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La lluvia y la flor

   El último pétalo cayó,
ya la flor dejo de ser flor.

Ahí sólo queda el fruto que crece,
se expande,
y desborda la semilla
se desploma a la tierra
fértil o estéril,
se arraiga a ella en raíz, corteza, hoja
y de nuevo flor.

Entre tiempo y tiempo,
la lluvia se desliza
para apagar la sed de la tierra
y penetrar entre la savia y la corteza.

Sólo ella, la lluvia,
es capaz de perpetuar
lo que la flor inició.

 

No apta para cardiacos

Confieso que no me faltan los arrebatos,
esos de madrugadas en camas extrañas,
ni me sobran los silencios que se van acumulando
como el polvo en la ventana.

Suelo abrir los ojos al amanecer,
aún sin haber dormido y no los cierro al ocaso;
también tiemblo ante lo incierto
y aún así no evito aventarme,
como caída libre a mar abierto.

Si me preguntas qué me gusta más,
te diré que un café, un orgasmo
un atardecer, un viaje sin planificar
y la sonrisa de mi hija.

Hay mañanas que no soporto la luz del día
y hay noches que quisiera volverme brisa.
Soy inconsistente, inofensiva, imprecisa,
como la montaña rusa
derivo entre el ras del suelo y la cima.
Si aun así te animas, de antemano
te aviso que una vez arriba no vale bajarse.

 

Demora

Dime
¿Cuántas veces la caída es necesaria
para saber que ha sido suficiente?

¿A dónde se fue aquella melodía embriagante?
Se llevó una a una las horas
y la imagen grabada
en una vidriera de esta ciudad extraña;
de matices grises y aromas densos,
desbordante de rostros diluidos,
desbordante de ausencia

Dime
¿Cuál es el tiempo exacto para olvidar?
Y dejar de mirar con ansias ese mar que cada vez demora sus olas
y con ellas la sombra de lo que no es
o la esperanza de lo que puede ser.