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La historia de la niña que tomaba fotografías

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Lo que tienes aquí es la historia de una niña a la que le gusta mirar a su madre mientras hace el amor con sus novios. Es la historia de una niña pervertida a la que le gusta hacer cosas pervertidas. Seguramente no has conocido ninguna niña como la de mi historia, pero que no la conozcas no significa que no exista.

Su mami solía decirle “las niñas que obedecen a su mami son buenas niñas”. A la niña de mi historia le gusta ser buena. Por eso siempre se escondía bajo la cama, o en un ropero, o tras la puerta del baño de alguna habitación de motel.

A esta niña le gusta ver a su mami mientras los hombres la chocan con fuerza en la pelvis. Le gusta escuchar cómo grita, como se jala los cabellos y como les muerde la boca igual que una perra rabiosa. Pero sobre todo le gusta ver cuando varios hombres la hacen gritar durante toda la noche.

Esta niña es la heroína de mi historia.

Ella no recuerda haber tenido nunca un hogar estable. Siempre había estado viajando. Para ella era raro pasar más de una noche en el mismo lugar, tanto que había llegado a acostumbrarse a dormir en los asientos de un camión, o en un trailer, o en la parte trasera de una pick up. También estaba acostumbrada a comer en los restaurantes a la orilla de la carretera, que es donde mami conseguía sus novios.

Pero no es aquí donde comienza mi historia. Esta historia comienza con mami comprándole una cámara de fotos a la niña y llevándola al zoológico para enseñarle a utilizarla.

Mientras la niña se ponía la cámara en el rostro, y disparaba por aquí y por allá, mami le contaba que hacía muchos años las cámaras eran unas enormes cajas de madera muy difíciles de cargar. Adentro llevaban un trozo de metal untado con emulsión llamada gelatina. Ahí se capturaba la imagen. Mami le contaba que era difícil revelar esas placas, que los fotógrafos siempre tenían los dedos manchados de químicos, y que no era raro que se intoxicaran en los cuartos de revelado. Eran otros tiempos para la fotografía.

A la niña le gustaba su pequeña cámara de plástico. Ahora no recuerda en dónde quedaron las fotos de esa tarde. Ni su cámara. A partir de entonces ha tenido muchas.

Tres días después del zoológico, mami trajo al primero de sus novios. Nunca lo olvidaría. Era un negro enorme que seguramente pesaba ciento treinta kilos. Tenía la cosa más grande del mundo entre las piernas.

Machacó a mami. Cinco veces.

La niña se terminó cuatro rollos, escondida detrás de las puertas del ropero. La música a todo volumen ocultó el sonido del obturador.

A la mañana siguiente fueron a revelar las fotos. Mami no dejó que las mirara. Y nunca supo qué pasó con ellas, claro, hasta tiempo después.

La niña miró los dedos del chico del laboratorio, pero no estaban manchados. Estos eran otros tiempos para la fotografía. Después de revelarlas se fueron a comer quesadillas. A la niña de esta historia también le gusta comer antojitos.

Mami era muy buena para conseguir novios. Algunas veces eran jóvenes, otras viejos. Algunos delgados y otros gordos. Pero siempre regresaba al cuarto con uno de ellos, o varios. Y la niña se dedicaba a tomarles fotos a todos.

La niña pronto aprendió a distinguir entre un rollo de negativos y otro de positivos. Entre un proceso C-41 y uno de E-6. También aprendió a utilizar las velocidades y la sensibilidad de la película. Con el tiempo, sus fotos eran las de una verdadera profesional. Hasta llegó a comprarse un lente con estabilizador de imagen. De una u otra manera, Mami siempre tenía dinero.

Algunos de los novios tenían sus cosas grandes, otros pequeñas, otros regular. Algunos la tenían torcida, otros desproporcionada. Antes de cumplir once años, la niña de esta historia ya los había visto de todas las formas y de todos los tamaños. Ella pensaba que así era la vida.

El tiempo pasaba y su madre no se estaba haciendo más joven.

Un buen día, mientras visitaban la capital, mami conoció a un hombre muy importante, de esos que sólo van a fiestas en casas grandes y que llegan en autos largos y oliendo a perfume. Este hombre era viejo, el más viejo de todos los que la niña hubiera visto jamás. Tenía la piel como el cartón en donde ponen los huevos del supermercado.

Esa noche, en la fiesta, la niña, como siempre, se escondió en el ropero. Llevaba su pequeña cámara digital, silenciosa como las serpientes cuando se arrastran por la hierba. Se metió entre los abrigos y esperó.

Estaba a punto de quedarse dormida cuando un golpe en la puerta la despertó. Era mami. Llevaba en una mano un vaso a medio llenar y en la otra iba colgada del cuello del anciano. La niña se puso el ocular de la cámara en el ojo, y luego esperó.

Mami se dedicó a acariciarle su cosa al anciano. Luego se la llevó a la boca, como tantas veces la había visto hacerlo. La niña tomaba fotos. Luego mami dejó que el anciano se metiera entre sus piernas, y comenzó a gritar como tantas veces lo había hecho. Mami giró su cabeza y miró directamente a los ojos de la niña, luego sonrió. Esa fue la última vez que la niña vio la sonrisa de mami.

Después de unos minutos, después que el anciano se había descargado dentro de la panza de mami, entraron cuatro hombres. Todos grandes y vestidos de negro. La niña se tapó la boca para no gritar, como tantas veces le habían dicho que hiciera. A la niña de esta historia le gusta ser buena.

Los hombres amarraron a mami a la cama mientras el anciano se colocaba unos guantes de hule. El anciano no se molestó en vestirse. A los hombres de negro eso no parecía molestarles. Mami quiso gritar, pero ellos le cubrieron la boca. La niña quiso ayudarla, pero nunca salió del armario, como tantas veces le habían dicho.

El anciano comenzó a cortar el cuerpo de mami con una navaja. Le gritaba que era una puta, que mujeres como ella no debían existir. Le decía que él iba a terminar con todas las de su clase. La niña tomaba fotos, una tras otra. Jamás dejó de hacerlo. Cuando mami tenía el rostro lleno de sangre, el anciano la roció con un líquido transparente que comenzó a quemarle la piel. Todo el cuarto olía a milanesas.

Mami no gritó. No podía hacerlo.

La niña de esta historia tampoco gritó. Ni tampoco vomitó. Cuando quería hacerlo se tapaba la boca, tal y como mami le había enseñado.

Mami sobrevivió, pero nunca más pudo conseguir novios de la manera que solía hacerlo. Mami estuvo mucho tiempo con la cara vendada. Durante todo ese tiempo, la niña siguió tomando fotografías. Esta vez era de los doctores haciéndolo con las enfermeras, o de los pacientes haciéndolo con las enfermeras, o de las enfermeras haciéndolo con otras enfermeras. Vaya que la niña tenía talento para este tipo de fotos.

Durante ese tiempo, la niña se hizo amiga del hombre que imprimía las fotografías. A pesar de que no hablaban nunca de la manera en que ella había conseguido las imágenes, a ninguno de los dos les hacía falta un tema de conversación para estar juntos. Y así, la niña comenzó a guardar copias de las fotos que tomaba. Sólo de las mejores. No pasó mucho tiempo para que se hicieran novios.

Así fue como ella supo lo que era una hoja de contacto, y un proceso de revelado híbrido, y los megapixeles de una foto digital, y de lo que era la corrección de colores desde el original. También supo que se podía imprimir las fotografías en diferentes tamaños, y virar los colores a sepia o convertir las imágenes al blanco y negro. Desde luego, la calidad de su trabajo cambió.

Mami salió del hospital después de un mes, con el rostro cubierto por una máscara de plástico y sin un centavo en el bolsillo. Mami no sabía hacer nada diferente a conseguir novios. Estaba desesperada. Así que recurrió a la única opción que le quedaba.

La niña de esta historia conoció a su primer hombre a los trece años.

Originalmente la niña había pensado que eso iba a sentirse bien. A mami parecía gustarle tanto. Pero no fue así. A ella le dolió como si le metieran el puño de Dios. El tipo no le tuvo compasión. Ella gritaba que se estuviera en paz, que la dejara, que ya no siguiera lastimándola. Pero el hombre nunca hizo caso. La tomó con fuerza de la cintura y la atacó sin piedad. Al final, la niña sangraba de en medio de las piernas.

Y mami lloraba.

La niña no pudo ponerse en pie por quince días. Durante todo ese tiempo mami nunca dejó de culparse.

Una tarde, mientras la niña miraba la televisión, apareció en la pantalla una de sus fotografías. La reconoció porque en ella estaban los hombres de negro, el anciano de apariencia importante y en medio de ellos mami. La niña no supo lo que decían las personas en la tele, aunque por sus rostros supuso que decían cosas muy importantes. La niña sólo tenía su atención en una cosa; en que todos en el país miraban su fotografía.

Tú también has de haberla visto. Apareció en todas partes. Una semana completa estuvo en la atención de la gente. No se hablaba de otra cosa. Los noticieros comenzaban y terminaban con lo mismo; las fotografías de la niña. Pero déjame continuar.

La foto del hombre viejo salía en todos los programas. Las imágenes del hombre escapando comenzaron a ser habituales. Ella prefería ver las caricaturas. Lo último que supo es que el hombre había desaparecido del país. Luego todos lo olvidaron.

Después la niña vio otra de sus fotos en la televisión. Esta vez se trataba de un escritor. Al menos eso decían. La imagen de mami debajo del hombre. La semana siguiente vio otra más, ahora era la de un hombre negro que trabajaba para algo de las naciones y que tenía a mami entre las piernas. Luego otra foto, y después otra, y después otra. Fueron muchas.

La niña miraba las fotos y le gustaba esa sensación de saberse famosa aunque nadie supiera su nombre. Pero nadie la buscaba a ella. No señor. La gente de la televisión se preguntaba por la mujer que salía en todas las imágenes. Por esa mujer que parecía salida de la nada porque nadie sabía quién era. Seguro lo recuerdas. Pero mami se pasaba las tardes llorando. De vez en cuando se quitaba la máscara y se miraba el rostro chamuscado, y seguía llorando. La niña no encontraba manera de ayudarla.

Si mami llegaba a mirar alguna de sus fotografías en la televisión, apretaba los puños y decía “se lo merece”. La niña prefería mirar las caricaturas.

Un día mami ya no salió del baño. La niña se dio cuenta hasta que quiso hacer pipí. Tocaba y tocaba la puerta pero nadie le abría. Y se hizo a la mitad del pasillo.

Los hombres de rojo abrieron la puerta con un hacha y encontraron a mami tirada en el suelo, con los ojos en blanco y la boca llena de pastillas. Toda la habitación olía a rata vieja.

La niña no lloró. Dijo que mami ya lo había hecho por las dos. Y luego se fue a vivir con su novio.

Ahora la niña ya no es niña, ha crecido y se ha convertido en mamá. En mi mamá. Y ahora soy yo quien se esconde bajo la cama, o en un ropero, o tras la puerta del baño de alguna habitación de motel. Soy yo quien ha tomado las fotografías.

Tus fotografías.