearse a lo largo de las narraciones algunas imágenes poéticas que describen escenarios o planean sentimientos, de acuerdo al punto de vista del narrador. Pero en general es un lenguaje vertiginoso, fluido, que avanza al ritmo de los acontecimientos y no ofrece mayores dificultades al lector, salvo por algunos vocablos propios de la región Caribe, de donde procede la mayoría de los personajes y de donde es oriundo su autor (Sahagún, Córdoba).

Una técnica bastante recurrente a lo largo del libro es la evocación. Los personajes van y vienen del presente al pasado para establecer los nexos necesarios que permitan el desarrollo de la narración. Es la manera como Andrés Elías ha querido verter su conocimiento de la realidad y su experiencia en la narración. Momentos de nostalgia o de recuerdos que se mezclan con el presente narrado, rompen con la linealidad y fragmentan la realidad, técnica muy propia de la narración moderna y posmoderna.

Andrés Elías ha logrado con este libro darle una nueva visión al conflicto colombiano. Una forma de rebasar los testimonios que abundan en la bibliografía colombiana de los últimos años. Ha logrado re-crear a través de la literatura esa noticia permanente de la muerte y de la guerra, ha hecho visible en la ficción al ser humano que está detrás de todo conflicto social, económico o político.

Pienso que Andrés Elías ha llegado a la madurez narrativa, esa que ha venido forjando a través de los años y ha sido evidente tanto en sus libros de cuentos, ya mencionados, como en sus novelas El visitante (1986) y Este cielo en retratos (1988), las dos con varias ediciones. Además, lo atestiguan los premios literarios obtenidos, las menciones y las antologías donde se han recogido cuentos suyos.